LA BARCA
Había una vez un viejo pescador de Tossa que cada mañana, al rayar el alba, bajaba a la playa para salir a pescar con su barca. Hasta que un amanecer notó que alguien había movido durante la noche la tela que cubría el cubo de los aparejos y que la quilla de proa miraba tierra adentro. Pero como no faltaba nada, se hizo a la mar como siempre y tras torcer el pico de la Vila Vella hacia Levante, puso rumbo a la parte que queda enfrente de la Cala del Codolar, para iniciar su faena.
Al día siguiente, para su sorpresa, descubrió que habían vuelto a mover la tela que cubría el cubo de los aparejos y a cambiar de dirección la quilla de proa de la barca. Comprobó que, como el día anterior, tampoco faltaba nada en la barca y se hizo a la mar nuevamente, aunque sin dejar de pensar en el hecho de que alguien subía cada noche a su barca a hacer Dios sabe qué. Y eso le intrigó y le llenó de inquietud. Y así un día y otro día, hasta más de una semana. Entonces una noche decidió averiguar qué pasaba. Y cuando las sombras se abatían sobre Tossa y los reflejos de las luces de la Vila Vella formaban columnas amarillas en el agua tranquila de la bahía, subió a la barca y se escondió tras las cajas de la pesca a la espera de los acontecimientos. Pasó el tiempo y nadie acudía, y el pescador se quedó dormido. Sería la medianoche cuando un fuerte ruido en la barca le despertó. Sin moverse, vio desde su escondrijo las siluetas de cuatro mujeres a las que el pueblo tenía por brujas. Una de ellas era la mujer del tabernero del Paseo del Mar, otra la estanquera y las dos restantes dos hortelanas que en el mercadillo de los jueves venden los frutos de su huerta. De repente, la que llevaba la voz cantante, que no era otra que la tabernera, cogió el cubo de los aparejos y dijo:
--Vara para una, vara para dos, vara para tres, vara para cuatro.
Pero la barca seguía en su sitio. La bruja que mandaba el grupo miró recelosamente alrededor. El pescador se encogió aún más en su escondrijo para no ser descubierto. La capitana volvió a repetir:
--Vara para una, vara para dos, vara para tres, vara para cuatro.
Y nada. Todo siguió igual en la barca.
La bruja preguntó a sus compañeras:
--¿Alguna de vosotras está preñada?
Las otras respondieron encogiéndose de hombros, a lo que la capitana replicó:
--Haré la fórmula hasta llegar a cinco. Vara para una, vara para dos, vara para tres, vara para cuatro, vara para cinco.
Dicho y hecho. La barca se levantó de la arena de la playa y enseguida empezó a volar por encima del peñón de la Vila Vella mar adentro a una velocidad vertiginosa. El pescador iba en su escondrijo muerto de miedo, sin saber cómo ni dónde acabaría aquel vuelo embrujado de su barca. Al cabo de un tiempo la barca empezó a descender y finalmente se posó en una playa solitaria de arena finísima que lo mismo podía ser de América que de África. Una luz rosada se extendía sobre el mar.
Las brujas descendieron de la barca y nada más pisar la arena, ante los ojos incrédulos del pescador, se convirtieron en cuervos y desaparecieron volando tierra adentro, por encima de unos árboles altos y gruesos que el pescador nunca había visto hasta entonces. Éste descendió también de la barca pensando en que, cuando contara en el pueblo su extraordinario viaje nocturno, nadie le creería. Así que se dio una vuelta por los alrededores de la playa y recogió una planta con flores exóticas que nunca había visto y se la guardó en el bolsillo. Luego subió a su barca y se escondió en el mismo sitio que antes esperando a que las brujas volvieran. Éstas regresaron volando al cabo de un rato y, tras volver a sus originarias figuras de mujer, subieron a la barca, dispuestas a realizar el viaje de retorno. La capitana volvió a pronunciar la fórmula mágica:
Las brujas descendieron de la barca y nada más pisar la arena, ante los ojos incrédulos del pescador, se convirtieron en cuervos y desaparecieron volando tierra adentro, por encima de unos árboles altos y gruesos que el pescador nunca había visto hasta entonces. Éste descendió también de la barca pensando en que, cuando contara en el pueblo su extraordinario viaje nocturno, nadie le creería. Así que se dio una vuelta por los alrededores de la playa y recogió una planta con flores exóticas que nunca había visto y se la guardó en el bolsillo. Luego subió a su barca y se escondió en el mismo sitio que antes esperando a que las brujas volvieran. Éstas regresaron volando al cabo de un rato y, tras volver a sus originarias figuras de mujer, subieron a la barca, dispuestas a realizar el viaje de retorno. La capitana volvió a pronunciar la fórmula mágica:
--Vara para una, vara para dos, vara para tres, vara para cuatro, vara para cinco.
Y la barca volvió a levantarse de la arena de aquella playa solitaria y a volar por encima del mar a la misma velocidad que en el viaje anterior. Aún no había amanecido del todo cuando la barca se posó sobre la playa de Tossa. Las brujas bajaron de la barca y se marcharon a sus casas, a hacer vida normal. El pescador esperó un rato antes de saltar de su barca y lo primero que hizo fue ir a ver a sus amigos a la taberna del Paseo del Mar, donde solían desayunar antes de salir a su trabajo, para contarles el viaje nocturno que había realizado en su barca y en compañía de las cuatro mujeres tenidas por brujas en el pueblo.
Nada más oírle, sus amigos se echaron a reír. Uno de ellos fue más lejos y le dijo:
--Hoy has empezado a beber antes de tiempo.
Entonces el viejo pescador se echó mano al bolsillo donde había metido la planta con flores exóticas y tiró de ella para proponerla como prueba de que lo que contaba era verdad.
--Ahora me creeréis—dijo.
Pero al sacar lo que él creía la planta que había arrancado de aquel país lejano que lo mismo podía ser América que África, las carcajadas de sus amigos aumentaron de tono y cantidad.
Lo que sostenía su mano derecha no era más que un alga marrón y seca de tantas como arroja el mar a la arena de la playa de Tossa.
El viejo pescador no sabía qué pensar ni qué decir. Sólo logró descubrir en la mirada de la mujer del tabernero, que secaba unos vasos en ese momento detrás de la barra, un brillo malicioso y en su boca una mueca diabólica.
El viejo pescador salió al paseo buscando aire y, tras dar dos pasos hacia la playa donde le esperaba su barca, cayó fulminado al suelo, muerto de un infarto.
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