Hoy le toca el turno a uno de los más grandes escritores hispanoamericanos de todos los tiempos,
Jorge Luis Borges (1889- 1986)
Nació en Buenos Aires y fue hijo de un profesor. Estudió en Ginebra (Suiza) y vivió en España durante un tiempo, en el que se relacionó con poetas ultraístas. De regreso a la Argentina, participó en la fundación de varias revistas (Prisma, Proa, etcétera) en las que colaboró. A causa de una herida en la cabeza, empezó a perder la vista hasta quedar completamente ciego. Pese a ello trabajó en la Biblioteca Nacional y llegó a ser su director. Recibió numerosos premios, el más importante de todos el Cervantes en 1980. Murió en Ginebra.
Además de un excelente narrador, como lo demuestran sus colecciones de cuentos, entre los que destacan Ficciones, El Aleph o El Hacedor, Borges es muy conocido por su poesía, cuyos libros más importantes son: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente o Cuaderno de San Martín, entre otros.
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
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