martes, 6 de mayo de 2008

POR UNOS CUANTOS RECUERDOS

LA CIUDAD DE ENTONCES

La ciudad de los recuerdos,
ciudad en Semana Santa.
¡Cómo corren los chiquillos
por las calles empinadas!
San Ildefonso y el Fraile,
aquella escondida estatua
que sabe más de la tierra
que las gentes más ancianas,
quedan atrás, y los pasos
de las viejas rezagadas
suenan a rezos dormidos
en las callejas cercanas.

Ya están las plazas miedosas
llenas de sombras calladas.
De vez en cuando una tos
misteriosa el aire rasga.
De tanto silencio y pena
la brisa susurra alarmas
y nos trae en la penumbra
olor a cera quemada,
el roce desnudo y frío
de los pies en la calzada
y el golpe serio que dan
de los cofrades las varas.

Por las calles más antiguas,
hecho carne,el Cristo pasa
con las manos temblorosas
y el amor en la mirada.
De tanto silencio y pena
la brisa susurra alarmas
y le ayuda a sostener
esa cruz enamorada.

La noche se queda a solas
con el llanto en las acacias,
con las sombras de los muros
y las rejas apagadas.
Tal vez el río en el puente
entable su triste charla
con la blanca luna herida
o con la azuda de plata.
Tal vez, como siempre, siga
desmadejando su lana
de agua moliendo tristezas
en las aceñas calladas.

Y tú, ciudad tan querida,
pide al Cristo de mis ansias
que jamás en mí se apague
la vela de la nostalgia.









NIÑO OTRA VEZ

Era puro y azul el movimiento
de las horas. En todo iba cantando
el viento del otoño. Me iba hablando
con son de brisa y flor al pensamiento.

Yo era niño otra vez bajo el aliento
que el teso para mí iba exhalando.
De nuevo, como ayer, hallaba blando
el corazón del mundo y su momento.

Encontré las veredas más hermosas,
más abiertos que nunca los cercados,
y el agua de las norias más despierta.

Me emborraché en el alba de las cosas,
y el niño que tenía encarcelado
voló libre otra vez de mi alma muerta.






BAÚL SAGRADO

I.
Un telón es la infancia, aquel sosiego
sujeto a un tirador, a la aventura
de un río y unas huertas por la tarde,
¡baúl sagrado donde duerme el tiempo!
Los pasos de la vida marchan lejos
de aquella casa dulce, de aquel surco
sembrado de ternura por la madre,
¡siembra sagrada que repele al miedo!
Se alejan nuestros pasos de aquel centro
de manos y palabras tejedoras
al fin del caracol sin luz de nadie,
¡sello de hacha que da paz sin saberlo!


II.
Una espiral, un caracol de miedo
es la vida del hombre, la caída
hacia el miedo final de los telones,
¡cubil de soledad y de silencio!
Un telón es la infancia, aquel sosiego,
aquella paz efímera que marca
a fuego los recuerdos de la vida,
¡nubes con alma que deshace el tiempo!
Y con esta memoria contra el miedo
como débil escudo, penetramos
en el río donde aguarda Caronte,
¡trance fatal que nunca esquivó nadie!



III.
Nubes con alma que deshace el tiempo,
aguas exiguas que reseca el sol,
voces de infancia que se vuelven viejas,
¡hilo de oro de ayer, hoy ceniciento!
¿Dónde están los amigos? ¿Qué suceso
palpita con más vida en la memoria?
¿Qué gesto permanece? ¿Qué beso alienta?
¡Bocina del pasado ahora en silencio!
Ni el amor durará, ni los recuerdos
de aquellos días mágicos, atados
a un alba de caricias y arboledas,
¡miedo que ensancha su espiral constante!


IV.
Aquella paz efímera de huertas,
de tesos sobre el río, de murallas
miradas con amor fue mi columna,
¡raíz para el ciprés de mi existencia!
Aquello lo guardé en redoma eterna
y puse llave limpia, de fe virgen,
al ojo de su atenta cerradura,
¡esfuerzo vano ante la edad ligera!
Aguarda con los años la herramienta,
la dura incertidumbre del camino,
la soledad de la corteza adulta,
¡temor que la vejez final aumenta!







SUEÑO DE NIÑO

Un banco me esperaba. El sol, ya viejo,
preñaba mi memoria de añoranzas.

Recordaba, embebido,
los nidos de la infancia, el vuelo azul
de aquellas golondrinas de mi tierra
natal, lejana y dulce
como la misma infancia.
¡Oh, corazón eterno
que late todavía en mis entrañas!

En el banco de piedra,
al costado del muro de los nidos
de la pequeña iglesia,
seguía sentado en sueños aquel niño
que, sin quererlo, había madurado.

Seguía amando, adulto como era,
lo que nunca fue mío: el fiel milagro
de ser sueño de niño hasta la muerte.






BARANDALES

Tío Barandales, dales, dales…
suena en el alma de los chavales
mientras los pasos pasan solemnes
por las callejas viejas, perennes.
Esas campanas, como latidos,
suenan a tiempos nunca perdidos
en lo más hondo del corazón,
como una eterna, eterna canción.

Tío Barandales, dales, dales…
las campanadas suenan iguales
en la distancia y en la presencia,
en los adultos y en la inocencia.
¡Semana Santa de mi ciudad!
Los pensamientos son de piedad
mientras voltean esas campanas
viendo a las gentes tras las ventanas
mirar con ojos tiernos, llorosos,
los latigazos tan dolorosos
que sufre Cristo en su soledad.

Sigue tocando, tío Barandales,
tío Barandales, dales, dales…
para que nunca nos olvidemos
de aquellas cosas que hoy no tenemos
y que un día fueron nuestra Verdad.

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