jueves, 21 de enero de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Viajar (7)









Acabamos de llegar de Menorca, de un viaje al viento, al mar, a la calma de andar sin prisas y archivar en el corazón, también sin atragantarse, la belleza que esa isla reserva a quienes desean dejarse sorprenderse como niños. Y estoy poniendo pie a las fotografías que he hecho durante los días pasados allí, como hago después de cada viaje, desde que decidiera hacerlo tras mi vuelta a Zamora, mi ciudad del alma, algunos años atrás, después de quince años (se dice bien, quince años) sin volver a ver su río, sus puentes, sus murallas, sus barrios y sus gentes. Entonces tuvimos la suerte de alojarnos (allí ya no tengo casa ni sitio alguno donde pueda ir a dormir, salvo el que la amabilidad del amigo de la infancia, al que llamo Lolo el Gallego, me ha ofrecido tantas veces) en el Hotel Las Infantas, a un paso de la arteria vital más importante de la ciudad, mi querida calle de Santa Clara, por donde bajábamos y subíamos de chicos para encontrarnos con la chica de nuestros sueños. El Hotel era nuestro campamento de operaciones: desde allí salíamos cada mañana a desayunar al bar del mercado del chocolate y los churros y luego partíamos hacia lugares diferentes de la ciudad, cada día a uno distinto: al Castillo y la Catedral y los alrededores; a Cabañales, las cantinas y las huertas; a la Plaza Mayor y las cuestas vecinas llenas de recuerdos infantiles; a la zona de la avenida donde se encuentra el Instituto donde estudié el Bachillerato y la nueva expansión de Zamora... También visité la tumba del poeta paisano Claudio Rodríguez en San Atilano. De aqul viaje a Zamora después de tantos años surgió un poemario, Dejaremos perder estos días, con el que gané el premio de la Ciudad de Montoro al año siguiente.

También he escrito algún poema durante este viaje a Menorca y tal vez forme con ellos y los recuerdos de la isla más oriental de España una pequeña colección de poemas. El premio ya lo tengo sólo con haber vivido el milagro de diez días en Villacarlos, Mahón, Ciudadela, Trepucó, Son Bou, Cala de San Esteban... bajo el cielo gris de Menorca, lluvioso a veces y otras con espléndidos paréntesis de sol en rincones donde el mar y el viento juegan papeles importantísimos, pero también las taulas y talaiots, las tancas de piedra, los prados, las calas de ensueño donde duermen los yates en espera del siguiente verano, las esculturas de las plazas calladas de Mahón y Ciudadela, los pasadizos que llevan a mirandas sobre la ensenada de Mahón, puerto natural bellísimo y uno de los más grandes de Europa, las riquezas monumentales que sorprenden en cualquier plaza y tras doblar una esquina, como la de la Catedral de Ciudadela o el Carmen de Mahón, las bellezas naturales de las playas salvajes de Santa Galdana o San Bou, que además posee unas recoletas ruinas de una basílica paleocristiana. En fin, una colección de sorpresas para la mirada y emociones para el corazón.


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