jueves, 30 de octubre de 2008

Antonio Matea, el poeta del barro

13.

“Vence el que persevera, el que trasciende
por encima de otros relojes.”



Hoy hace una semana que te enterramos, Antonio, y llueve. Nos hemos acercado Nasi y yo por la que fue tu casa hasta entonces para cambiar unas palabras con tu mujer y ver cómo sobrelleva tu ausencia. Pero no estaba. El candado de la verja así lo indicaba, como las ventanas, cuyas persianas aparecían bajadas. Se conoce que alguno de tus hijos se la ha llevado consigo a su casa para atenderla y consolarla de momento, hasta que se dé cuenta de que realmente te has ido para siempre. Al mirar por la cuesta lateral de la casa hasta el fondo del jardín, he vivido una extraña sensación. Las rosas del arriate, bajo la lluvia, abren sus coloreados pétalos como si no hubiera pasado nada. Igual que el abeto de delante de la vivienda, que trepa hacia el cielo con ímpetu salvaje, el abeto que tú plantaste nada más llegar al solar donde levantarías con tus manos lo que ahora veo ante mí, este conjunto gris de la primera casa con sus añadidos posteriores, la terraza y el despacho. De vuelta del paseo por el pueblo he cogido la revista municipal por si se habían hecho eco de tu partida y habían puesto unas letras en la sección de Cultura. Y allí, en una de sus páginas, aparecía una fotografía tuya, justa la que te hicieron durante la presentación de tu hermoso libro Solo ante el mar, presentación que tuve el honor de llevar a cabo. Debajo de la foto, la noticia: Muere Antonio Matea, poeta, y a continuación una columna con este texto: “Antonio Matea, integrante del colectivo poético Viernes Culturales, murió el 13 de mayo a la edad de 77 años. De origen manchego y cerdañolense desde 1961, compaginó la faena de obrero con la afición a la lectura y la escritura. El año 1982 impulsó una tertulia poética bautizada como Viernes Culturales del Ateneo y un año después fundó el grupo juntamente con Esteban Conde, José Carreta y Encarna Fontanet. Matea es autor de unos cuarenta libros de poesía y está traducido a diversos idiomas. También cultivó el teatro y la novela. Miquel Sánchez, miembro de Viernes Culturales, ha destacado de él la ironía, la sencillez y la humanidad.” Esto es cosa sin duda de Miquel, que ha tenido la delicadeza de acercarse a la redacción de la revista a dejar estos breves apuntes.
Son muchas cosas las que han pasado por mi cabeza mientras leía la columna de la revista municipal y contemplaba tu busto en la fotografía que la coronaba. Por eso, al llegar a casa, me he puesto a leer fervorosamente cosas tuyas.
Escojo un libro cuyo título me recuerda el de otras publicaciones de memorias, aunque con tintes picarescos, Andanzas y desventuras del llamado Raspa de Las Santanas. Es de 2006, y en la dedicatoria escrita en octubre de ese año, nos haces el honor de llamarnos a mi mujer y a mí “amigos casi de la familia”. No sabes cómo te lo agradezco. De nuevo nace en mí el remordimiento por no haberte quizá dedicado toda la atención que te merecías. El Raspa de las Santanas es el apodo que te pusieron tus paisanos cuando eras barbero del lugar, situado a tres leguas de Albacete. En el libro nos hablas de tus abuelos, de tus padres, de tus hermanos y de otros familiares que influyeron en tu carácter y modo de concebir la vida en casi todas sus aristas, desde la más humana hasta la social y política, pasando por la religiosa. Pero también nos hablas del hambre y de la guerra, y salpicas aquí y allá tus recuerdos con anécdotas, unas simpáticas y otras no tanto. De entre las primeros recuerdos agradables destacan los que vivió el abuelo Samuel, que había estado en la guerra de Cuba y que, luego, perdida aquella contienda, regresó a Pozo Cañada, donde la Diputación de Albacete le nombró guarda jurado. Cuentas de él que sus aficiones por la iglesia católica eran nulas y que en cierta ocasión te cogió aparte y te dijo:
--¿Sabes qué es una misa? Es una reunión de ignorantes mirándole las espaldas a un tunante?
A continuación te contó lo que él y varios descreídos como él habían hecho un día en que entraron en la iglesia del pueblo cuando aún no estaban encendidas las velas. Resulta que, portando envuelto en papel de estraza humo de imprenta, lo dejaron caer en la pila de agua bendita, lo removieron, se persignaron y ocuparon parte de un banco del final del templo. Poco a poco fueron llegando los devotos que todas las tardes acudían a escuchar la novena. Introducían los dedos en el agua teñida de negro de la pila y al hacerse la señal de la cruz se tiznaban la cara. Cuando, finalmente, el sacerdote, seguido de los monaguillos, salió de la sacristía para oficiar la novena y las velas del templo fueron encendidas, se originó el consiguiente desconcierto por parte del ministro de Dios y los devotos seguido de las risas de los malhechores, que no fueron descubiertos nunca porque también ellos aparecían tiznados de negro.
Se nota por el tono abierto que empleas al describirlo que sentías por él una admiración sin límites. Lo mismo que por el abuelo paterno, Antonio, que aunque murió joven y tú eras aún muy niño, guardas de él recuerdos entrañables. Era callado y se dedicaba a transportar tablones en un carro. El primer caballo de cartón con ruedas que tuviste te lo regaló el abuelo Antonio.
Y van desfilando por tus recuerdos las personas más allegadas a ti, tu padre, que murió joven, tu madre, tus hermanos… Tú, que naciste con la República, eras el mayor de todos y con tu hermano Juan Miguel llevabais a cabo travesuras propias de los chiquillos, travesuras que tenían como premio algunos pescozones de tu madre. Una vez que fuisteis a los Jardinillos, una especie de parque donde había árboles, pérgolas y alguna que otra fuente con su chorro de agua y su estanque correspondiente. El caso fue que tu hermano pequeño Paco se acercó al chorro de la fuente para beber agua con tan mala fortuna que resbaló y cayó al estanque. Lo sacasteis enseguida y lo pusisteis al sol para que se secase lo más rápido posible. Pero era un otoño frío de los que hacen época, y en Albacete. Y el chiquillo no entraba en calor; todo lo contrario: los mocos adornaban la helada nariz del pobre chiquillo, que no dejaba de tiritar. La gente que nos veía hacía más que aconsejarnos que lleváramos a nuestro hermano a casa antes de que cogiera una pulmonía. Y así lo hicimos, aunque demorando los pasos por si en el camino teníamos la suerte de que el sol acabara de secar las ropas de Paco. Estaba escrito que la paliza de vuestra madre caería de todos modos sobre tu hermano Juan Miguel y tú, que erais los mayores.







14.

“Nació aquel niño, primero y tercero a un tiempo,
en honrada cuna, de la que mamé juiciosos ejemplos
que me condujeron a intentar ser justo, quijote apedreado
que se condecora con los rasguños de su propia piel
y su persistente e inútil terquedad literaria.”


Ha dejado de llover. Cierro, por el momento, el libro de memorias de tus andanzas y me pongo a escribir estas notas. De vez en cuando me paro y reflexiono. ¿Quién eres tú realmente? Porque sé que me quedo corto si afirmo que Antonio Matea es el hombre de setenta y tantos años que, temeroso de que el tiempo que le quedaba de vida fuera insuficiente, corría y se apresuraba en sus actos y en sus gestos por dejar constancia en cuantos libros pudiera de que había sido algo importante mientras vivió, trabajó, amó, tuvo hijos, creó poesía… Más bien creo que tú eres la suma de todos los Antonio Matea Calderón que has sido, desde aquel niño de Albacete hasta este hombre poeta de a pie que yo he conocido hasta hace poco y con el que he vivido aventuras y desventuras en este mundillo especial que es el de la Literatura. Este hombre hablador y generoso que conocí en la tertulia de Jurado Morales ahora hace treinta años y con el que he compartido momentos buenos. Como el de formar parte de la publicación Azor en vuelo, una antología poética de los poetas más asiduos a la tertulia de Jurado y que vio la luz en Rondas en Marzo de 1880. Aparecen en esa antología, además de nosotros dos, el propio Jurado Morales, Juan Pastor, Vicente Rincón, José Carreta o Esther Bartolomé, entre otros. Cada uno de los figurantes en Azor en vuelo, junto con nuestros poemas adjuntamos unos cuantos datos biográficos. En los poemas que tú incluiste hay destellos de humanidad, como siempre. En el primero, sin título, hablas de la lluvia y del destino del hombre del campo, tan dependiente y esclavo de la volubilidad de la lluvia.
“Lluvia, voluble lluvia, en otoño te espero
Y en invierno y verano, sobre las rastrojeras,
Sobre las enfermizas, resecas rastrojeras.
Pero es mejor que llegues en mayo,
En primavera,
A poner las cosechas en las mesas del mundo.”
En Yo sé, el segundo de los poemas incluidos en la Antología, hablas de los albañiles, con quienes tienes tantos puntos en común y tal vez debido a ello nos confiesas:
“Yo me mezclo con ellos
(soy ellos).
Yo sé de sus problemas;
Yo sé que ignoran muchas cosas
Y tienen los ojos turbios
De mirar los grandes automóviles.”
Los amigos es el título del tercer poema y en él nos citas a unos cuantos, a Carreta indagando ( “cualquier día descubre su exacto camino”), a Rincón insistiendo, a mí subiendo al sótano, y todos formando el gran poema de la amistad, y sin embargo, “tal vez de madrugada o por la tarde nos iremos perdiendo como los astros tejen sus elípticas, cortan sus trayectorias y se pierden luego por el Universo.” Así nos iremos, Antonio, como tú dices. Hace unos días, tú; hace unos años Vicente Rincón, y tu amigo incondicional Carreta, y nuestro común maestro Jurado Morales, y…
Como broche de oro a tus poemas cierran tu participación en la Antología unos escuetos datos biográficos, que ya conozco: “Antonio Matea Calderón nació en Albacete en 1931. Manchego. Autodidacto. De niño fue estraperlista, verdulero, electricista y alpargatero. Después barbero, peón, radiotécnico y ahora capataz en Aiscondel S.A. Tiene tres hijos y siete libros publicados (Sonetos en gris mayor, Desterrado, etc.) y a punto de publicar : Los amigos, Del paisaje, Mujer en forma de alcancía, aparte de otros doce inéditos. Vive en Sardañola (Barcelona) desde 1961.”
En este Azor en vuelo no aparece una de nuestras compañeras de viaje en el mundo de la poesía, Encarna Fontanet, que en un principio sí iba a figurar, ¿recuerdas?, pero que a última hora no pudo presentar sus poemas a tiempo por hallarse enferma su madre en Vinaroz y tenerla que acompañar en tan difíciles momentos.
Encarna, Vicente, tú mismo, sí que aparecéis en otros eventos poéticos de aquellos años, como iré diciendo a lo largo de estas páginas. Los dos primeros, Encarna y Vicente, optaron al Premio Boscán de ese mismo año y al que yo concurría, pese a las palabras que el secretario había dicho el año anterior sobre mi poética. Como recordarás (tú nos acompañabas), durante la lectura del fallo, oímos que nuestros poemarios (Solilogo, de Encarna, Presencia de Argos, de Vicente, y El camino diario, el mío) habían quedado finalistas, y, para sorpresa mía, mi libro resultó ganador en aquella convocatoria.
Tú concursaste en la convocatoria siguiente y tu Cárcava con insecto quedó finalista en un premio que se llevó Alfonso López Gradolí. Tu libro se quedó en el baúl de los inéditos hasta que unos años más tarde lo publicaste en una edición de autor, encabezado con unos comentarios irónicos sobre los concursos literarios bajo plica. Pero prefiero aprovechar las palabras que dices también en esos comentarios para definir tu libro: “En Cárcava con insecto se relata la popular y dificultosa historia de una familia proletaria en los años anteriores a la democracia. Relato donde la metáfora juega su gran papel, embelleciendo y ocultando pero también descubriendo y deleitando a los medianamente inteligentes.” Y es verdad. Como muestra de lo que dices me parece muy oportuno citar el poema que titulas Esposa. De él extraigo estos versos:
“Tres lustros son bastante;
cinco lustros un mundo,
y los ríos se atrofian
y los surcos se inscriben
sobre la piel cansada.
Mas un poso de auroras,
de ternuras inmensas,
deposita en el légamo
versos para el cariño.
Como esta madrugada,
diecinueve de mayo,
cuando ella está durmiendo
y yo marcho al trabajo
con la emoción humana
de saber que el otoño
secó nuestro sarmiento.
Pero el mosto pervive
mezclado entre los posos
grisáceos de otra aurora.
Antorcha que ya dejas
en las manos de otros.”
Estoy leyendo ahora de nuevo Cárcava con insecto y antes de cerrar el volumen veo en sus últimas páginas la lista de tus libros publicados hasta ese momento, diciembre de 1988. Hay años en que diste a la luz hasta seis obras, como en 1982: una novela, La noche de Leandro Petrull, y cinco poemarios con títulos tan sugerentes como La muñeca que perdió el apetito, Viaje a la ingle de una señora, Historia del silencio, Bodrios y Triángulo epicéntrico. ¡Qué fecundidad, Antonio!, ¡cómo te han cundido los años! Lástima que no hayas podido seguir subiendo el andamio de tus escritos. Aún tenías pensado seguir sacando a la luz algunas obritas más. La última se ha quedado en algún lugar de tu nuevo despacho, esperando la guillotina. Pero contra la otra guillotina, la inexorable, la nunca deseada, no podemos hacer nada. Y se ha adelantado. Cuando un día de estos vuelva a tu casa para cortar los libros de El cuaderno, veré ese libro póstumo que andabas preparando, y tal vez pueda ojearlo, echarle una caricia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario