viernes, 10 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

SOBRE LA INTOLERANCIA

Hablar de intolerancia a estas horas es llegar tarde a todos los sitios. Se han dicho tantas cosas sobre el término que decir una más va a sonar a destiempo e incluso intolerante. Me conformo con hacerlo como mejor sé: con versos.
"Intolerancia,
ave sin nido,
alimaña sin sueño:
no necesitas armas
para matar al mundo.
Con un rayo de ira,
una costumbre rancia,
un NO de cien candados
injertas la cizaña
asfixiante del miedo,
escarneces perdones
y amordazas ventanas.
Intolerancia,
Ku-Klus-Klan de la sombra,
chapapote de sangre:
vuelve a tu madriguera
de raíces de olvido
para morir de rabia,
y deja que la primavera
florezca en los andamios
y en los cuerpos desnudos,
y que el día sea senda
para la libertad
y la noche otra luz
donde las manos blancas
--aves con nidos--
vuelen altas, muy altas."


ANATOMÍA DEL MIEDO

Anatomía del miedo, de José Antonio Marina, libro que alude en el subtítulo ("Un tratado sobre la valentía") precisamente a lo contrario, es un libro cuando menos peculiar. Además, está muy bien documentado, con una bibliografía exhaustiva (y no me refiero precisamente a la médica, pues no conozco gran cosa del tema en ese campo, sino a la meramente histórica y literaria) y un esquema de trabajo muy riguroso y ameno, cosas muy difíciles de conllevar paralelamente. Así que el resultado es bastante plausible. Desde la misma introducción se descubre por dónde va a ir el hilo de la tesis del libro: En ella se dice que la humanidad ha tejido su historia esforzándose por librarse del miedo y a la vez imponiéndolo para conseguir su seguridad. De ahí que el miedo sea una herramienta política de mucho poder, lo mismo que religiosa. Para vencer al miedo no hay que actuar como los animales (huyendo, atacando, inmovilizándose o mostrando simplemente sumisión a él), sino ignorándolo, como si no lo tuviera; eso sería la valentía. Y aunque todos nacemos miedosos siempre se ha valorado la valentía. Y el autor añade que desearía que la inteligencia humana se esforzara en aceptar y manejar las emociones, entre las que ocupa un lugar destacadísimo el miedo. Para concluir que su labor investigadora ha tenido como meta "elaborar una teoría de la inteligencia que comenzara en la neurología y terminara en la ética."
La cuestión es que el libro me ayudó mucho a comprenderme y a conocerme mejor. Hay una página que no tiene desperdicio, la 98. En ella se explica la estructura de la personalidad humana, de cualquier personalidad humana, incluida la mía. En ella se dice que existen tres estratos en la personalidad de un individuo: 1, la personalidad recibida, genéticamente condicionada, que incluye las funciones intelectuales primordiales, el temperamento y el sexo, y cuyas características principales son la vulnerabilidad, la propensión a los miedos y la afectividad negativa. 2, la personalidad aprendida o el carácter, que es un conjunto de hábitos cognitivos, afectivos y operativos adquiridos a partir de la personalidad anterior. Y 3, la personalidad elegida, o manera como nos enfrentamos o aceptamos nuestro carácter y operamos según él; incluye el proyecto vital y el sistema de valores. ¿Un libro de autoayuda? Yo creo que fue bastante más que eso.



LA VIDA EN LOS LIBROS

Desde que estamos casados, mi mujer y yo nos acostumbramos a encontrar gusto en descubrir otras vidas en los libros. Al principio me encargaba de elegirle novelas que le hicieran sentir y pensar algo. Y los dos, una vez que estábamos enfrascados en nuestras respectivas lecturas, de vez en cuando levantábamos los ojos del libro y pasábamos ratos agradabilísimos descifrando pensamientos y sentimientos de los personajes que aparecían y desaparecían en nuestras respectivas novelas. Y nos preguntábamos cosas y detalles de las vidas de los personajes de nuestros libros. Así las vidas de papel se cruzaban con las nuestras con cierta naturalidad que a la primera de cambio se convertía en familiaridad, de modo que las experiencias vitales librescas y personales se mezclaban con la suavidad y dulzura del azúcar en el café con leche.
Recuerdo que en cierta ocasión mi mujer estaba leyendo desde hacía días Con la noche a cuestas, una novela con la que Manuel Ferrand había ganado el Planeta a finales de los sesenta. Era casi de noche y en la ventana quedaba poca luz. Mi mujer levantó la mirada del libro, se quitó las gafas como para dar por concluida la lectura por aquel día y me dijo que acababa de conocer por encima la solitaria y arriesgada vida de Tirso, un vigilante de obras nocturno. Acto seguido, a su pregunta, le dije que yo, en cambio, acababa de leer un poema de Juan Ramón Jiménez en el que hablaba de su adiós definitivo; el poeta, en su yo poético le había dicho desde la página de su libro:
"Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco..."
Otras veces coincidíamos en la lectura de textos aún más dispares. Mientras yo leía el Kafka de la Carta al padre, un cúmulo de recriminaciones y reproches producto de su mente enferma o de su típica angustia y sus miedos a hacerse mayor bajo la supuesta mirada del padre severo y autosuficiente, mi mujer leía La soledad era esto, una novela de tintes poéticos de Juan José Millás. Yo disfrutaba oyéndola. Siempre su voz sabiamente narradora sabía dar con el intríngulis de las vidas de los protagonistas de sus novelas, y lo hacía de una manera única, entrañable y natural. Que ya me hubiera gustado poseer a mí en los momentos de la clase, cuando ante los alumnos tenía que lograr hacerme con sus voluntades y motivarlos para que, empujados por una fuerza superior y una curiosidad sin límites, acudieran a los libros recomendados y los devoraran como el mejor y más digestivo de los alimentos...espirituales. Oyéndola, me daban ganas de levantarme de mi sillón y darle un abrazo total, incondicional y tierno. Recuerdo, por ejemplo, el respeto, que era admiración sin el menor atisbo de crítica, con que hablaba de la Elena de La soledad era esto. Me decía : "Elena hace contratar por teléfono a un detective privado para conocer las infidelidades de su marido y luego, tras aceptar el destino que le ha tocado vivir (la muerte de su madre, su soledad conyugal...), pide al detective que la investigue a ella; porque así se siente más viva, de algún modo menos solitaria y, sobre todo, puede ver la luz de la esperanza al fondo de su triste y solitario túnel. Ni la dramática expresión de Juan Ramón al decir aquellos versos de
"Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico..."
podía igualarse con la transparente sencillez y emoción con que mi mujer me hablaba, por ejemplo, de los dos pobres hermanitos, Santi y Begoña, protagonistas de El otro árbol de Guernica, de Luis de Castresana, los cuales se ven obligados durante la guerra civil española a vivir en el extranjero, alejados del mundo del hogar y de su infancia...

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