MONÓLOGO DEL TEATRO
A mí siempre me ha gustado el teatro. Desde niño ya me gustaba actuar. Una vez, estudiando en los Salesianos de mi ciudad natal, participé en una obra de teatro sobre el personaje del folklore popular Garbancito en una sala municipal. Y me tomé tan a pecho mi actuación como pájaro que cantaba a coro con otros cuantos la letra “Chu, chu, chu, chu, a ver, de Garbacito, decid lo que sepáis. Avecillas que voláis, pajarillos que cantáis.
A mí siempre me ha gustado el teatro. Desde niño ya me gustaba actuar. Una vez, estudiando en los Salesianos de mi ciudad natal, participé en una obra de teatro sobre el personaje del folklore popular Garbancito en una sala municipal. Y me tomé tan a pecho mi actuación como pájaro que cantaba a coro con otros cuantos la letra “Chu, chu, chu, chu, a ver, de Garbacito, decid lo que sepáis. Avecillas que voláis, pajarillos que cantáis.
Mis padres y mis hermanos se reían a mandíbula batiente oyéndome imitar las voces del charlatán y del tío Tano.
Más tarde en el Instituto mis dotes interpretativas llamaron la atención de los profesores encargados de preparar las obras de teatro para las diversas fiestas del Centro y siempre me alzaba con uno de los papeles más importantes de la obra elegida. Uno de los primeros papeles que interpreté fue la de un actor mediocre que se olvidaba de sus textos y recurría a las improvisaciones más peregrinas, con lo que constantemente hacía montar en cólera al director de la compañía.
Recuerdo la vez que debía declamar El Nazareno de Gabriel y Galán ante un público juvenil. Salía al escenario como empujado por alguien y luego me sorprendía al ver que estaba ante el público de un teatro. Miraba a un lado y a otro en busca de ayuda y entonces reparé en la concha del escenario. El apuntador me hacía gestos de que empezara a recitar.
“El Nazareno, de Gabriel y Galán”, dijo a continuación para apuntarme. “El Nazareno, de Gabriel y Galán”, repetí como un autómata mirando a las primeras filas del patio de butacas, mientras mi mano se quedaba flotando en el aire. Algunos chicos sonreían. “Les voy a recitar el poema de Gabriel y Galán titulado El Nazareno”, dije mientras con la punta del pie tocaba la concha en
busca de un nuevo apunte, “Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada,/ con la frente ensangrentada, / la mirada del Dios bueno / y la soga al cuello echada…” dijo de un tirón el apuntador con un tono que podía oírse en las primeras filas del teatro. Sonaron algunas risas. “Eso. Cuando pasa el Nazareno”, dije con voz de ultratumba, mientras me acompañaba con la mano para señalar el camino. “Con la frente muy morada…” Nuevas risas. “La mirada ensangrentada…” Risas abiertas. “Y una gota de veneno.” Carcajada general.
Pero del papel que mejor recuerdo guardo fue el que encarnaba a un comisionista catalán llamado Pau Palau Tomeu, protagonista de una obra de Vital Aza titulada, si no recuerdo mal, Parada y fonda.
“El Nazareno, de Gabriel y Galán”, dijo a continuación para apuntarme. “El Nazareno, de Gabriel y Galán”, repetí como un autómata mirando a las primeras filas del patio de butacas, mientras mi mano se quedaba flotando en el aire. Algunos chicos sonreían. “Les voy a recitar el poema de Gabriel y Galán titulado El Nazareno”, dije mientras con la punta del pie tocaba la concha en
busca de un nuevo apunte, “Cuando pasa el Nazareno / de la túnica morada,/ con la frente ensangrentada, / la mirada del Dios bueno / y la soga al cuello echada…” dijo de un tirón el apuntador con un tono que podía oírse en las primeras filas del teatro. Sonaron algunas risas. “Eso. Cuando pasa el Nazareno”, dije con voz de ultratumba, mientras me acompañaba con la mano para señalar el camino. “Con la frente muy morada…” Nuevas risas. “La mirada ensangrentada…” Risas abiertas. “Y una gota de veneno.” Carcajada general.
Pero del papel que mejor recuerdo guardo fue el que encarnaba a un comisionista catalán llamado Pau Palau Tomeu, protagonista de una obra de Vital Aza titulada, si no recuerdo mal, Parada y fonda.
En ella llegaba a una fonda de Valladolid en tiempos de ferias y en cuanto algún otro huésped mencionaba algún objeto, yo intervenía abriendo mi maletín de viajante y, mientras me presentaba con la retahíla de nombres Pau Palau Tomeu, representante de Andreu Grau i Riu de Barcelona, le ofrecía como verdaderas gangas productos de lo más peregrino, desde cepillos para la ropa hasta instrumentos para mejorar la audición. Fue un éxito la vez que hicimos en la misma tarde dos representaciones de Parada y Fonda para reunir dineros para el Viaje de fin de
curso de Preuniversitario, aunque la comida prevista en la obra la consumimos en la primera sesión y en la segunda comimos galletas puestas en el plato como si fueran filetes de carne.
curso de Preuniversitario, aunque la comida prevista en la obra la consumimos en la primera sesión y en la segunda comimos galletas puestas en el plato como si fueran filetes de carne.
No hay comentarios:
Publicar un comentario