lunes, 19 de mayo de 2008

RETAHÍLA DE UNA MAÑANA EN BARCELONA

Mañana otoñal. El hombre espera
sobre el andén al tren que vendrá pronto,
mientras lloran las letras en las hojas
del periódico gratis.
No discriminem les persones amb SIDA.
Nuevas pistas señalan al vecino de los McCann.
Kidman teme seguir los pasos tristes
de la Princesa de Gales…
¿Qué le espera al hombre el día en Barcelona?
¿Saldrá tal vez el sol? ¿Habrá alguna incidencia en la salida
cultural con los chicos?
El manco de Lepanto y dos novelas
pasadas al teatro, y luego el vicio
de recorrer los pasos del Manchego
por las calles vetustas de Barcino.
Pensamientos de miedo y esperanza.
El miedo al aire, entre las hojas secas
que se mueren con quejas amarillas
y el aire quieto de ausencias transparentes.

El tren llega, se sube. Dentro, el mundo
del libro y del trabajo
(en sus manos la ausencia y en sus ojos
el brillo del olvido)
se saludan y enzarzan
sus ardientes condenas.
Barcelona, expectante,
les aguarda en el vientre de los túneles.
Llega Clot, el teatro,
Cervantes y un cristal de licenciado
Y una boda engañosa. Dos actores
se multiplican en soldados,
licenciados, doncellas,
damas tunas que ocultan sentimientos.
Abren cestas de mimbre,
izan velas, dialogan, cantan
simulando voces dulces de mujer…
todo el truco
de la tramoya que no da más de sí:
un telón y las sombras,
y la Portada
de las doce Novelas Ejemplares.
Los premios del aplauso, y se fini.
La humedad de la calle, el barrio suelto,
ruidoso entre semáforos, las tiendas
y la gente, de espaldas a la muerte,
caminando con luz en la mirada
hacia los duros mercados de la vida.

De nuevo los andenes, los billetes
del tren de cercanías
que alejan los olvidos y los miedos
y acercan en suspiros virtuales
la esperanza de los últimos andenes.
Y abandonar el vientre subterráneo.
Suben profes y alumnos como topos
a la luz de la Plaza.

Devienen aves libres
de vuelos callejeros,
ríos habladores en busca del Quijote por el Gótico,
el Call, la Sinagoga, los balcones
que gritaban al paso de los héroes.
El mar estaba cerca. El fin al borde
de una herida en la arena, velas rotas
por arcabuces ciegos. Y en la playa
de la imaginación
Sansón Carrasco vence al caballero,
pone punto final a la locura.

Cerca está la casa de Cervantes.
Desde ella otea aún el mar caliente
de aventuras, galeras y grilletes.
y ve caer vencido a su otro yo
a punta cruel de lanza de destierro.
Madrid le espera ya, sin tumba fija,
a la deriva entre docenas de esternones,
calaveras y tibias… Eso piensa
el profesor mirando la fachada
que frente al mar recuerda el paso vivo
del Manco de Lepanto en Barcelona.

Mientras, arriba, el cielo, encapotado,
aguanta la tristeza del momento.
Se cruza Layetana, gotas frías
ungen al grupo cultural. El muro gris
de Santa María del Mar se lava y salva
su silencio con lluvia de otro otoño.

Mientras, sigue la llama
del vecino Fossar de las Moreras
diciendo: Cataluña no quiere ya más eñes,
no quiere más palabras de Castilla en la lista
de los muertos por la Comunidad.

Pero la lluvia cae con eñes de cien sueños
sobre las duras baldosas de la plaza.
Los alumnos descansan mientras comen
en los bares cercanos.
El hombre y sus colegas
visitan las Caputxes.
Sentados a la mesa, en la ventana
ven el arco apuntado de la iglesia.
Lasaña y vino. Y lluvia
tenaz sobre la plaza.
Cada adoquín es ya charol humilde
y en el alma se moja la semilla
de la nostalgia inútil.

Se reanuda el paseo ya de vuelta
hacia los vientres trepidantes de los túneles
con la fatiga hiriendo
los escudos más fuertes.
Picasso les saluda al pasar por su patio
y les muestra la ropa hecha jirones
de un arte de entreguerras, de una guerra
pintada en las meninas y en cerámicas,
en trastiendas de polvo y oro viejo
de la calle Montcada.

El camino les lleva hacia Arcos Rojos
con murciélagos regios en los bordes
y leyendas de finales de siglo,
cuando Onofre Bouvila, imitaba al Quijote
en manos de Mendoza, otro Cervantes
sin deriva y sin ganas de soñar
en anónimas tumbas.


De toda la salida cultural
le queda al hombre el ruido de la plaza
de San Felipe Neri, los zumbidos
de unos niños jugando a la pelota
y los gritos callados de los tiros
grabados para siempre en las paredes.
Cervantes, el teatro, Barcelona…
Y el fusilamiento impasible del olvido.

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