TEORÍA LITERARIA
En otro Curso anterior traté de la Narrativa (Teoría y Práctica), referida especialmente a la novela y al cuento. Hoy comentaré en primer lugar la autobiografía, la fábula y la leyenda (géneros narrativos que se citan en el título de la Unidad 1), y en las Unidades siguientes, el ensayo y el teatro.
UNIDAD 1.
Otros géneros narrativos:
la autobiografía, la fábula, la leyenda
La autobiografía
Es un género narrativo en el que el autor relata su propia vida. Un ejemplo claro lo constituye el Libro de mi vida, de santa Teresa de Jesús, que trata del proceso espiritual de la carmelita y de las peripecias vividas durante su labor reformadora. Más cerca se halla La arboleda perdida, de Rafael Alberti, visión emotiva de la generación a que perteneció el poeta gaditano (la del 27) y de los avatares sufridos por el poeta durante la Guerra Civil y su posterior destierro. Por otra parte, es corriente ver que muchos escritores incluyen en sus ficciones literarias aspectos más o menos autobiográficos, como hizo en tiempos lejanos el Arcipreste de Hita en su Libro de buen amor y en tiempos más recientes “Azorín” en Las confesiones de un pequeño filósofo. Géneros relacionados con la autobiografía son los libros de Memorias, género cultivado, entre otros, por Mercedes Salisachs, Bioy Casares o Camilo José Cela.
Veamos un par de ejemplos autobiográficos pertenecientes a autores bien diferentes:
“A finales de 1932 me encontraba en Berlín con María Teresa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar los movimientos teatrales europeos. Allí conocí a Erwin Piscator, gran director de escena, a Bertold Brecht, ambos muy jóvenes aún, a Ernest Toller, dramaturgo, que se suicidó más tarde en Nueva York, y a muchos más artistas, escritores e intelectuales que el nazismo arrojó de Alemania, en donde ya, en aquel final de 1932 no se podía vivir.”
Rafael Alberti.
“Lector: yo soy un pequeño filósofo; yo tengo una cajita de plata llena de fino y oloroso polvo de tabaco, un sombrero grande de copa y un paraguas de seda roja con recia armadura de ballena. Lector: yo emborrono estas páginas en la pequeña biblioteca del collado de Salinas. Quiero evocar mi vida. Es medianoche. El campo reposa en un silencio augusto; cantan los grillos en coro suave y melancólico; las estrellas fulguran en el cielo fuliginoso.”
José Martínez Ruiz “Azorín”
La fábula
Género narrativo en verso del que se deduce una enseñanza moral y cuyos personajes principales son en su mayoría animales, aunque también pueden serlo personas y conceptos abstractos. Tiene sus raíces en la literatura oriental. Autores como Fedro y Esopo, entre los clásicos, y La Fontaine, más cercano a nosotros, son los cultivadores que les dieron forma definitiva. En la literatura española ha habido siempre muchos y buenos cultivadores: el Arcipreste de Hita, Iriarte, Samaniego, Hartzenbusch… De este último es la fábula titulada
El águila y el caracol
“Vio, en la inminente roca donde anida
el águila real, que se le llega
un torpe caracol de la honda vega,
y exclama, sorprendida:
-Cómo, con ese andar tan perezoso,
tan arriba subiste a visitarme?
-Subí, señora- contestó el baboso-,
a fuerza de arrastrarme.”
La leyenda
Narración relacionada con un personaje, hecho o lugar que se apoya tanto en elementos fiables e históricos como en aspectos mitológicos y sobrenaturales. Empieza su andadura formando parte de la literatura oral, pero pronto pasa a ser escrita bajo formas dispares: epopeyas, romances, relatos en prosa y en verso. En nuestra literatura se suele asociar con los cantares de gesta medievales, el Romancero o el teatro de los Siglos de Oro. En el Romanticismo la leyenda se convierte en género propio, tanto en verso como en prosa. Zorrilla es el máximo representante de la leyenda en verso (A buen juez, mejor testigo, Margarita la Tornera…), y Bécquer de la leyenda en prosa (Los ojos verdes, El monte de las Ánimas…). A continuación te copio dos fragmentos, el primero perteneciente a Buen juez, mejor testigo, y el segundo, a Los ojos verdes:
“…Y allá en los aires, “Sí, juro”,
clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
la vista a la imagen santa:
los labios tenía abiertos
y una mano desclavada…”
José Zorrilla
“Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran, luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día.”
Gustavo Adolfo Bécquer
Actividades
a) Identifica los géneros narrativos a que corresponden los siguientes textos:
1.
“Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: ¿Qué tal?
Era perita la mona.
y respondióle: Muy mal.
-Yo creo, replicó el oso,
que me haces poco favor,
¡pues qué! ¿Mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?
Estaba el cerdo presente,
y dijo: Bravo, ¡bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá.
Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán molesto
hubo de exclamar así:
Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar.
Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!,
si el necio aplaude, ¡peor!”
Tomás de Iriarte.
2.
“En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la misa del gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.
Como era natural, después de oírla aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.
Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche.”
Gustavo Adolfo Bécquer
3.
“Éramos tres hermanas y nueve hermanos; todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre; y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón, porque yo he lástima cuando me acuerdo de las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.”
Santa Teresa de Jesús
4.
“-Que a los pies de aquella imagen
lo jures como cristiano
del santo Cristo delante.
Vaciló un punto Martínez,
mas porfiando que jurase,
llevóle Inés hacia el templo
que en medio de la vega yace.
Enclavado en un madero,
en duro y postrero trance,
ceñida la sien de espinas,
descolorido el semblante,
veíase allí un crucifijo
teñido de negra sangre,
a quien Toledo devota
acude hoy en sus azares…”
José Zorrilla
UNIDAD 2
El ensayo
El ensayo es un género literario en prosa de extensión breve que expone una opinión personal sobre cualquier tema (religioso, histórico, filosófico, artístico, literario…) con profundidad emotiva pero sin intención de agotar el asunto tratado. Ortega y Gasset, uno de nuestros principales cultivadores, lo definió como “disertación científica sin prueba explícita.”
Sus caracteres fundamentales son:
-límites poco definidos ya que se encuentra entre la didáctica, la crítica y el periodismo y a veces se halla tan próximo a la lírica que recuerda al poema en prosa;
-estructura libre, aunque suele respetar los apartados introducción, desarrollo y conclusión, y breve pese a que en ocasiones puede abarcar todo un libro;
-estilo más cuidado y elegante que afectado y más ameno y divertido que riguroso y serio; y
tono variado entre profundo, poético, serio y humorístico. Y en cuanto a los rasgos que debe reunir su autor, éste ha de ser imaginativo, sensible, culto y buen conocedor del idioma.
La historia del ensayo, a grandes rasgos, suele empezar con el francés Michel de Montaigne (1533-1592), con cuyos Essais (en castellano, “Ensayos”) nos da el nombre del género y sienta las bases del mismo (estilo fácil, natural y de sistema abierto y flexible).
En el Prólogo de la obra nos dice: “Este es un libro de buena fe, lector. Desde el principio te advertirá que con él no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que cuando yo muera (lo que acontecerá pronto) puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron… Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí.”
El ensayo español, aunque ya en épocas anteriores hubo muestras del género (recordemos, entre otros, a Vives, los hermanos Valdés o algunos escritos de los autores citados en la presente unidad), no se cultiva mayoritariamente hasta el siglo XVIII, en que el problema de España se hace más sensible y urgente; fue más didáctico y sociológico que personal, pero ganó en naturalidad y eficacia. Sus máximos representantes fueron Feijoo (1676-1764) con sus Cartas eruditas y Teatro crítico universal; Cadalso (1741-1782), autor de Cartas marruecas, y Jovellanos (1744-1811), al que debemos, entre otros ensayos, el Informe sobre la ley agraria.
“El valor de las opiniones se ha de computar por el peso no por el número de las almas. Los ignorantes, por ser muchos, no dejan de ser ignorantes. ¿Qué acierto, pues, se puede esperar de sus resoluciones? Antes es de creer que la multitud añadirá estorbos a la verdad, creciendo los sufragios al error. Si fue superstición extravagante de los molosos, pueblos antiguos de Epiro, constituir el tronco de una encina por órgano de Apolo, no lo sería menos conceder esta prerrogativa a toda la selva Dodonea…” (Teatro crítico universal, de Feijoo)
En el siglo XIX el ensayo amplió su temática y adquirió mayor carácter literario. Entre todos sus cultivadores destacó Mariano José de Larra (1809-1837), en cuyos Artículos literarios, políticos y costumbristas habló de España, sus problemas y su destino.
“Volví los ojos a los cristales de mi balcón; veíalos empañados y como llorones por dentro; los vapores condensados se deslizaban a manera de lágrimas a lo largo del diáfano cristal; así se empaña la vida, pensaba; así el frío exterior del mundo condensa las penas en el interior del hombre, así caen gota a gota las lágrimas sobre el corazón. Los que ven de fuera los cristales los ven tersos y brillantes; los que ven sólo los rostros los ven alegres y serenos.”
A caballo entre los siglos XIX y XX sobresalen ensayistas de la talla de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901) con sus Solos, Joaquín Costa (1844-1911), precedente de la Generación del 98 y autor de El colectivismo agrario, Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), cuya erudición abarcó diversidad de campos: la historia en Historia de los heterodoxos españoles; la literatura en Estudios de crítica literaria; etc.)…
Ensayistas excelentes de dicha generación son Unamuno (1864-1936), autor de obras como La agonía del cristianismo; Ganivet (1862-1898), del Idearium español; José Martínez Ruiz “Azorín” (1874-1968), de El alma castellana, o Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), de La España del Cid.
A la generación siguiente pertenece José Ortega y Gasset (1883- 1955), uno de nuestros máximos ensayistas de todos los tiempos y autor de obras tan interesantes como Meditaciones del Quijote, que le sirven para tratar la profundidad de cuanto significa ser español, El tema de nuestro tiempo, donde explica la llamada “razón vital”, sistema filosófico que retrata la vida como una verdad ineludible en la que el hombre es y existe en relación con las cosas que lo rodean: “Yo soy yo y mis circunstancias”, o La rebelión de las masas, para muchos la obra más redonda del autor, donde llega a afirmar, entre otras cosas, que “hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en la que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos.”
Finalmente, entre los ensayistas más cercanos a nosotros citaremos los siguientes nombres: Julián Marías, autor de Miguel de Unamuno o la Filosofía española actual; J. L. López Aranguren , de La juventud europea y otros ensayos; J. Ferrater Mora, de Cuatro visiones de la historia universal; Laín Entralgo, de España como problema; Fernando Savater, de La infancia recuperada, etc.
Actividades
1. Lee el siguiente fragmento del ensayo de Fernando Savater La infancia recuperada y contesta las preguntas :
“Desaparecidos los científicos de la literatura, los sintomatólogos y los desmitificadores, creo que ya estamos entre amigos. Queda por aclarar qué es lo que se pretende realizar en este libro, puesto que se rechazan los enfoques más consagrados de crítica y desentrañamiento de textos. Sencillamente, aquí no se lleva a cabo más que una evocación, una especie de conjuro literario. Lo evocado no es solamente el retumbar escrito de las grandes narraciones, sino ante todo la disposición de ánimo que las busca y las disfruta, junto con la huella gozosa que su lección deja en la memoria. Para llevar a cabo esta evocación se parte metódicamente de la subjetividad, como ya se ha dicho, utilizando todo lo que la halaga, la alarma o en lo que se reconoce: empleo citas (prefiriendo la versión de la memoria a la corroborada tras compulsar el texto), pero también pastiches más o menos declarados, anécdotas personales ligadas indisolublemente a la primera epifanía de la narración o paráfrasis y voluntariamente caprichosas de algunos episodios memorables. Las ilustraciones que acompañan el texto responden también al mismo propósito. Se intenta así reconstruir –evocar- el nivel ético de la narración, su importancia fundacional en la adquisición de una moral que no remita ante todo a la timorata corrección de las costumbres, sino a eso que alude la expresión española “tener la moral alta, tener mucha moral”: la rebelión ante la necesidad ciega, ante el peso abrumador de circunstancias inhumanas que no parecen dejar lugar para lo humano, el libre coraje que se enfrenta con rutinas y mecanismos en los que no se reconoce y consigue afirmar el predominio de lo maravilloso, de lo inmortal.”
a) Señala la estructura y la idea central del texto.
b) ¿En qué consiste la evocación de la que habla el autor y qué elementos emplea éste para lograrla?
2. Lee el siguiente fragmento del ensayo de Ramón Menéndez Pidal La España del Cid y contesta las preguntas:
“Quizá alguno piense que tal olvido responde a que el recuerdo del Cid no es ahora de la mayor urgencia. Las glorias militares, que antes eran las preferidas de la historia, han perdido mucho de su interés. La milicia no es ya el ejercicio que desarrolla las más nobles virtudes sociales; éstas brillan preferentemente en otros esfuerzos más admirados y provechosos que el bélico, y la historia no busca ya el preparar a los pueblos para las tradicionales guerras del odio racial, sino para los nuevos pugilatos de la cultura. Mas aparte de que este cambio de ideas no puede arrancar su importancia al elemento militar de la historia, la vida del Cid nunca tuvo como principal ese aspecto guerrero que alguien puede creer único en ella y que es único en la vida de otros héroes análogos, como, por ejemplo, Roldán. El Cid ofreció siempre un mayor interés humano, palpitante en su grande obra contrariada y desagradecida.
a) Señala las características comunes de los dos textos como ensayos y sitúalos adecuadamente en la historia del género.
b) ¿Cuáles son las ideas centrales del segundo texto?
UNIDAD 3
El teatro y sus elementos.
El texto teatral, como obra literaria, además de la acción dramática, proporciona el asunto de que trata, los personajes que la protagonizan, las formas de elocución que éstos dicen y emplean, la forma externa o distribución de actos y escenas y el marco espacio-temporal en el que actúan.
El asunto abarca cuanto de la vida humana pueda representarse; coincide con la idea central que se contiene en la acción. Relacionado con el asunto está el argumento, que cuenta los pasos y las causas que explican los diversos acontecimientos de la obra.
La acción y el conflicto se interrelacionan porque si no hay conflicto no hay acción. Lo mismo ocurre con la intriga, que es la trabazón de los acontecimientos entre los que se lleva a cabo la acción. Ésta se desarrolla en la exposición (antecedentes sobre el problema planteado en el argumento y los personajes que aparecen en la obra), nudo (lucha de pasiones, lances, etc., que promueven la curiosidad del público) y desenlace (resolución del problema planteado).
Los personajes son las personas que figuran en la representación teatral. Suele haber tres tipos de personajes o caracteres teatrales: los totalmente definidos, que adquieren gran fuerza humana y se convierten en prototipos (Segismundo, Hamlet, Peribáñez…); esbozados, que sólo tienen rasgos característicos y son los llamados tipos (el gracioso, el galán, el hipócrita…) y los caracteres abstractos, figuras que permiten al autor expresar sus ideas más fácilmente (la salvación, la culpa, la misericordia divina…).
Segismundo, que es un personaje definido, y por lo tanto, convertido en prototipo humano, llega a quejarse ante la providencia divina de la diferencia que existe entre su libertad y la de ciertos seres inferiores:
“Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signos es de estrellas,
gracias al docto pincel,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto:
¿ y yo con mejor instinto
tengo menos libertad?”
(La vida es sueño, de Calderón de la Barca)
Las formas de elocución más extendidas son el diálogo y el monólogo (una variante de éste es el aparte), que pueden expresarse tanto en verso como en prosa o en las dos formas mezcladas. El estilo o el registro del lenguaje debe adecuarse al asunto de la obra y a la condición social de los personajes.
Es famoso el monólogo de Hamlet que empieza:
“Ser o no ser: todo el problema es ese.
¿Qué es más noble al alma: padecer
golpes y dardos de la cruel fortuna,
o armarse contra un piélago de angustias
y darles fin a todas combatiéndolas?
Morir… dormir; no más; y con un sueño
saber que dimos fin a las congojas.
y a los mil naturales sobresaltos
que componen la herencia de la carne,
consumación es esa que con ruegos
se puede desear. Morir, dormir…”
La forma externa de la obra teatral se refiere a la distribución del texto en actos, cuadros, escenas, diálogos, monólogos, acotaciones, apartes… Si el acto cambia con la subida o bajada del telón, el cuadro lo hace con la sustitución de un decorado por otro, mientras que la escena se distingue por la salida o entrada al escenario de uno o más personajes. Las acotaciones son en el teatro lo que la narración y la descripción en otros géneros. Se escriben entre paréntesis y son indicaciones que el autor destina a los personajes o al director de escena. Dentro de ellas se encuentra el aparte.
El marco espacio-temporal se expresa por medio del cambio de actos y decorados, los ropajes de los personajes y el “atrezzo” o conjunto de objetos pertenecientes a una época determinada. También se utiliza la luminotecnia y otros elementos, como las propias palabras de los personajes o sus caracterizaciones para indicar el tiempo.
El teatro y su representación
Aunque hay obras que fueron escritas como objeto de lectura (un ejemplo claro es La Celestina), el caso es que el dramaturgo escribe su obra para ser representada ante un público en un espacio físico llamado teatro. Es cuando el texto se convierte en espectáculo. Entonces intervienen otros elementos: desde el decorado y las tramoyas hasta las luces o el maquillaje de los actores. El público oye y ve las palabras que los actores dicen y los gestos y movimientos que realizan en el escenario, incluidos los bailes y las canciones. Entonces es cuando toma sentido la palabra drama (del griego “drao”, que significa acción), en cuanto que ciertos personajes realizan la acción dramática en un escenario mediante la voz y el diálogo envueltos por una atmósfera adecuada.
Actividades
a) Identifica en el fragmento siguiente los elementos que intervienen en toda obra teatral:
“Doña Paula.- Según dice mi médico, ahora también se mueren antes que las mujeres, pero no en semejante proporción.
Doña Matilde.- Yo creo que lo que les sucede es que hacer el amor les sienta mal.
Doña Paula.- Y los pobres se obstinan en hacerlo, creyendo que con ello nos complacen… ¡Pobrecillos!
Doña Matilde.- ¡Por presumir de hombres y contarlo luego en el Casino, son capaces hasta de morir!
Doña Paula.- En efecto, en efecto… (Y de repente doña Paula se dirige al matrimonio que sigue en el mismo sitio imperturbable, y les dice:) ¡Ah! ¿pero se van ustedes ya? ¡Huy! ¡Pero qué lástima!
Doña Matilde.- ¡Qué pronto!, ¿verdad?
Doña Paula.- (Se levanta.) Nada, nada, si tienen ustedes prisa no queremos detenerles más.
Doña Matilde.- (Se levanta.) Claro que sí… A lo mejor se les hace tarde.
(Y el matrimonio entonces no tiene más remedio y también se levanta.)
Doña Paula.- Pues les agradecemos mucho su visita.
Doña Matilde.- Hemos tenido un verdadero placer.
Doña Paula.- ( Ha sacado de un bolsillo un billete de cincuenta pesetas, que le entrega a doña Vicenta.) ¡Ah! Y aquí tienen las cincuenta pesetas.
Doña Vicenta.- Muchísimas gracias, doña Paula.
Doña Paula.- No faltaba más.
Don Fernando.- Buenas tardes, señoras…
Doña Matilde.- Buenas tardes.
( Y doña Paula les ha ido acompañando hasta la puerta de salida, por donde hacen mutis doña Vicenta y don Fernando. Cierra la puerta y vuelve con su hermana.)
Doña Paula.- Muy simpáticos, ¿verdad?
Doña Matilde.- Mucho. Muy amables.
Doña Paula.- Una gente muy atenta.
Doña Matilde.- ¿Y quiénes son?
Doña Paula.- Ah, no lo sé… Yo les pago cincuenta pesetas para que vengan de visita dos veces por semana.
Doña Matilde.- No está mal el precio. Es económico.”
(Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura)
b) Transforma en una obra teatral la anécdota siguiente:
“Se cuenta de Martínez de la Rosa, famoso dramaturgo del Romanticismo, que en cierta ocasión iba por la calle camino del teatro y dos muchachas jóvenes se cruzaron con él. Al reconocerlo, una de ellas dijo a su compañera que era una suerte encontrar por la calle a Martínez de la Rosa. El escritor la oyó y, girándose hacia ellas, dijo que si él era Martínez, ellas era las rosas.”
c) Reproduce un cuento conocido adoptando la forma de texto teatral (no te olvides de las acotaciones ni del resto de las marcas teatrales).
UNIDAD 4
Los géneros teatrales.
Se consideran géneros teatrales mayores la tragedia, la comedia, el drama y la tragicomedia, mientras que piezas teatrales como el entremés, el sainete, el auto sacramental o la farsa son tomados como géneros teatrales menores. Estudiemos en primer lugar los géneros mayores.
La tragedia es la representación de una acción grandiosa y solemne que concluye en una catástrofe que suele ser la muerte del protagonista. Aristóteles la definió así: “Es la imitación de una acción elevada y completa, de cierta magnitud, en un lenguaje matizado según las partes, efectuada por los personajes y no por medio de un relato, y que suscitando compasión y miedo, lleva a cabo la purgación de dichas emociones”. Pretende la tragedia causar el efecto de lo sublime a partir de la grandeza del conflicto dramático, la nobleza de los caracteres y el vigor de las pasiones. Nació en Grecia, en las fiestas dionisíacas, en las que se entonaba un himno en honor del dios del vino; luego se introdujo un diálogo entre un actor y el coro; pronto se inventaron las máscaras, los trajes, el tablado y el aparato escénico, y la tragedia dejó de ser un himno religioso para convertirse en una representación. Esquilo, Sófocles y Eurípides fueron los trágicos más grandes. Luego ha habido otros autores de tragedias, como Shakespeare, Racine…, y entre nosotros el citado Rojas o el Duque de Rivas, por citar dos de ellos.
La comedia es la representación de una acción dramática en la que el conflicto se debe a la intervención de un elemento cómico. Trata de imitar la realidad de la gente normal, de ahí que se haya adaptado tan bien a todo tipo de sociedades. Frente a la tragedia, en la que los personajes suelen ser de condición social alta y su desenlace funesto, la comedia cuenta con personajes de condición social inferior y su función es divertir al espectador, con lo que el desenlace casi siempre es feliz. También nació en Grecia, con Aristófanes, aunque alcanzó su cumbre con los romanos Plauto y Terencio. El teatro español está bien surtido de autores de comedias: Lope de Vega, Calderón, Moratín…
El drama es de origen moderno y está relacionado con la tragedia y la comedia pues se trata de un intermedio entre los dos. Es el género teatral que mejor imita a la vida pues ésta, lo mismo que el drama, admite mezclados los elementos serios y tristes con los elementos cómicos y felices. El desenlace de la obra varía dependiendo de lo que más convenga al proceder del protagonista; muchas veces es desgraciado, incluyendo la muerte del personaje central, como ocurre en El caballero de Olmedo. Sus creadores fueron, en Inglaterra, Shakespeare y, en nuestro país, Lope de Vega.
Parecida al drama es la tragicomedia (muchas veces ambos términos se confunden). El ejemplo más claro perteneciente al siglo XV es La Celestina, mientras que ya en épocas más cercanas a nosotros, ciertos títulos de Valle-Inclán (Luces de Bohemia, por ejemplo) o de Buero Vallejo (El tragaluz, entre otros) pueden considerarse tragicomedias.
Veamos ahora los géneros teatrales menores más conocidos.
El entremés es una obra dramática breve (de un solo acto), de carácter cómico y popular que se solía representar en los entreactos de las obras mayores, sobre todo, durante el Siglo de Oro español. Son muy famosos los entremeses de Cervantes, donde ciertos personajes (el cornudo, el tonto, el estudiante…) suelen salir malparados o ser objeto de burlas.
Parecidos al entremés son el paso y el sainete; este último es una pieza breve que refleja costumbres y hablas populares y cuya misión fundamental es hacer reír (aunque también hay sainetes de carácter más serio); pero suelen ser más modernos que los pasos y los entremeses. Buenos ejemplos de autores de sainetes los tenemos en Ramón de la Cruz, que trabaja a partir de ambientes, personajes y costumbres madrileños, y en los hermanos Álvarez Quintero, verdaderos maestros en reflejar las costumbres andaluzas haciendo hablar a sus simpáticos personajes con su típico gracejo del sur.
El auto sacramental es una obra dramática en un acto, en verso, cuyos personajes suelen ser muchos de ellos alegóricos, como la culpa, el pecado, la justicia, etc., escrito para exaltar el sacramento de la Eucaristía; se representaba en las grandes festividades religiosas del año, sobre todo, en el día del Corpus, e iba acompañada su representación de una complicada escenografía. Pedro Calderón de la Barca fue su máximo creador y el siglo XVII la época en que más se representó.
La farsa es una obra dramática breve con abundantes notas cómicas y satíricas en la que los rasgos de los personajes aparecen claramente exagerados para destacar más fácilmente la intención denunciadora de la pieza. Valle-Inclán es autor de varias obras de este tipo como la titulada Farsa y licencia de la reina castiza.
Existen también otras obras relacionadas con el teatro, como el llamado drama lírico (cuando al drama se le suma la música), que es llamado ópera cuando el canto acompaña constantemente a la acción , y zarzuela, si el canto alterna con la declamación.
Actividades
a) A partir de los versos siguientes de Calderón, define el auto sacramental:
“Sermones
puestos en verso, en idea
representables cuestiones
de la sacra Teología,
que no alcanzan mis razones
a explicar ni comprender,
y al regocijo dispone
en aplauso de este día.”
b) Identifica el género teatral a que corresponden los dos textos siguientes razonando la respuesta:
1. “Alberto:
¡La policía! ¡La policía, tíos! ¡Rápido, que vienen! ¡Tirar al wáter lo que tengáis! ¡Han salido de mi
comisaría a hacer un registro, no vaya a ser aquí, que venían para esta zona! (Esconde el tiesto de “maría”.En este momento se da cuenta de la presencia de Elena)
Chusa:
Es una amiga. Oye, no sé qué vamos a tirar, si no tenemos nada. (A Jaimito) ¿Te queda algo?
Jaimito:
Una china grande, pero no la tiro, que es lo único que nos queda. Rápido, tú. (A Elena.) A practicar. Toma, métela donde no te la encuentren.
Elena:
(Retrocede asustada sin atreverse a cogerla.) ¡Yo no sé!
Chusa:
¡Trae! (Coge la china y se mete en el lavabo.)
Jaimito:
(A Alberto, señalando a Elena.) Se la ha encontrado.
Elena:
(Ofreciendo educadamente su mano a Alberto.) Elena,
mucho gusto. Anda que si te pillan… ¿Por qué tienes puesto ese uniforme?
Alberto:
Pues porque estoy de guardia, por qué va a ser. (Va a la ventana, la abre y mira fuera. Luego cierra.) No se ve nada raro. Yo me largo de todas formas, no sea que…
(de Bajarse al moro, de José Luis Alonso)
2. “Madre:
Calla.
Vecina:
No puedo.
Madre:
Calla, he dicho. (En la puerta.) ¿No hay nadie aquí? (Se lleva las manos a la frente.) Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montes. (Con rabia a la Vecina.) ¿Te quieres callar? No quiero llantos en esta casa. Vuestras lágrimas son lágrimas de los ojos nada más, y las mías vendrán cuando yo esté sola, de las plantas de los pies, de mis raíces, y serán más ardientes que la sangre.
Vecina:
Vente a mi casa; no te quedes aquí.
Madre:
Aquí. Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. A medianoche dormiré, dormiré sin que ya me aterren la escopeta o el cuchillo. Otras manos se asomarán a las ventanas, azotadas por la lluvia, para ver el rostro de sus hijos. Yo, no. Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no; camposanto, no, camposanto, no; lecho de tierra, cama que los cobija y que los mece por el cielo. (Entra una mujer de negro que se dirige a la derecha y allí se arrodilla. A la Vecina.) Quítate las manos de la cara. Hemos de pasar días terribles. No quiero ver a nadie. La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. ¡Ay! ¡Ay! (Se sienta transida.)”
(de Bodas de sangre, de Federico García Lorca)
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