El relato con que empieza esta sección nació hace una semana o cosa así a raíz de una conversación que mantuve con un cuñado mío sobre la novela de Pérez Reverte que acababa de leer, y a él (a mi cuñado, claro) se lo dedico, deseándole que se restablezca lo antes posible de su dolencia. Y se imagine que lo está leyendo en la playa.
LA VIUDA MISTERIOSA
Lástima que Pérez Reverte haga salir a María Beano de su casa en su novela para morir en la calle de un disparo antes de llegar al Parque de Artillería de Monteleón para encontrarse con su amante el capitán Pedro Velarde. La tragedia de esta mujer se acentúa al hacernos saber el novelista que acaba de dejar a sus cuatro hijos pequeños al cargo de la criada. Es verdad que muere como una heroína defendiendo el honor del pueblo madrileño que está siendo masacrado por las tropas francesas mandadas por Murat, y como tal pasará a la historia junto a otras mujeres como Benita Pastrana, que encontró la muerte cuando llevaba munición a los artilleros, Clara del Rey, que luchó en el cuartel junto a su marido y sus tres hijos, o Manuela Malasaña, joven bordadora que, al ser registrada cuando volvía del taller a su casa por unos soldados franceses y encontrársele encima unas tijeras, fue al momento pasada por las armas. Pero a mí me interesa saber otros detalles de la vida de esta mujer, viuda de un capitán de artillería, amigo de Pedro Velarde, uno de los artífices del levantamiento del Parque de Artillería de Monteleón contra los ejércitos franceses junto a Luis Daoíz. Y las misteriosas visitas que recibía en su casa por parte del citado Velarde. Dos son las preguntas, cuyas respuestas he encontrado investigando aquí y allá en libros de la época, unos de Pedro Répide y otros de Mesonero Romanos y algún que otro artículo del periodista zamorano Santiago Martínez Cuesta que vivió en Madrid en la primera década del siglo XIX: ¿Cuándo nacieron estas visitas? ¿Fue Velarde su único amante?
Esto es lo que he obtenido de las fuentes citadas sobre la vida de María Beano inmediatamente anterior a su desgraciada muerte.
Antes de morir su marido el militar, María se encontraba a veces con un abogado de provincias en una cafetería de la calle de Atocha, y hasta en el Real compartieron en una ocasión un palco para hacer manitas a escondidas mientras se representaba una ópera de Donizetti. Luego o a la vez, que en esto no se ponen de acuerdo las fuentes utilizadas, se la vio alguna tarde en el Retiro con un viajante de vinos, pero por lo visto la cosa no pasó a mayores. Con las habladurías a que dieron lugar estos y otros esporádicos encuentros más o menos amorosos, como el que tuvo con un pintor admirador de Goya, aumentaba la mortificación de su pobre marido el capitán de artillería. Y cuando murió éste, cuentan que se hallaba a su lado uno de sus mejores amigos Pedro Velarde, también capitán de artillería, a quien, cogiéndole la mano, le pidió con lágrimas en los ojos:
--Cuida de mi mujer y de mis hijos.
Velarde asintió y el moribundo cerró los ojos mientras una sonrisa de agradecimiento se fue lentamente congelándose en sus labios.
Enseguida llegaron las visitas oficiales de Velarde a la joven y hermosa viuda para cumplir lo que había prometido a su marido en el lecho de muerte. La escolaridad y la alimentación de los hijos, el bienestar de la madre, la agenda social y todos esos asuntos de la vida de una persona de puertas afuera. Y también llegaron las visitas privadas, cuando los niños estaban acostados y la criada haciendo recados. Primero en la propia casa de la viuda y después en un piso que Velarde alquiló cerca de la Plaza Mayor. Allí los dos amantes se entregaban a breves pero intensos momentos de amor sin planes para el futuro porque los tiempos andaban revueltos. Se hablaba de que Napoleón Bonaparte se había encaprichado de España y planeaba un pacto silencioso con la monarquía para entrar de rondón y sin resistencia en el país.
Y llegó abril de 1808, y a últimos de mes tuvo lugar una exposición de pintura en uno de los salones del Círculo de Bellas Artes. A la inauguración asistió María Beano, acompañada de un grupo de personas descontentas con la presencia de militares franceses en Madrid. Uno de los cuadros allí expuestos estaba firmado por José Miñambres Cossío, el artista que una vez mantuvo relaciones con la joven. El cuadro representaba a Murat instruyendo a unos cuantos burros vestidos con casacas francesas y fue, como es lógico, la comidilla de las personas asistentes a la exposición, entre las que se encontraban algunos intelectuales afrancesados como el dramaturgo Leandro Fernández de Moratín, que criticó duramente la falta de respeto de la obra en cuestión. A lo que respondió la mayoría gritando: “¡Fuera los franceses!”
A los pocos días sucedió lo que todos temían. Primero la escapada a Francia en un coche con sus hijos de la Reina de Etruria y la espera de dos coches vacíos más en la puerta del Palacio para llevarse al Infante que no quería irse y lloraba. Finalmente, la presencia de un ayudante de Murat en el lugar encendió los ánimos de la gente que se agolpaba en las inmediaciones del Palacio y acabó agrediéndole. Acto seguido las fuerzas mandadas por Murat arremetieron contra la multitud, que huye a la desbandada. Pero enseguida se volvió a reunir espontáneamente en cualquier calle de Madrid dispuesta a atacar a cualquier soldado francés que encontrara en su camino. Carretas, Montera, Alcalá son hervideros de gente. Para acabar con el multitudinario motín, Murat barrió con su artillería la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo. Enfebrecido por la situación, un grupo de paisanos corrió hacia el barrio de las Maravillas donde se encontraba el Parque de Artillería de Monteleón, con la intención de hacerse con algunos cañones para realizar la resistencia contra el francés invasor. Los artilleros dudaron si unirse a la rebelión del pueblo o abstenerse. Pero los capitanes Pedro Velarde y Luis Daoíz sacaron a la calle tres cañones y se prepararon para rechazar al enemigo ayudados por los paisanos y un piquete de infantería mandado por el teniente Ruiz. El combate fue encarnizado y heroico. Las mismas mujeres colaboraban con los defensores proporcionando munición y asistiendo a los heridos. La criada de María Beano, que volvía de la calle de hacer la compra del día, informó a su señora de lo que estaba pasando en el Cuartel de Monteleón. Al oírlo, se angustió de tal modo ante lo que le pudiera pasar a su amante, que pidió a la sirvienta que se quedara un rato con los niños para acudir al Parque de Artillería y ayudar en lo que se terciara. Aunque su verdadera intención era ver a su amado antes de que ocurriera lo peor. Lo demás lo dice la historia.
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