martes, 13 de mayo de 2008

CANTANDO

El sitio del canto


No busquemos en otro sitio el canto.
Del vivir al morir hay todo un siglo
de esperanzas que brillan en la cal de los huesos,
un segundo de orgasmo entre los ojos,
eternidades mínimas
colgadas del andamio de los días.

El hombre reconoce su destino de sombra,
émulo de estrellas que algún día
estallarán sin luz.
Se sabe dios a veces manejando
los hilos de la historia, los destinos
de miles de exiliados como él,
y en un instante puede ahogar su sueño
en el mínimo lago de una copa de vino.

Y es ese mismo hermano, cuyas señas ignoro,
el que cruza sus pasos con los míos
y afila el corazón mientras andamia
su futuro en un hijo
y, armado de esperanza,
con machetes de afán, rompe la niebla
de cada enfermedad
y cierra como un héroe
los ojos y la puerta de su sangre
y se echa a morir asumiendo que es tierra.


Raza de sueños

Sigue a ese hombre, a ese fiel hermano
con ojos anegados de mil noches
hipotecadas,
con manos llenas de usos y herramientas
y vacías de premios.
Sigue a esa estatura de cansancio
repartida antes que tú en el sendero
del mundo,
en la raza de sueños infinitos
de todas las culturas.
Sigue su existencia interminable
detenida en un cuerpo aquí y ahora
hasta ese hormiguero
donde los trenes hablan sin ningún pudor
de suicidios, de amores,
de hambre, de trabajo, de pan justo,
de justicia inexacta.
Síguela hasta el andamio, hasta los surcos,
hasta la escuela, hasta la fábrica,
hasta los despachos, hasta los hospitales,
hasta las sepulturas.

Haz tuyos su fatiga,
la erosión de su carne,
la embestida del odio,
los sopapos del humo y del hastío,
el hedor de la tinta que lo archiva,
la sábana más triste que lo cubre
y el broche final de los necrófagos
que le dice hasta nunca sin un llanto.

Síguela y aprende
cómo todos nosotros empujamos
la existencia de todos,
la noble eternidad de nuestra raza,
con muertes solitarias,
con vidas hechas de hambre y soledad.

Sigue a ese hombre y enjúgale el sudor
y dale un vaso de agua:
él es tú mismo, él es todos nosotros
encarnados en uno.
En esa ropa destructible suya
pero a la vez perenne
va la obra del hombre,
su andamio y su camino,
la raza siempre errante y siempre sola.







Ring

¿Quién nos pone de pronto
en medio del camino de los días,
entre las duras cuerdas
del ring o de la vida sin aviso,
sin armarnos el ánimo con guantes de esperanza
para al menos velar un poco el miedo
que nos cuelga del cielo de los ojos?

Siempre dejados
de la mano de Dios y a la deriva
por el mar de la calle,
recibimos los golpes que nos manda
sin heraldos la vida hasta besar
la lona muchas veces.
Pero, hijos del barro y barro y solo barro,
la costumbre tenaz del sufrimiento
nos pone en pie de nuevo y, cara a cara,
aunque ciegos, proseguimos luchando
hasta que el golpe decisivo ponga
fin al combate.

Entonces el camino de los días,
lucha a muerte sin tregua de campanas,
sin derrota ni triunfo, habrá acabado.

Un instante los focos de la calle
apagarán y encenderán su luz
hasta otra nueva muerte.
Y la raza jamás querrá aprender
que el viaje de ida se repite
por los siglos de los siglos, amén.

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