martes, 13 de mayo de 2008

EL ÚLTIMO CLAUDIO RODRÍGUEZ II

Los poemas de AVENTURA

En este apartado me propongo, con el riesgo que ello conlleva, comentar los once poemas del volumen, respetando el orden que se observa en la edición facsimilar de García Jambrina.
El primero, “Un deslumbramiento”, está compuesto de endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos blancos. El tema es el de la revelación poética en el momento del proceso creador ( recurrente en los libros de Claudio Rodríguez y, sobre todo, en el último editado en vida del poeta, Casi una leyenda). Ya en los versos de “La mañana del búho” encontramos coincidencias con los que inician el que nos ocupa: “¡Si lo que veo es lo invisible, es pura / iluminación, / es el origen del presentimiento!” Y así, en “Un deslumbramiento” leemos: “¡Si ahora me llega lo que no esperaba / muy dentro de la luz cuando hay secreto / de la maduración, la elevación, /un temblor sin sentido.” Ese temblor sin sentido (que es “certidumbre del alma”) es la revelación, es la entrega de la esencia de la poesía, ceguera o misterio nuevo. Al poeta le sucede como al búho, que queda deslumbrado y no ve aunque la luz sea completa y la mañana haya llegado ya porque ese no es su mundo habitual. En ese momento de revelación, de deslumbramiento, el poeta se hace la pregunta: “¿Es que algo va a venir?” ¿El escurridizo río de la poesía ha tomado cauce en las palabras del poeta? Claudio Rodríguez nos tiene muy acostumbrados a este tipo de preguntas. Recordemos al respecto la pregunta del poema VIII del Libro Tercero de Don de la ebriedad: ”¿Es que voy a vivir” ¿Tan pronto acaba/ la ebriedad?” Es, pues, el poema que nos ocupa un canto a la revelación que a veces visita al poeta en el momento duro, de acecho, de robo, de búsqueda, de aventura, de laborar la forma, de conjuntar la emoción, el ritmo y el lenguaje de poema necesarios y casi siempre insuficientes para encerrar el aliento poético que vive en la realidad exterior e interior del poeta. Aquí es el ojo observador el punto de partida, “la vendimia y la cúpula / de la mirada” . ¿Y dónde y cuándo sucedió el trance? El poema es explícito en este caso. En Medinaceli, mientras la lluvia de mayo lava la mañana. Ese es el sitio y ese es el momento. “Ahora ya todo o nunca”, afirma el poeta, como en otros poemas para confirmarnos la elevación y provisionalidad del hallazgo poético, que sólo se da en el poeta justo en el instante en que tiene lugar el don de la ebriedad.
“Coro en marzo” se titula el segundo poema de Aventura. Sabemos que marzo es un mes preferido por Claudio Rodríguez, como enero o noviembre; y “coro”, una palabra que lo transporta a la infancia, a la música y canciones de sus juegos y a los corros infantiles donde la vida no cambia y la edad se hace eterna, como la poesía cuando el poeta logra dar con su río profundo y misterioso para encerrarlo en el lenguaje del ritmo y la emoción. Compuesto el poema por versos heptasílabos y endecasílabos y algunos pentasílabos, como el anterior, el poeta nos confiesa en él que, al llegar este mes de resurrección y de madera nueva “que alumbra y hiere en el primer verdor / y da como aleteo / de olor a infancia”, oye la voz de los primeros años de su vida y pregunta qué se ha hecho de ellos. Entonces canta lo que ha perdido, que en realidad queda salvado con el poema, y “la brisa de la meditación” se renueva dentro del canto. Todo el cuerpo suena como “si fuera verdadero y nuevo”. El coro de marzo lo convierte en semilla, en resina que da “aventura y fruto”. El poema suena más íntimo, “muy de río”, es ya una “promesa cierta”. La creación, que es siempre una cacería, una búsqueda dolorosa, se convierte aquí en una “alegría que aclara” lo escondido. Y lo pasajero, lo que cambia, lo que va a la destrucción, en el poema se convierte en lo que realmente se ama, tal vez una “germinación futura”, palabras con que concluye el poema.
La tercera composición de Aventura se titula “Sensación de simiente”. “Simiente” o “semilla” son palabras clave en la poesía de este poeta zamorano, y el hecho de darse como semilla o simiente es un motivo que ya encontramos en su primer libro. Nada más meternos en este otro río de endecasílabos, heptasílabos y apenas un par de pentasílabos, volvemos a encontrarnos con el momento de revelación que el poeta experimenta en el acto de crear. “La revelación que es nacimiento”, leemos en el tercer verso. Sin embargo, nada resulta fácil en esta sagrada tarea; al contrario, hay que esperar al dolor, hay que herir para encontrar la fuente de la poesía. Luego, tras la búsqueda laboriosa, cuando el propio cuerpo haya perdido la sensación de estar presente, se abrirá “el misterio fecundo”. Que aunque no se oiga, está ahí, “en el origen, / en el destino...” Ha valido la pena el acecho, el oficio, la espera del poeta para que la poesía se convierta en entrega, “llaga abierta en el aire”, (...) “semilla que redime”. Así, en la noche solitaria y laboriosa, en la penumbra de la creación poética, vendrá al fin a entregarse la claridad inocente de la poesía. “Hay un presentimiento entre agua y sol”, asegura el poeta, “porque algo no ha venido todavía”, pero que llegará. Por eso, y así termina el poema, nos asegura el poeta que “aunque ya sea tarde”, nunca es tarde para la poesía pero sí para la vida, “hay que salir, hay que salir al mar”, enfrentarse al peligro, al riesgo, a la aventura de los hallazgos poéticos. O a la aventura de la vida sujeta al inevitable desenlace de la muerte.
Este “hay que salir al mar”, a la aventura que resulta ser la creación poética, o a la aventura de la existencia amenazada siempre por la luz inevitable de la muerte, lo veremos repetido, curiosamente, al final también del cuarto poema titulado, “Meditación a la deriva”, el más extenso de la colección, todo él escrito con endecasílabos del mejor Claudio Rodríguez. El viento del Oeste, símbolo de la vejez, de la proximidad de la muerte ( de ese lado siempre viene lo peor), con su presencia templada, sin maduración, misterio, recuerdo o perfidia, trae al poeta “nueva salud”, y es que la salud a la que se refiere es el fervor propio de la labor creativa, “el oficio y el placer”, la revelación a que en estos últimos poemas nos viene acostumbrando, esa misteriosa visión que no es certidumbre, sino “palpitación que suena lejos de los sentidos”, en resumen, la mágica alegría que no tiene que ser entendida necesariamente por el.poeta. Este es el núcleo de la meditación que parece ir a la deriva por el mar del poema. Pero sabemos que no es así, que siempre la aventura de crear no es una aventura dejada al azar, sino, como siempre nos ha dicho Claudio Rodríguez, una aventura controlada. Control es lo que hay siempre, atención dolorosa e infatigable en el acto de crear para que el poema no se separe completamente del poeta. Y aun así muchas veces la poesía resulta inefable. Sigamos con el poema. Ahora le toca al creador saber qué quiere, cómo puede hablar, qué lenguaje de emoción debe emplear. Esta es “la ilusión de la contemplación”, del asombro, de la imaginación, de “la intuición / muy por encima del conocimiento”. La verdad no importa, ni la realidad, y tampoco hay que saber si la vida es vida. Aquí no podemos evitar recordar ciertos ecos del poema “Secreta”, de Casi una leyenda, donde dice: “Y ya no puedo ni vivir tu vida, / y ya no puedo ni vivir mi vida”. Sólo hay revelación. El echar de menos la infancia y su Zamora natal con “aquel frío transparente” y los juegos y las canciones y las fórmulas mágicas que recitaba de niño: “Abre la cama / y dame la medalla”, que volverá a citar al final del poema junto con la evocación de la niñez, “aquel bien, aquel fervor en alba”. Ya en “Cosecha eterna”, de Conjuros, habíamos leído: “Mucho cuidado: / quien pisa raya pisará medalla” (eco, a su vez, de aquel canto infantil que decía: “El que pisa raya, / pisa medalla. / El que pisa cruz, / pisa la cabeza / del Niño Jesús”). La poesía está tras la puerta mientras suena la melodía de los pensamientos. La poesía “es maldición en sombra y gracia, / temblando de aventura”, de emoción. La mala cara, la cara apagada, la cara de ayer ya no sirven para acechar el fruto de la poesía. Y la meditación va a la deriva, como el destino. Todo es revelación en el momento en que el viento del Oeste está totalmente templado. Hasta aquí la primera parte del poema. Pausa necesaria para que el cristal se rompa y la harina de la oración desaparezca. Y de repente, el milagro, el secreto, lo sagrado. “Ahora la vida es vida”. La vida del poema es vida. Y añade: “Y llega la aventura, la obra, como en danza / desnuda”. En esta fase de la creación el poeta se encuentra ya en condiciones de tocar y oír el invisible y callado mundo de la poesía. “Ya no hay contemplación sino aventura, / quietud y riesgo”. Es la hora de entregarse y cantar. “El pensamiento se hace canto / porque es amor”. La labor de creación es, pues, un acto de entrega y amor; de soledad, de recogimiento, de dolor incluso, pero siempre de entrega y amor. “Ahora hay castigo y delicadeza”, dice el poeta. Pero es “una emoción que salva”. De nuevo pensamos en “Secreta”: “Ahora se salva lo que se ha perdido / con sacrificio del amor”. La poesía hace mejor al creador y lo salva de su hombredad sencilla y pasajera, habida cuenta de que, como dice el poeta, “la oración hace al hombre”. Y llegamos a los dos últimos versos: “Antes de que huya el viento del Oeste / hay que salir, hay que salir al mar”, que ya leímos en la conclusión de “Sensación de simiente”. Mientras haya tiempo de crear, hay que salir al mar (Hierro, otro poeta de la línea afín a Claudio Rodríguez, decía: “hay que salir al aire”), hay que arriesgarse en la aventura del poema, que nunca muere una vez acabado, aunque el creador se haya ido. Puede que este poema, donde hemos visto que Claudio Rodríguez emplea sabiamente tres veces la palabra aventura, sea el mejor de la colección porque en él configura mejor que en ningún otro la idea de que la labor de creación poética es una aventura arriesgada donde la verdadera llave se halla siempre en la contemplación, la revelación, el asombro. Esto unido a la afirmación de que, si la meditación y los pensamientos que acompañan al poeta no son canto, no serán nada en el futuro poema.
A continuación nos encontramos con dos composiciones que cantan sendos motivos y variaciones del mar Cantábrico: “Marea en Zarautz” y “Galerna en Guetaria”. En el primero, poema donde los endecasílabos, heptasílabos y pentasílabos habituales se combinan con alejandrinos, nos encontramos ante una pleamar misteriosa que es “espacio del alma” o “el no querido amor”, pretexto para reprochar el poeta al mar la llamada que le hace cuando con él ha perdido ya su juventud. Y lo hace en octubre, entrado ya el otoño (aquí octubre y otoño son parejos de la situación vital del poeta), aunque el contraste es bien claro, pues la llamada del mar tiene lugar “desde este monte de ladera fértil” Y así, muestras de la fauna y flora líricas de Claudio Rodríguez salen a relucir en los versos siguientes: “El abeto y el roble, el zorzal y la liebre, / el castaño, el laurel, / el tordo pardo, el búho, los hayedos en bruma...” Pero todo es una evocación de lo perdido junto con la propia juventud. Por lo tanto, la llamada del mar es inútil. “¿A qué me llamas si ya no hay destino?” Eso sucede mientras la marea está alta. Luego el reflujo se lleva la visión. El mar es testigo de la vida y la creación lírica del poeta, pero un testigo olvidadizo que se va sin irse nunca del todo. Como el acto de escribir. El mar es como la creación del poema, como la poesía misma, que nunca abandona del todo al poeta, que va de vuelo con él, “sin rendición, con bienaventuranza” (explícito, el lexema de “aventura”). El mar, como la creación poética, avanza y retrocede “entre suplicio y fiesta”. Y cuando acaba el poema, y la lucha con el lenguaje cesa al fin, el mar queda “preso y libre en el canto”. El poema es una suma misteriosa e inefable de los dos elementos en discordia y en beso permanente: Uno, que es el trabajo agotador de busca y caza de la palabra justa, trabajo solitario y doloroso. Dos, que es el poema acabado (¿), el canto. O como se dice al final del poema presente: “La cruz. La lira”.
En otros momentos Claudio Rodríguez ha cantado el mar y algunos lectores han querido ver una estrecha relación entre, por ejemplo, “Espuma”, poema que pertenece a su libro Alianza y condena y estos dos de Aventura que estoy comentando. Personalmente los encuentro muy diferentes, porque si tanto “Marea en Zarautz” como “Galerna en Guetaria”, son cantos de vejez, del último Claudio Rodríguez, “Espuma” es un canto de juventud donde se compara la pujanza del mar (“ ..Y es en ella / donde rompe la muerte, en su madeja / donde el mar cobra ser...) con la del hombre ( “... como en la cima / de su pasión el hombre es hombre, fuera / de otros negocios: en su leche viva”). Es más, el poeta se entrega con suma delectación a la contemplación del mar de ese momento. Por eso concluye “Espuma” diciendo: “...allí me ahogo / muy silenciosamente, con entera / aceptación, ileso, renovado / en las espumas imperecederas.”
“Galerna en Guetaria” va más allá todavía de las connotaciones melancólicas de “Marea en Zarautz”. Una clara tristeza inunda el lenguaje empleado en esta silva libre. Constatamos una velada despedida del poeta en los primeros versos: “Cuando buscaba la serenidad / a estas alturas de la vida, desde / las viejas aventuras del espíritu,/ sus mareas en lo hondo, de repente / llega este viento duro del Noroeste ...” Llega la tormenta. Es el momento del desconcierto, del deslumbramiento, de la revelación, con el significado de descubrimiento o manifestación de una verdad escondida. Ya hemos visto en otras ocasiones que éste es el momento más importante en la creación del poema. El poeta cae en la cuenta de que todo lo vivido hasta entonces está ocurriendo “como si fuera la primera vez”; su infancia aparece recién amanecida, “la ropa tendida por las calles / ofrecida y lavada para siempre” (recurrente símbolo de la niñez en toda la poesía anterior de Claudio Rodríguez, desde aquel primer Don de la ebriedad y que en Conjuros hasta aparece un poema titulado “A mi ropa tendida”). Y en cada detalle contempla rastros familiares, “emoción de casa”. Cuanto tiene delante de sí, arena, gaviotas, torre de defensa, calabozos... le llevan al “agua de la fuente”, al origen que provoca “...canto / y niñez” El milagro ha llegado. El poeta, inmerso en el misterio del poema, bebe y canta con los hombres del mar. Acaso el destino es volver a lo originario, a la infancia, donde es posible todo, ahora que el viento duro del Noroeste de la vejez ha convertido la vida del poeta “en flor de historia viva”. Y que esperen “las branquias del diablo” y que no sea más que una mirada “ su mirada en la torre”.
Y llegamos al poema que más aliento romántico ( en el sentido de expresión arrebatada) posee de la colección, “El canto de Los”. Significativamente lleva una brevísima cita de William Blake (1757-1827), poeta entre visionario y místico al que leyó y tradujo con admiración Claudio Rodríguez y que es autor de un poema con el mismo título) : “But Los dispersd the clouds...” Y entonces Los dispersó las nubes... (estas nubes son las que ocultan la claridad de la poesía). Es sabido que William Blake y Claudio Rodríguez comparten la idea de que el poeta tiene un don especial y que necesita ese don o inspiración para crear el poema. Pues bien, la composición que nos ocupa (una combinación de versos pentasílabos, heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos) empieza haciendo una referencia a la edad y a la situación vital del poeta: “Están llegando / la última vendimia y el comienzo / de la forja”... (...) / “Y ahora ando con pies cojos cuando antes / eran ágiles...”. Pero, tras dejar claro que la vejez empieza a agobiarle, el poeta afirma que sigue encontrando el cauce del canto porque sigue teniendo el don del bardo, que es recibir la revelación en medio de la meditación y el trabajo, el oficio doloroso y exhaustivo de la creación poética: “el buril, el crisol, / el recocido, fundición, vaciado / del metal, y en el fuego / una revelación dentro del hierro / que se depura y se abre.” La realidad adquiere en la contemplación artística del poeta “temblor de armonía” y le ayuda a escuchar “las campanas con un son de infancia”. Y es que el oficio de poeta es un “hondo oficio sagrado”. La intuición poética le hace oler la flor de viña mucho antes del reposo invernal. Asiste milagrosamente al aliento del alma de las cosas, de la fauna y la flora que está ahí siempre, en el mundo íntimo del poeta, “el vuelo a ala abierta / de la alondra y el mirlo / en la viña recién amanecida”. La expresión poética, encendida por la contemplación activa, se serena un momento para dar paso de nuevo a la voz que nos parece de Los: “Llego de Luza”. Pero Claudio Rodríguez es Los, el dios que infunde el don de la inspiración en los poetas. Luza es una ciudad maldita “donde no juegan niños, / las casas secas, las ventanas solas / y las calles sin fe y sin aventura.” No hay emoción ni sorpresa ni destino. Y el poeta (o Los), cuando llega el otoño y la luz se asombra en lo oscuro, “en vivo / fruto”, se pone a cantar al amor de la lumbre. Porque el poema es un canto de esperanza en medio de la desolación que rodea al poeta, aunque él sabe de antemano que el canto será inútil. Aún así, se entrega al canto porque el destino del poeta es cantar. “¡Qué blancura infinita!”, exclama. Y aunque echa de menos la primavera, su primavera, las palabras le salen solas, “como respiración” (¡qué cerca está su primer libro, Don de la ebriedad y, sobre todo, qué presente el poema “Manuscrito de una respiración”, de Casi una leyenda!. El canto fluye libre y luminoso, “Mi canto es como agua / ciega de llama donde nunca hay muerte / porque él es muerte.” (Esa “agua ciega de llama” la habíamos leído ya en “Nocturno de la casa ida”: “...qué agua / ciega de llama / con transparencia y transfiguración...”.) Insisto en la idea de que muchos poemas de Aventura son coetáneos de Casi una leyenda.) El poema se cierra con versos imponentes, de despedida y de invitación a pasar al otro lado de la muerte o al otro lado de la realidad, donde espera la poesía siempre. Ya queda dicho: el canto otorga eternidad al que canta, al poeta, y también al que lee ese canto. Dice al respecto: “Pero yo os convido / al vino de tiniebla, a abrir la puerta / de bronce, de hojas grandes, por la que se entra al día / donde ya no hay ayer.”
El poema siguiente, que lleva por título “A veces”, canta “el manantial del arrepentimiento”, coetáneo sin duda de “Revelación de la sombra”, poema que pertenece como ya hemos dicho a Casi una leyenda, y con el que guarda afinidades tan evidentes como las que cito: “cercada ahora por la luz de puesta”, “con ansiedad de entrega”, “si yo pudiera darte la creencia”, “junto al recuerdo ya en decrepitud”, “¿y dónde la caricia de tu arrepentimiento?”, “y la vida que enseña (...) / su verdad misteriosa”...). En “A veces” el arrepentimiento nace también “con desventura y gracia, a la intemperie”, en medio de la inocencia, o “una sorpresa viva” que convierte un momento en la vida entera. Es un momento, sin embargo, sin dueño (“este momento que no será mío / ni de nadie”), pero milagroso para el acto de creación: “la melodía y la alegría suave / del tacto de castaña en el invierno...”. La distancia y la cercanía entonces se confunden en el pensamiento, en la meditación del canto. Pero el pensamiento no es lo que se ama. Ojalá fuera, desea el poeta. Porque ¿de qué sirve recordar la infancia o la juventud en que la luz “no era de puesta nunca / y la vida era vida y no sabía / porque no había nada que saber / sino el temblor del alma sin sentido”? Estamos de nuevo ante la revelación poética tan recurrente en la obra de Claudio Rodríguez y que habíamos leído de forma especial en “Meditación a la deriva”, sin duda uno de los mejores poemas de Aventura. El temblor del alma sin sentido, al modo místico, “temblor de manantial algunas veces”, contemplación activa propia del acto creador, “de soledad y entrega”, entrega recíproca de la visión poética y del poeta, momento milagroso de delirio y de perdón, justo cuando “el cuerpo se alza y lava y cura”. Los endecasílabos que conforman el poema saben al mejor Claudio Rodríguez, aunque ahora sea el último Claudio Rodríguez el que leemos, “cuando ahora oscurece y se va el día” (así reza, precisamente, el ultimo verso del poema).
“Y ya no hay viento ni siquiera aire” es el título del que le sigue, poema breve (alrededor de veinte versos) relacionado sin duda con la idea que sugieren los últimos versos de “Revelación de la sombra”. No nos cansaremos de repetir la importancia que, junto con otros, posee este poema para comprender la poesía del último Claudio Rodríguez. En esos versos canta la deuda que siempre tuvo respecto de la poesía. “¿Pero qué te he hecho / si a ti te debo todo lo que tengo? / Vete con tu inocencia estremecida / volando a ciegas, cierta, / más joven que la luz. Aire en mi aire.” Y ahora, en “Y ya no hay viento ni siquiera aire”, el poeta vive el día que ya no le pertenece, entre esperanza y peligro (aspectos que encierra la acepción más generalizada de “aventura”), la revelación poética, según la cual se está inmerso en “la alegría que no tiene tiempo”, mientras el cuerpo está sin destino, “sin adiós como ola en cúpula / en los pliegues de sábanas sin muerte.” Es el momento milagroso de los hallazgos, el de ver por fin “los tallos del enebro” y de escuchar “una música / noche adentro muy mía que se abre / y nunca llega.” ¿Se va a entregar por fin la inefable y misteriosa poesía en manos del lenguaje emocionado y rítmico, siempre insuficiente, del poeta? De ahí las preguntas angustiosas: “Cuándo. Cuándo. ¿Ahora?” Los dos últimos versos nos devuelven al origen: “Y ya no hay viento ni siquiera aire. / La lluvia, un pensamiento generoso.”
“Sorpresa” es el título del penúltimo poema de Aventura. Sorpresa que es sinónimo de aventura por lo que tiene ésta de inesperado y contingente, pero también de revelación, de manifestación de alguna verdad oculta, tal y como estamos viendo que sucede en varios poemas de la colección, cuando recoge el poeta el momento milagroso de hallar la claridad sin sombra de la poesía. De repente, en el oficio sagrado del poeta la sensación deja de ser alegre para convertirse en dolor “que desfigura el rostro” mientras el alma “se va de vacío”. Así comienza el poema, que sigue la tónica de otros en su combinación de endecasílabos y heptasílabos y, sobre todo, en el motivo principal de que el pensamiento se hace canto en el momento de la revelación. El poeta formula un deseo que ya hemos leído en otras partes de su obra: “Si yo supiera lo que nunca es mío”. Es la poesía, que se ofrece y huye a la vez, lo que busca aún en su vejez el poeta. Porque le da aliento y esperanza, mientras ve que la existencia humana, sujeta a tiempo y enfermedades, se le está escapando poco a poco. Esa vida que le da la poesía, escribir poesía, buscar lo sagrado y milagroso que tiene aquella mientras se elabora el poema, lo ve lucir en las cosas de siempre, en las más cercanas, “en plaza y vena, / tan cercana y remota al mismo tiempo.” Eso es lo que llama el poeta “la ilusión de la contemplación / siempre en renuevo, primavera y cúpula.” La perennidad de la poesía y la belleza que se esconde en ella, por encima de la temporalidad, renovándose siempre. Es cuando la memoria le da compañía y motivo para volver al origen. Entonces llega un momento en la creación del poema en que no se acierta a diferenciar entre verdad y fantasía. Y experimenta sensaciones que de tan inmediatas se convierten en bellezas intemporales. “Las espigas de abril, y con qué gracia, / con qué donaire y qué delicadeza / maduran, tiemblan, tan remediadoras.” No podía faltar la flora de niveles ultraterrenos en la poesía de Claudio Rodríguez, la flora (que otras veces es fauna) que salva y remedia al poeta cuando el tiempo se le escapa. Son al respecto elocuentes los últimos versos: “¿Dónde la amanecida, / el caballo alazán en las riberas / del río, y los tejados / sin aquellas palomas?” ¿Dónde queda ahora aquel refugio que significaron para él la infancia, la fuerza y la juventud, la visión de la ciudad natal?
Y llegamos al poema que cierra la colección, “Cuando la vejez”. En realidad, todo el conjunto de Aventura podría decirse que es un canto a la vejez, canto que viene fluyendo hasta desembocar en este último (no en balde el poema llevó, según sus borradores, el título de “Oda a la vejez”, sin duda siguiendo los pasos de otras composiciones suyas, como “Oda a la niñez” y “Oda a la hospitalidad”, de Alianza y condena). Se trata de una composición de endecasílabos y heptasílabos, como la mayoría de los poemas de la colección, donde el poeta comienza formulándose la pregunta retórica según la cual ahora que los años pesan y está lejana la ilusión que lo movía al principio de su río vital está más clara que nunca la vida, tan clara que “no puede / decirse, ni siquiera / mirarla a media luz”. Nos encontramos de nuevo con la revelación que ya habíamos visto en poemas fundamentales de Casi una leyenda, como los ya citados “La mañana del búho” o “Revelación de la sombra” y en la inmensa mayoría de los que forman Aventura, que parece el tema principal de la colección, junto con el de la vejez y el del pensamiento hecho canto en el momento de la revelación. Revelación que aquí es “la verdad de la mañana / sin edad, sin destino”, en contraste con el caminar viejo y lento del poeta y los achaques del cuerpo propios de la edad. Ahora el deslumbramiento, la contemplación activa, que siempre es posible si se sigue teniendo el don de la ebriedad poética, contrasta con el echar de menos los días y la casa de la infancia. Las preguntas no se hacen esperar. “¿Dónde la infancia y dónde el mediodía?” Porque detrás de todo se halla la “revelación de la inocencia”. El poema avanza por las sombras de la creación hacia la luz de aquella ebriedad que tiene el poeta a pesar de que la vejez lo vaya expulsando y despidiendo de la vida externa. En contraste, la vida interna de la poesía va por otros caminos más luminosos, aunque vaya a oscuras, para regalar al poeta “un amor nuevo”. Después ya puede llegar la muerte, “el desamparo azul”, aquel cristalero azul de Don de la ebriedad que volvemos a ver en Casi una leyenda, principio y fin del círculo poético (editado) de Claudio Rodríguez. El poema se cierra con la estremecedora pregunta, tan reiterada por el poeta: “¿Y qué promesa / ahora?” Ya no hay tiempo de nuevas esperanzas ni nuevas promesas.





















Una pregunta y una respuesta

La poesía se vale por sí misma y sigue existiendo al margen del poeta, que se quedó sin poder pulir estos versos, añadir otros, estructurar el nuevo libro en el que estaba tan ilusionado, una aventura que ahora queda temblando, como con miedo en una edición facsimilar, huérfana de manos y mente e inspiración poética (la revelación de que tanto habla Claudio Rodríguez) para convertirse en verdadero libro.
De cualquier modo, esta muestra casi definitiva de once poemas representa, como decíamos al principio, el último Claudio Rodríguez, relacionado, no podía ser de otro modo, con el de Don de la ebriedad, motor y alma de toda su obra, pero, sobre todo, con muchos poemas de Casi una leyenda, de los que hemos ido hablando a lo largo de este estudio y que ya quedaron citados en la página 8 de este estudio. Es como si en la vejez y en la amenaza inminente de la muerte, el poeta quisiera cerrar su producción poética hilvanando su aventura de creador con el hilo de la revelación, el deslumbramiento, la inspiración poética al modo de Dylan Thomas o William Blake, convencido de que sólo el refugio de la infancia y la inocencia pueden salvar la labor del hombre (en este caso la de crear poesía) y por ende su paso único e intransferible por la vida.
Quisiera terminar formulando una pregunta: ¿Sería conveniente dar a conocer, editar estos versos de Aventura? Sinceramente creo que no. Es mejor dejarlos como están y si he entrado en el análisis y comentario de los once poemas que aparecen como “casi” definitivos en la edición facsimilar de García Jambrina, confieso que lo he hecho con la admiración que siempre he sentido por mi paisano, pero sobre todo con el respeto y miedo que representa entrar en un mundo íntimo y secreto, como es el de una obra poética no terminada. Me ha movido exclusivamente el deseo de constatar que este Claudio Rodríguez de ahora es el Claudio Rodríguez de siempre.
Sin embargo, y sólo con la intención de que el lector de Claudio Rodríguez posea, junto al estudio anterior, los poemas que lo han originado, incluyo a continuación las últimas versiones de la edición facsimilar citada.


AVENTURA


UN DESLUMBRAMIENTO

¿Si ahora me llega lo que me esperaba
muy dentro de la luz cuando hay secreto
de la maduración, la elevación,
un temblor sin sentido,
certidumbre del alma, un viento seco
que va a traer lluvia bien mediado mayo,
casi al caer la tarde
en la honda sequía de llanura
y cuando el resplandor es como un rezo
al trasluz en ceguera que adivina
y da, y es pura entrega y nunca...!
¿Una ceguera o un misterio nuevo?

Cómo lavaba el agua
por la mañana.
La vendimia y la cúpula
de la mirada,
En destello y con música
que me alumbra, que daña.
No hay nada claro porque es infinito,
lejos del pensamiento y de mi cuerpo,
fruto y sol en el aire y cielo y aire.
Es el momento. Es la revelación
sin distancia ni tiempo,
la reverberación que me moldea
en horno y en taller, en plaza y ala.
¿Es que algo va a venir?
Muy a favor del viento del oeste
junto al blanco de nieve, azul violeta
y negro de humo y púrpura,
naranja vivo. Hay nubes sin espacio
ya sin noche ni alondra.
Cuánta oscura certeza
por encima del cielo.

Cómo lavaba el agua
por la mañana.
Ahora ya todo o nunca.
Nunca más. Tengo sed. Medinaceli.
























CORO EN MARZO

Cuando pasan los fríos
altos de soledad y llega el tiempo
de la siembra y la lluvia, el viento hondo
y la cadencia del amanecer,
en imaginación, en melodía
de viña joven.
Cuando despierta el año aún con recelo
muy prematuro y venidero apenas,
harina y sal y lobo y golondrina,
la arcilla fresca y la madera nueva
que alumbra y hiere en el primer verdor
y da como aleteo
de olor a infancia,
entonces, día a día
estoy oyendo siempre
aquellas voces.
¿Dónde el sonido,
dónde el sentido ahora
de la palabra en vilo
que me daña y alegra?
¿Quién no esperó la brisa
de la meditación dentro del canto
que se esconde y renueva?
Alza el alma a la voz que poco dura
y no se olvida, y más
cuando el coro está en danza,
en escena, no sólo
en melodía, en emoción de acordes,
en ceremonia musical. Y cómo
el cuerpo está sonando
como si fuera verdadero y nuevo
con ensayo y ofrenda,
con manantial y gracia,
con oración sin bruma,
alta marea.
Y la mirada lejos
de la modulación que no es salmodia,
figura sostenida ni aún arpegio:
como eterno del aire amanecido
para dar vida
como si ya el pulmón nunca llegara
a la laringe, a
la bóveda de la boca,
con saliva que ayuda
al polen de la lengua,
al temple de los labios. ¿Qué resina
dando misterio y fruto?

Y la voz suena en marzo
de otra manera, como más mecida,
íntima, muy de río,
con huella blanca de las catedrales,
los tallos del enebro,
el baile de las avellanas,
las nerviaciones de tanta armonía,
el telar y el taller
y la ilusión del tiempo
en la respiración
aún no en sazón sino en espera, en
promesa cierta.
Cuando el coro es imagen y destino
y movimiento y pauta.
¿Dónde el concierto de la voz humana?
Ama lo pasajero. Óyelo ahora
cuando suenan las voces,
la alegría que aclara
ya no sé qué germinación futura.

































SENSACIÓN DE SIMIENTE

Al salir a la calle a media tarde,
¿a qué me viene ahora tanta oscura
revelación que es nacimiento? Espera
al dolor y a la savia,
al oreo, al tempero,
a la inocencia de la claridad,
levadura de abril. Y hoy hay que herir
para que se abra y sane
la sutura temblando en armonía
de soledad y gracia,
la celda y el embrión,
el delicado estambre de ala en ala
y la membrana austera, aceite y yema,
la nerviación del cáliz y el estigma
desnudo en cima, en pino
albar, ovario
de grano de mostaza aún sin el polen,
la azucena silvestre a flor de abeja
en la tierra caliza.

Cuando las calles van perdiendo sombra
con desamparo y lluvia hay como un alba
y un fermento del cielo, un ansia a secas
con la maduración del viento ido,
de mi cuerpo ido y vano y las ventanas
sin ilusión. ¿Y cómo se está abriendo
el misterio fecundo?
Verdad que no se oye
pero está ahí, en el origen,
en el destino, en la emanación,
ya muy lejos del tiempo,
de la materia que comienza a ser.
Y no hay silencio y no hay cobardía
sino aliento y entrega,
llaga abierta en el aire,
en la mano, semilla que redime
pero no cura,
leche y trino en penumbra
de creación estremecida, llave
honda de cuna y miel,
de aquella infancia.

Hay un presentimiento entre agua y sol
porque algo no ha venido todavía.
Aunque ya sea tarde
hay que salir, hay que salir al mar.





















MEDITACIÓN A LA DERIVA

Ya bien templado el viento del Oeste
aún no hay maduración y no hay misterio
y no hay siquiera ni recuerdo en vano
con la perfidia del pensar tardío
sino nueva salud. ¿Y cómo ahora
el fervor, el oficio y el placer,
una visión que nunca es certidumbre,
una palpitación que suena lejos
de los sentidos, y este olor a lluvia
en soledad y audacia, al primer sol,
me dan como traición, una alegría
que no debo entender? Ya la fe a oscuras,
¿qué es lo que quiero, cómo puedo hablar?
Es la ilusión de la contemplación,
el nacimiento del dolor, la música
de las molduras del asombro, el daño
de la sal, del mercurio, del azufre,
de la reliquia de alta mar, del horno
de leña y de retama que me alienta
y espera. Y así, cómo hila en fino
la golondrina a flor de alma. Así,
con un peligro que es virtud y sana
llega el silencio de la profecía
que me ilumina pero no da amor.
Es la imaginación, es la intuición
muy por encima del conocimiento.
Y no hay verdad ni realidad siquiera.
Y no sabía que la vida es vida.
Y nada hay si no hay revelación.
Cómo echo de menos las heladas
nocturnas, aquel frío transparente
que me dio infancia y casa, estudio y calle
con el candor de la sagacidad,
con la armonía de promesa clara
del invierno que quiero. Abre la cama
y dame la medalla. Y no me mires
con mala cara. herencia y rebeldía,
el mal que crece a solas, la piedad,
el aceite de almendras, la ola viva
en melodía de los pensamientos
que mueren en palabras y en deseo
y aquella puerta adonde nunca pude
llamar, y es maldición en sombra y gracia
temblando de aventura, y el altar
del cuerpo de Ana. Ángelus. Pero ahora
espera un poco. Y no me vengas más
con la cara apagada, con la cara
de ayer. Hay que salir sin darte agua.
Ya no hay meditación y no hay destino.
Ya nada hay si no es revelación
algunas veces, cuando el sol salía
muy bien templado el viento del Oeste.

¡Y se rompió el cristal! ¿Dónde la harina
de la oración? ¿Y quién tendrá alegría
sin su ayuda que hiere. sin el friso
de una sorpresa sin espacio y su hondo
relieve en fondo oscuro levemente
dorado? Ahora la vida es vida.
Llega el secreto, lo sagrado.

Llega la aventura, la obra, como en danza
desnuda. Es el origen. No me vengas
con sombra y aleteos, ni siquiera
con el temblor del alma. No me vengas
con el misterio de la cobardía,
que nunca hubo en mi cuerpo que no sabe
y da. sal. Toca el tejido en trama
de lino, la hebra cruda. Toca y oye.
Río o puente de salmo. Oye sin huellas
la ceremonia de los horizontes,
el cáliz de los valles, la aridez
encendida y amarga, a cielo abierto,
de tu tierra, la espuma del Cantábrico.
Oye lo que ahora viene, está llegando.
Ya no hay contemplación sino aventura,
quietud y riesgo. Y no me llegues tarde.
es cuando el pensamiento se hace canto
porque es amor. es hora de alabanza.
Hora de ofrenda. Hora de entrega. Hora
de levadura viva. Y a saber
qué libertad, qué pido. Ahora hay que hacer
obra en mano, no en manos en escorzo
de humo de incienso, entre liturgia y dogma.
Ahora hay castigo y delicadeza,
una emoción que salva. ¿Qué distancia
entre necesidad y rezo, entre el amén
y los labios! Se va, se va y no es mía,
no es de nadie, entra y sale a su manera
sin presencia ni ausencia, sin edad,
sin claridad, como el amor del aire.
La oración hace al hombre y no he tenido
una muerte temprana. Qué más da.
¿Dónde aquel bien, aquel fervor en alba?
Abre la cama y dame la medalla.
Antes de que huya el viento del Oeste
hay que salir, hay que salir al mar.

MAREA EN ZARAUTZ

¿A qué me llamas tú, esclavo en rebeldía,
si he perdido contigo
mi juventud?
Ahora hay pleamar y el azul verde oscuro
del oleaje en nidos, la honda marejada,
el espacio del alma, el esplendor en curva
de la gravitación,
la lunación y la bonanza al Sur,
la espuma en girasol, el nervio en música
de la estela del cielo,
el no querido amor... ¿A qué me llamas
desde este monte de ladera fértil
con el clima de octubre, como entonces?
El abeto y el roble, el zorzal y la liebre,
el castaño, el laurel,
el tordo pardo, el búho, los hayedos en bruma,
la piedra en sal con huellas,
la mañana y el heno en el establo,
el laboreo de los caseríos...
¿Pero qué hemos perdido?
¿A qué me llamas si ya no hay destino,
si eres testigo de mis años, si eres
testigo olvidadizo? ¿Dónde aquel tiempo ido?
¡Que el viento venidero
sea propicio!
Calma la pleamar y el jadeo, el gemido,
la herida costa a costa, el reflujo muy suave,
casi se van. Como ahora te vas yendo
y no me dejas nunca, vas de vuelo conmigo,
sin rendición, con bienaventuranza,
entre suplicio y fiesta, preso y libre en el canto.
La cruz. La lira.

GALERNA EN GUETARIA
Para Ismael y Flor Aguirre
Cuando buscaba la serenidad
a estas alturas de la vida, desde
las viejas aventuras del espíritu,
sus mareas en lo hondo, de repente
llega este viento duro del Noroeste
y su velocidad en remolinos,
su violencia y su turbulencia,
peligro y asombro y casi ciega,
sin rumbo y giro a giro,
en área de tormenta,
con ruido sordo se oye el temporal
que poco a poco amaina.

Todo se queda como sorprendido,
recién amanecido, en desconcierto,
como si fuera la primera vez.
Y están sonando las campanas ahora
en flor de historia viva.
Y la ropa tendida por las calles
ofrecida y lavada para siempre,
y en cada pliegue, en cada mecimiento
hay emoción de casa.
Y en cada piedra la erosión que da alma
con salitre y con musgo, arena y yodo.
La orfandad sin adiós de las gaviotas
y las alondras de la Eucaristía,
las escamas, las branquias del diablo,
su mirada en la torre. ¿Cómo está sitiada
por el mar, con defensa,
arrecife, escollera;
y las troneras y los calabozos,
el contrabando y la piratería
y el agua de la fuente dando canto
y niñez. ¿Qué es destino?
¿Qué es lo nativo, el cultivo,
con rebeldía y fundación?
Calle arriba y abajo
por cuestas y entre esquinas,
ya en el muelle del puerto,
la lonja en siglos de mercadería
y el olor a cordaje, a brea, a ancla,
piedra a piedra, ola a ola
ahora en la noche clara estoy bebiendo,
estoy cantando con los pescadores.























EL CANTO DE LOS
“But Los dispers’d the clouds...”
William Blake

Esperad un momento. están llegando
la última vendimia y el comienzo
de la forja. Ya a mediados de otoño
cuando el rocío de la soledad
trastorna mis pisadas, mis sentidos,
y ahora ando con mis pies cojos cuando antes
eran ágiles, casi alegres, sin camino,
muy cerca de los ríos. Y mi canto es como agua
ciega de llama.
El horno del hogar, el caldeo del aire,
el buril, el crisol,
el recocido, fundición, vaciado
del metal, y en el fuego
una revelación dentro del hierro
que se depura y se abre;
la mirada del cobre, las espigas de acero,
los carbones de brezo con temblor de armonía,
la canción de la fragua,
las campanas aquellas de la infancia
y la cintura astuta de las llaves.
Hondo oficio sagrado. Ya no hay hombre con hombre,
cosa con cosa. Yendo de madrugada
olí la flor de viña
entre el nudo y la yema y el sarmiento
muy antes del reposo
invernal. ¿Dónde el vuelo a ala abierta
de la alondra y el mirlo
en la viña recién amanecida?
¿Dónde la cepa ardida y nueva cuando
hay un destello dentro de la uva,
primera luz que salva? Es la alegría,
el baile de vendimia,
el racimo estelar y el cielo entero
en la viña nocturna.

Llego de Luza,
ciudad maldita y vil, muy soleada,
cercana al mar, tan bella, de aire limpio;
ciudad que no merece que la habiten sus hombres
cobardes y traidores, de mirada
temblando de codicia
donde no juegan niños,
las casas secas, las ventanas solas
y las calles sin fe y sin aventura.
Cuando llega el otoño y la luz se estremece
porque espera y va a dar,
se ensimisma y se asombra
en el futuro de lo oscuro, en vivo
fruto. Aunque apenas vea canto ahora
al amor de la lumbre.
Cómo iba fugitivo,
sin destino y sin tiempo
buscando un nuevo nacimiento en vano.
¡Qué blancura infinita! ¿Dónde la primavera?
Ahora me salen las palabras solas,
como respiración. Mi canto es como agua
ciega de llama donde nunca hay muerte
porque él es muerte. Pero yo os convido
al vino de tiniebla, a abrir la puerta
de bronce, de hojas grandes, por la que se entra al día
donde ya no hay ayer.



A VECES

Y el manantial del arrepentimiento,
leche y alba en secreto que ahora nace
con desventura y gracia, a la intemperie,
cuando el destino, cuando la inocencia,
una sorpresa viva, una promesa
en las orillas de aquel cuerpo ido.
Cómo un momento es la vida entera.
Este momento que no será mío
ni de nadie. Huele a sombra y a heno.
la melodía y la alegría suave
del tacto de castaña en el invierno
que me dan como fruto malherido.
Cuánta distancia y cuánta cercanía.
¡Si el pensamiento fuera lo que se ama!
Para qué recordar aquellos tiempos
cuando la luz no era de puesta nunca
y la vida era vida y no sabía
porque no había nada que saber
sino el temblor del alma sin sentido.
Temblor de manantial algunas veces,
de soledad y entrega, del rocío
y del delirio del cristal nocturno
y del perdón, verdad que no se oye
pero está ahí, en el momento mismo
del cuerpo que se alza y lava y cura
cuando ahora oscurece y se va el día.






Y YA NO HAY VIENTO NI SIQUIERA AIRE

Y ya no hay viento ni siquiera aire.
Alto es el día, más alta la noche,
y hay como esperanza y hay peligro,
la sombra del naranjo que da suerte,
la ilusión que da vida antes del sueño.
Es el sueño traidor y verdadero.
Y vivo el día que ya no es mi día
con un silencio oscuro
y nunca es soledad sino armonía,
con la miseria de cualquier momento,
un amor sin dolor, que poco dura
y la alegría que no tiene tiempo,
el cuerpo sin adiós como ola en cúpula
en los pliegues de sábanas sin muerte.
Y nadie ve los tallos del enebro,
manos de sal y frío y una música
noche adentro muy mía que se abre
y nunca llega. Cuándo. Cuándo. ¿Ahora?
Y ya no hay viento ni siquiera aire.
La lluvia, un pensamiento generoso.












SORPRESA

Si ya la sensación no es alegría
sino dolor que desfigura el rostro,
no sólo el alma que va de vacío.
Es cuando el pensamiento se hace canto.
Y si no hay sueño, ¿qué va a haber ahora?
Si yo supiera lo que nunca es mío.
Y cómo luce cualquier cosa, y cómo
se oscurece y se apaga,
casi desaparece
y se vuelve a encender en plaza y vena,
tan cercana y remota al mismo tiempo.
Es la ilusión de la contemplación
siempre en renuevo, primavera y cúpula,
lirio del valle.
Cuando el recuerdo pierde transparencia
y me da compañía y me da herida.
Y a saber qué es vislumbre y qué es certeza.
Las espigas de abril y con qué gracia,
con qué donaire y qué delicadeza
maduran, tiemblan, tan remediadoras.
Va cayendo la tarde y presurosas
se van las nubes sin ocaso, en himno.
¿Dónde la amanecida,
el caballo alazán en las riberas
del río, y los tejados
sin aquellas palomas?






CUANDO LA VEJEZ

¿Y quién iba a decir que hoy está clara
la vida, tan en claro que no puede
decirse ni siquiera
mirarla a media luz, a medio viento,
con la tersura de la soledad
y el hilo repentino del recuerdo
cuando los años se hacen pesadumbre
y aquellos días de ilusión temprana
ya sin cadencia en lluvia?

Y se alza la verdad de la mañana
sin edad, sin destino,
mientras la calle ya es el son del sueño,
mientras tiembla el andar muy poco a poco
con servidumbre entre música y fe,
las arrugas del agua y la traición del cuerpo
muy lejos ya del pensamiento en vano,
muy lejos de los días y la casa,
la confidencia de la noche dura
entre sábana y alma
y la luz malherida,
alta en la intimidad del frío seco,
la caverna de la desconfianza.
¿Y la calcinación del nogal dulce,
la cera blanca y el membrillo aquel
de juventud? Quién sabe.
¿Dónde la infancia y dónde el mediodía?
Es la revelación de la inocencia,
la rebeldía y la miseria, a oscuras,
el perdón y el olvido
donde aún hay deseo
y desprecio y piedad, un amor nuevo
y una caricia que ya llega y muere:
el desamparo azul. ¿Y qué promesa
ahora?






























BIBLIOGRAFÍA

Claudio Rodríguez, Aventura, Ed. Facsímil de I. García Jambrina. Tropismos. Salamanca, 2005.
Claudio Rodríguez, La otra palabra. Escritos en prosa, Edición de Fernando Yubero, Tusquets editores, Barcelona, 2004.
Claudio Rodríguez, Poesía Completa (1953-1991), Tusquets editores, Barcelona, 2001.

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