sábado, 3 de mayo de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

C) Otras disciplinas

Hasta para enseñar otras disciplinas se empleaban ejercicios basados en la lectura y trabajo de poesías. Un botón como muestra. En el Libro de Álvarez, Sugerencias y ejercicios, hallamos en las llamadas Unidades didácticas multitud de ejemplos que se proponen para ser recitados, aprendidos de memoria y comentados: en “El agricultor”, Crepúsculo matutino, de Francisco Villaspesa“El pastor” cuenta con El zagal y las ovejas, de Samaniego y así hasta una treintena de composiciones, entre las que sobresalen Plegaria por el nido, de G. Mistral, El sapo y el mochuelo, de Iriarte, El Teide, de Gerardo Diego, El lagarto está llorando, de Lorca, La ola, de Ricardo E. Pose, Castilla, de M. Machado, El niño bien criado, de Calderón de la Barca, El barquito de papel, de A. Nervo...
Por supuesto que la asignatura de Lenguaje basaba el conocimiento y práctica del idioma en la lectura, copia y aprendizaje de textos poéticos, tanto en prosa como en verso, de manera que encontramos entre sus páginas poemas y composiciones de todo tipo, desde juegos líricos como Chiquitín, de Aurora Medina, hasta Las siete vidas del gato, de R. Pombo o Bien por mal, de Hartzenbusch, pasando por La señora luna, de J. De Ibarbourou, ¡A dormir, que llueve ya!, de Gloria Fuertes o Abril florecía, de A. Machado.

Pues bien, muchos de estos trozos literarios y poemas los hice míos, como también empecé a sentir como propios aquellos textos que el Libro de Lengua de Segundo, ya en el Instituto, insertaba entre lección y lección el romance del Infante vengador los versos vocacionales de Amado Nervo, que luego hizo universales la famosa canción de los Panchos,
“Si Tú me dices: ¡Ven!,
lo dejo todo.
Pero dímelo fuerte, de tal modo
que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta en el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo /
y hiera el corazón como una espada....”,
los cantares populares de las tierras de España la Elegía del niño mariscador, de José María Pemán el serio y fervoroso soneto de Gerardo Diego al ciprés de Silos la misteriosa Balada de la placeta donde Lorca pide a Dios que le devuelva su antigua alma de niño la Canción del pirata, que todos aprendíamos de memoria Los motivos del lobo de Rubén Darío, señalada la página con una hoja seca de chopo del Duero o la Oriental de Zorrilla donde el moro que habla se confiesa cautivo en la prisión de los ojos de su cristiana Antes de terminar este apartado, me gustaría comentar una Antología poética juvenil que la editorial Mateu dio a conocer en Barcelona en 1965 y que yo tuve la suerte de encontrarla en un puesto del Mercadillo de San Antonio por aquel entonces. Resulta que ojeando su contenido, llegué a la conclusión de que había seguido los pasos de aquel “Versos para niños”, de Antonio Fernández del que ya me ocupé en otro lugar de este trabajo. Me explico. Trece años después, los poetas principales del libro de Antonio Fernández, volvían a aparecer en el libro de la editorial Mateu, y lo hacían con los mismos poemas de entonces. Siguiendo un riguroso orden alfabético, he aquí los poetas y poemas repetidos: Anónimos: El señor don Gato, el Soneto a Cristo que comienza: “No me mueve mi Dios para quererte” (en el de Antonio Fernández se titula “Acto de contrición” y lo firma San Francisco Javier). Ávila, Francisco de : el Villancico que comienza: “Portalico divino...” Berdiales, Germán : Mañana de domingo y En tus brazos. Bernárdez, Francisco Luis: El establo. Cané, Luis: Romance de la niña negra. Darío, Rubén: Marcha triunfal y A Margarita Debayle. Diego, Gerardo: Letrilla (en el de Antonio Fernández se añade “de Navidad”), Si la palmera pudiera (“Canción del Niño Jesús”, en Antonio Fernández) y ¿Quién ha entrado en el Portal? Fernández, Antonio (por lo del favor con favor se paga): Tienen alma. Gabriel y Galán, José María: Idilio y Dos nidos. García Lorca, Federico: Canción (“El lagarto está llorando...”). García Nieto, José: Canción del pastor en vela. Góngora, Luis: Hermana Marica. Góngora, Manuel de: Romancillo del desvelo de la Virgen bordadora. González Hoyos, M. : Bajo el palio azul del cielo. Ibarbourou, Juana de: Lirio del Valle y La higuera. Jiménez, Juan Ramón: Lo que Vos queráis, Señor, Novia del Campo, amapola, La estrella y La cojita. León, Ricardo: Sonetillos. Machado, Antonio: Caballitos, Sueños de felicidad (en Antonio Fernández, Anoche cuando dormía) y Canciones (“Abril florecía...”). Machado, Manuel: La primera caída y Castilla. Marquina, Eduardo: La hermana. Mesa, Enrique de: Voz del agua y ¿Por qué corriendo te alejas? Nervo, Amado: Buen viaje y El puente. Pemán, José María: Sol de las cinco, Yo me levanté a la aurora, Ya mi galera de oro, la infanta jorobadita y Arroyuelo del molino. Pérez de Ayala, Ramón: La muñeca. Pose, Ricardo E. : La ola y El capitán. Rueda, Salvador: El mirlo. Selgas, José: La cuna vacía. Villaespesa, Francisco : La hermana. Zurita, Marciano: Los ojos del huerfanito.
Como vemos, Pemán gana a todos, incluidos A. Machado y Juan Ramón Jiménez. Se incluyen poetas poco conocidos (Ávila, González Hoyos, Zurita o el mismo Fernández, que entonces copaban todas las audiencias de notoriedad) y también hispanoamericanos de parecida entidad como Berdiales, Bernárdez, Cané o Pose al lado de los mundialmente reconocidos, casos de Nervo o Rubén Darío.
Sin embargo, conviene anotar que esta Antología poética juvenil gana en presentación y cuidado editorial a la de Antonio Fernández y, sobre todo, en organización, pues, por ejemplo, en la que comentamos aparecen los poemas distribuidos en apartados que la convierten en un trabajo didáctico y altamente pedagógico, siempre, claro está, según las directrices de la época, a saber: Poesías ingenuas, religiosas, España y los españoles, Hogareñas y Amenas. Además, todo hay que decirlo, incluye nombres que en aquél no aparecían como Acuña, Campoamor, Espronceda, N. Fernández de Moratín, Fray Luis de León, Bernardo López García y algún otro que, con los anteriores, formarían habitualmente la nómina de los libros de versos del franquismo.

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