domingo, 18 de diciembre de 2011

Memorias de un jubilado


La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va...
Una vez más llegan volando y llenos de ilusión y esperanza los días blancos de diciembre en que un año que acaba espera a otro que llega sin que uno y otro quieran mover ficha, como si la partida se prolongara mágicamente en el tiempo. Como cada año bajamos las figuras del belén del armario del trastero y vamos a la montaña a recoger el musgo que dispuesto con manos atentas sobre el tablero de la mesa del recibidor dará el ambiente adecuado a la posición poética de los personajes clásicos, personas y animales, en los caminos, en el estanque, en las montañas de corcho de alcornoque, en el interior del Portal... Y vamos montando el escenario del hecho soci-religioso que está presente en nuestra memoria desde que éramos niños, aquí el estanque de los patos, allí la cueva del pastor, el leñador que baja de las montañas, cerca del Portal los Reyes, y dentro, estratégicamente situados, la mula, el buey en torno a las tres figuras clave del Nacimiento. Y las luces, la estrella, los angelitos sobre el techo de la cueva de corcho y el volver a la ingenuidad de la infancia...
Acompañando esta celebración y montaje del Nacimiento, van y vienen las postales de felicitación que los amigos verdaderos nos intercambiamos estos días, con palabras de buenos deseos para las fiestas que vamos a vivir en familia y para el año que viene, música de villancicos, letras que siguen clavadas en el alma desde siempre, como las que sirven de título a esta entrada y que Pedro Antonio de Alarcón hizo eternas.
Y luego están las llamadas a los amigos para la cena anual, esa cena que se remonta a nuestros mejores años de trabajo en la enseñanza, cuando teníamos bajo nuestra responsabilidad la formación integral de futuros hombres. A lo largo del tiempo el número de comensales y estos mismos han ido cambiando, así como los lugares escogidos para reunirnos en una mesa en torno a una buena cena, conversaciones amables y buenos deseos para el año próximo, haya o no crisis económicas, algún enfermo en casa o nietos por llegar. Sant Cugat, Cerdanyola, Tarrasa, Barcelona... son algunos hitos de nuestras cenas de amistad que suelen cerrarse con unos versos que suelo escribir para la ocasión. La última, apenas vivida veinticuatro hora antes. He aquí el sencillo poema que, a modo de felicitación navideña, entregué a los comensales de este año:

Tienes en tu camino
todo lo necesario
para ser siempre tú mismo
y para envejecer despacio.
La lectura de un buen libro,
un paseo por el barrio,
una copa de buen vino
y la playa del abrazo
de la mujer que contigo
navega en tu mismo barco.

Los recuerdos y el olvido
son un juego del pasado.
Sólo el presente está vivo
si late vivo en tus manos.
Avanza por tu camino
envejeciendo despacio
y goza de lo vivido,
de tu tiempo y de tu espacio.


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