En este país adquieren fama las cosas más peregrinas. Esta vez le ha tocado a Borja, municipio de la comarca Campo de Borja (Zaragoza). La culpa la tiene una anciana que, puesta a restaurar la pintura mural de un templo de la localidad que representaba el rostro divino del Redentor, la ha convertido en la irredenta representación de la cara de un mono. Mejor dicho, la culpa la tiene el cura que le encargó la "obra" a la pobre mujer, que ha enfermado ante el jaleo que los medios han liado a costa del evento. Yo no quiero con estas líneas hacer leña del árbol caído, sólo dejar constancia de que, como decía al principio, el asunto más insignificante cobra dimensiones astronómicas cuando cae en manos de medios tan poderosos como la televisión.
Lástima que una desgracia así sirva para airear el nombre de Borja, que para mí era un topónimo empleado por Bécquer en sus Cartas desde mi celda y el recuerdo imborrable de un viaje que hice por aquellas tierras en los años sesenta para visitar el monasterio de Veruela, vecino del lugar, adonde el autor de las Rimas había acudido cien años antes para encontrar un poco de paz para su agotada y enfermiza anatomía.
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