lunes, 13 de agosto de 2012

Memorias de un jubilado


SOBRE VIAJES

Ahora que el relax de agosto aquí en Tossa es absoluto, aunque la masificación en sus pequeñas playas es exagerada, me ha dado por recordar viajes hechos en "manada" y en autobús, cuando la verdad es que los odio. Sin embargo, a lo largo de mi vida he realizado algunos viajes en esa horrible modalidad (media Francia en autobús para llegar a París, media Portugal para hacer visitas relámpago a Lisboa, Sintra, Batalla, Coimbra, Fátima... También recuerdo otros viajes parecidos pero con el medio de transporte diferente, como el viaje en avión a Lanzarote con las típicas visitas a Timanfaya, los jameos del agua, Teguise, Arrecife, Puerto del Carmen...) y que no habían ido del todo mal y siempre había disfrutado de algún rincón en especial. Casi instantáneamente evoco el viaje que hicimos en el 91 a Italia en coche particular y en el que nos robaron la maleta en Bolonia, cosa que, como contraste y liberación, nos hizo disfrutar a tope en ciudades tan llenas de sensaciones y bellezas como Venecia o Florencia. Por primera vez, el recuerdo me servía en bandeja una experiencia inolvidable (incluida la del desvalijamiento de la maleta).
Pero de unos años a esta parte, sólo me convencen los viajes cortos por lugares entrañables y emblemáticos de la península: Galicia, Cantabria, Zamora... ¡Qué lejos está ahora el primer vuelo que hicimos en avión recién casados a Mallorca en compañía de la pareja amiga, también recién casados, formada por Alberto y Pepi.  Días en Palma que se metieron para siempre en mi alma y alguna que otra escapada a Valldemosa, Sóller o las Cuevas del Drac. Finalmente, estoy convencido de que la valentía que se tiene de joven, una valentía tejida un poco de inconsciencia y mera vitalidad, se va debilitando con la edad hasta convertirse a la larga en miedo, un miedo a la experiencia nueva, a comprobar que nada va a ser como antes. Es como si el miedo y el valor fueran las dos caras de la misma moneda: la juventud y el arrabal de la senectud por los que todo el mundo está condenado a pasar. Estoy seguro por fin de que sólo el que sea capaz de controlar la vejez con una razón y un espíritu completamente jóvenes (un poco de inconsciencia y ganas de vivir cosas nuevas) podrá salvar algunos obstáculos, sólo algunos, de la vida nueva que resulta de ir dejando atrás las fuerzas, las ilusiones, las ganas de disfrutar, la salud, el valor... y enfrentarse sin complejos a la vejez y... a nuevos viajes.




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