martes, 5 de enero de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

RECUERDOS DE UNA NOVELA: LA CALLE DEL OLIVO (1)

Así, La calle del Olivo, se llamaba una novela que yo estaba escribiendo hasta hace poco y que ahora no puedo continuar porque acabo de perderla. Son cosas que pasan en el mundo de la informática. Aprovecho la circunstancia para aconsejar a todos aquellos que escriben y escriben en el ordenador sin ir guardando el material resultante en una copia de seguridad, que lo hagan ya y que no se confíen plenamente en el disco extraíble que lo contiene y donde escriben en este momento. Porque falla. Falla. A mí me acaba de pasar, y llevo encima un cabreo que no me aguanto. Recuerdo, sin embargo, muchos detalles de la novela que guardaba hasta hace unos días en el "lápiz" en cuestión y que ahora no tengo otro remedio que tirar (un dispositivo minúsculo con tripas misteriosas). Detalles que espero que me sirvan para reconstruir de algún modo el esqueleto de La calle del Olivo.

La calle del Olivo, hoy de la Olivera, es la calle donde yo viví de soltero hasta 1970. Como todo el mundo sabe (sólo basta consultar una sencilla guía), esta calle se encuentra muy cerca de la hermosa Plaza de España y de Montjuic, adonde yo solía ir a estudiar algunos días en vísperas de exámenes mientras fui estudiante universitario. El piso de la calle del Olivo significa para mí y los míos un mundo entrañable que hoy provoca un sinfín de recuerdos. En ese piso, que hoy aún habitan mis hermanos mayores, vivieron hasta su marcha nuestros padres: primero él, apenas llegado a Barcelona desde nuestra querida tierra castellana, y sin haber disfrutado de su bien ganada jubilación (en mayo de 1966, un día lluvioso, depositamos sus restos en lo más alto de Montjuic con el mar de espaldas y el cielo cayendo inmisericorde sobre el granito de las tumbas); y al cabo de unos años, incapaz de soportar más el sufrimiento que le causaba la desaparición de su marido, ella, cuando yo ya había dejado aquel piso, me había casado y tenía un hijo y el segundo estaba a punto de llegar. De eso hablo en la novela. De eso, de lo que significó para mí la muerte de mis padres, y del aprendizaje que experimenté en Barcelona en los años que dejé de pronto de ser un estudiante para convertirme en un adulto con responsabilidades propias. La enseñanza de la ciudad condal fue decisiva en mi formación. Formación que compartí con un grupo de amigos catalanes que me acogieron como uno más, en especial Albert Casals, un joven artista que se abría entonces paso en el mundo difícil de la creación pictórica. De todo esto hablo en La calle del Olivo, novela inconclusa (me temo que seguirá así por mucho tiempo) que acabo de perder de la forma más estúpida.

El protagonista de la novela es un hombre mayor que, a punto de verse envuelto en un asunto grave relacionado con la inmigración sumergida barcelonesa, se pone a escribir una especie de libro de memorias que recoja su llegada a Barcelona desde su natal Toledo y su posterior aventura barcelonesa como estudiante primero y luego como profesor de Universidad y conductor de una famosa tertulia que tiene lugar en el Real Círculo Artístico de las inmediaciones de la Catedral dos sábados al mes. Durante sus años de estudiante conoce a un pintor que lo introduce en el mundo del arte, los museos y la belleza del Barrio Gótico barcelonés, pero también en el de los bares con magia y otros sitios donde bulle la vida joven y más libre de Barcelona. Al final de su vida de estudiante conocerá a la que será su novia y de la que recibirá más de lo que él está dispuesto a dar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario