jueves, 26 de julio de 2012

Grandes poetas hispanoamericanos


Entre los poetas más innovadores del siglo XX se encuentra el peruano

César Vallejo (1892- 1938)

Dejando aparte su labor narrativa (Escalas, 1923, colección de estampas y relatos; El tungsteno, 1931, novela indigenista; su póstumo cuento Paco Yunque), César Abraham Vallejo Mendoza (éste fue su verdadero nombre) consiguió renombre universal con la poesía. En Lima dio a conocer dos de sus más importantes poemarios: Los heraldos negros, 1918, de claro corte modernista, si bien contiene muchos versos que señalan su posterior camino personal; y Trilce, 1922, libro que muestra el nuevo lenguaje vanguardista del poeta. Al año siguiente viajó a Europa para nunca más regresar al Perú. Residió sobre todo en París, donde moriría, y estuvo en España coincidiendo con la Guerra Civil, durante la cual escribió unos poemas dedicados a los horrores de la contienda que no fueron publicados hasta después de su muerte con el título España, aparta de mí este cáliz, 1939. Los últimos años de su vida se valió del periodismo y algunos trabajos como traductor y profesor, si bien nunca dejó de escribir poemas, preferentemente de corte social y de reivindicación ideológica, pero siempre profundamente humanos. Todos estos poemas fueron publicados póstumamente con el nombre general de Poemas humanos, para muchos su obra cumbre.



Leamos una muestra de estos últimos:



Al cavilar en la vida, al cavilar
despacio en el esfuerzo del torrente,
alivia, ofrece asiento el existir,
condena a muerte;
envuelto en trapos blancos cae,
cae planetariamente
el clavo hervido en pesadumbre; cae!
(Acritud oficial, la de mi izquierda;
viejo bolsillo, en sí consideradas, esta derecha).

¡Todo está alegre, menos mi alegría
y todo, largo, menos mi candor,
mi incertiidumbre!
A juzgar por la forma, no obstante, voy de frente,
cojeando antiguamente,
y olvido por mis lágrimas mis ojos (Muy interesante)
y subo hasta mis pies desde mi estrella.

Tejo; de haber hilado, héme tejiendo.
Busco lo que me sigue y se me esconde entre arzobispos,
por debajo de mi alma y tras del humo de mi aliento.
Tal era la sensual desolación
de la cabra doncella que ascendía,
exhalando petróleos fatídicos
ayer domingo en que perdí mi sábado.

Tal es la muerte, con su audaz marido.

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