miércoles, 15 de octubre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

SOBRE LA HIPOCONDRÍA

Mientras esperaba en la consulta del psiquiatra me dio por pensar en que muchos de los males que me aquejan son debidos a trastornos psicológicos que padezco. Si no estoy enfermo, pienso en la enfermedad que me está rondando, y si ya estoy enfermo, exagero los síntomas de mi posible dolencia de tal modo que me pongo peor. Eso puede deberse a que padezco la peor de las enfermedades: la hipocondría. El diccionario la define como afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud. Antes de entrar a la consulta del psiquiatra aún me dio tiempo de leer un párrafo en Anatomía del miedo que tenía que ver con ello: " La hipocondría se relaciona con otros trastornos psicológicos, en especial con la angustia y la depresión, y también con una capacidad agudizada para percibir problemas, lo cual a estas alturas no puede sorprendernos. Desde el psicoanálisis se pensaba que estaba relacionada con el narcisismo. El hipocondríaco siente una auténtica pasión organizada alrededor del cuerpo, de su dolor, un aparente deleite en la exhibición de su sufrimiento y en la prolijidad con que recita sus síntomas." Aquel párrafo me estaba retratando. Era yo, aunque algo exagerado. Al punto pensé que sin duda detrás de todo eso se hallaba la vejez. Estaba seguro de que la vejez trae consigo eso y mucho más.. Ya lo decía bien la Celestina y Jorge Manrique y tantos otros clásicos de nuestra literatura. Mientras tanto, el jardín se rejuvenecía sin parar. Los pitosporos estaban como locos echando nuevos brotes, los narcisos doblaban su cabeza verde y se abrían en cinco pétalos amarillentos con un círculo azafrán en el centro, las carolinas amarilleaban en las puntas, los nísperos engordaban, las yedras se estiraban, los evónimos se ensanchaban cada vez más quitando espacio a los cactos, cuyas flores rojas y acampanadas, seguían abriéndose, las saxífragas se extendían por todo el arriate con sus hojas redondas y nervadas, el lilo engordaba por horas sus yemas extremas... todo en el jardín anunciaba la cercana primavera. Todo era joven menos yo.




EL CONCEPTO DE LA ANGUSTIA

Yo siempre había creído que El concepto de la angustia, de Kierkegaard, se encontraba en algún estante de mi biblioteca, pero no era así, de modo que a la primera ocasión que tuve y mientras esperaba mi turno en la biblioteca de Cerdanyola para acceder a mi correo electrónico, comprobé que ese libro se encontraba allí y lo pedí. Pero en casa comprobé enseguida que las teorías del filósofo danés sobre la angustia no me interesaban demasiado porque, tal y como rezaba en el subtítulo era una "investigación psicológica orientada hacia el problema dogmático del pecado original". Es un libro triste y extrañamente religioso de un hombre que fue siempre triste y carcomido por las ideas de la inocencia y el pecado. Y yo buscaba herramientas para conocer mejor lo que me estaba pasando. Lo de que la angustia es una consecuencia del pecado original o del pecado que consiste en la falta de conciencia del pecado, no me interesaba lo más mínimo, ni siquiera que la angustia en unión con la fe es un medio de salvación. Eso está muy bien para los católicos, apostólicos y romanos, pero no para un hombre normal, creyente por educación pero poco más, y con una enfermedad psicosomática, trastorno de angustia, según me había diagnosticado mi psiquiatra. Lo de Adán, el árbol del Bien y del Mal, la caída y sus consecuencias para el resto del género humano era cosa de las Sagradas escrituras, cuyas lecciones y lecturas había escuchado y leído de niño con verdadero interés. Aunque sólo fuera la historia particular, sin símbolos ni parábolas, con sus personajes y sus decisiones, sus espacios naturales y los demás elementos de la narración: la historia de Abrahán y su hijo Isaac, Daniel y los leones, el valor y la astucia de David para vencer a Goliat, la fuerza de Sansón en contraposición de las artimañas femeninas representadas por Dalila, el baile de los siete velos que acaba con la decapitación del bautista..., hasta muchas de las historias y milagros de Jesús, ya en el Nuevo Testamento, incluida su esperada resurrección, hoy tan puesta en entredicho en libros de superventas y en películas rodeadas de polémica, como la última en que se habla de la tumba de Magdalena, Jesús y el hijo de ambos... me mordían entonces y aún me muerden la curiosidad.
Sin embargo hay afirmaciones en el libro que me han llamado la atención. La primera de ellas es la de advertir que hay que diferenciarla del miedo y demás estados análogos, porque éstos se refieren siempre a algo determinado, "mientras que la angustia es la realidad de la libertad como posibilidad antes de la posibilidad. Por eso no se encuentra ninguna angustia en el animal; justamente porque éste, en su naturalidad, no está determinado como espíritu."
O éstas otras: "El hombre es una síntesis de alma y cuerpo; pero al par es una síntesis de lo temporal y de lo eterno." "Hablar del bien y el mal como si fueran objeto de la libertad, significa hacer finitas ambas cosas, la libertad y los conceptos de bien y mal. La libertad es, empero, infinita y no brota de nada." "La verdad sólo existe para el individuo cuando él mismo la produce actuando." "Los fenómenos negativos carecen de la certeza porque son presa de la angustia del contenido." "Entender una frase es una cosa; entender lo que en ella apunta a mí es otra cosa. Entender lo que uno mismo dice es una cosa; entenderse a sí mismo en lo dicho, otra." "Quien ha aprendido a angustiarse en debida forma, ha aprendido lo más alto que cabe aprender. Si un hombre fuera un animal o un ángel, no sería nunca presa de la angustia."






DE NUEVO LA BUHARDILLA

Por las tardes, después de comer, nos subíamos mi mujer y yo a la buhardilla y tomábamos el sol con un libro en las manos. Yo, por lo menos, dejaba que el sol me acariciara la piel y poco más hacía, o nada, con el libro que tenía en la mano. En cambio, mi mujer, aprovechaba las dos cosas al máximo. Y así acabó una de aquellas tardes la historia de Tirso, el vigilante de la obra de la novela de Manuel Ferrand Con la noche a cuestas. Según me decía, Tirso acababa de sufrir un accidente en la obra; parte de la construcción se había caído sobre la chica de la pensión en la que él se hospedaba y sobre una de las piernas del vigilante. La chica al final murió y Tirso, en el hospital, escayolada una pierna y acompañado de su esposa, se recupera del susto y decide volver a su pueblo, que era su sitio, según decía su esposa. Castro, el sereno, y Fede, el portero, hablan en las últimas páginas de la novela de la mala suerte que había tenido su amigo, el cual al fin se concilia con su destino, pese a la pregunta que se hacen Castro y Fede sobre la cartera, la famosa cartera que sirve de punto de referencia a la relación entre los diversos personajes de la narración, y que el nuevo vigilante encuentra entre los escombros de la obra derrumbada. ¿Como había vuelto allí la cartera con el dinero después de que Tirso la hubiera devuelto al presunto dueño que la había perdido?

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