jueves, 27 de septiembre de 2012

VIAJE RELÁMPAGO A TERUEL (II)


5.

Subidos de nuevo al autobús, decimos adiós al Castillo, llamado de los Catalanes porque la historia sitúa en él a los Condes de Barcelona, y enfilamos el rumbo a Alcañiz, próxima parada, tras torcer por el puente atravesado en medio del pantano. Enseguida el autobús empieza a subir tanto que deja muy abajo al agua del estanque que reflejan el azul limpio del cielo, y la carretera se convierte en una interminable serpiente gris que repta, sube y baja entre montes habitados por pinares y carrascas.


6.

Como la marcha se vuelve monótona, aprovecho para echar un vistazo al librito de Teruel que me he traído conmigo. Repaso la historia de la ciudad y releo sus principales leyendas de amor y guerra entre moros y cristianos. La primera y más conocida es la de Isabel de Segura y Diego de Marcilla, tema central de varias obras literarias, la principal de las cuales es el drama romántico firmado por Hartzenbusch y titulado inequívocamente Los amantes de Teruel. Pero también recuerdo la del tributo de Leonor o la del puente de Elvira, igualmente emotivas y llenas de romanticismo, así como la que explica el origen de la construcción de las dos torres mudéjares gemelas de la ciudad, la del Salvador y la de San Martín, o la de la fundación de la ciudad por Alfonso II, en la que figura un toro y una estrella, entre otros símbolos. Asimismo examino los planos de Teruel con indicación de los lugares y monumentos más visitados de la ciudad del toro y el amor. Y leo algunas notas sobre las pinturas del techo de la Catedral
Luego recurro a mi biblioteca de una página, llamo así al Kindle, invento excepcional para el buen lector, donde tengo reunidos unos cuantos de mis libros favoritos de Poesía, Teatro, Narrativa y Ensayo, y me enfrasco en la relectura de Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch.
"¿Conocéis en esta cara
marchita y amarillenta,
en estos ojos que cubre
de dolor oscura niebla,
en este labio en que siempre
un ¡ay! lastimero suena,
en esta efigie animada
del pesar, veis la belleza
que llamasteis algún día
en mil trovas lisonjeras
perla del Guadalaviar.
de Teruel fúlgida estrella?"

 


7.

Y así entramos en la provincia de Teruel, según la voz de la guía que lo anuncia en estos momentos. La enorme e incansable serpiente gris sigue serpeando, subiendo y bajando por el tobogán del paisaje aragonés, ahora pobremente representado por pedregales y yermos, pinos solitarios y algunas sabinas albares. El sol, en lo alto de las ventanillas del autobús, empieza a calentar mientras a la derecha de la marcha aparecen algunos olivares y más sabinas albares. Las conversaciones de los pasajeros, algo cansadas y repetitivas, han ido bajando de tono. La que persiste es la música del MP3 del autobús, que, al contrario que la anterior, se ha vuelto más vocinglera, ligera y popular. Allá a lo lejos, delante del autobús, se perfila violeta la sierra de Albarracín.

Y llegamos a la vista de Alcañiz, que, subida en un altozano, nos espera para una larga visita.


8.

Alcañiz, topónimo de origen árabe que en castellano significa El cañizo, es una población tranquila y pequeña, pero cuajada de atractivos monumentos artísticos, entre los cuales destacan la excolegiata de Santa María la Mayor, con una portada renacentista formidable, el rincón formado por el Ayuntamiento y la Lonja, del más depurado estilo gótico, y el Parador de la Concordia, subido a lo más alto de la población como un águila de piedra para dominar el paisaje, que fue en el pasado un convento franciscano y que guarda en su interior sorpresas inauditas como las pinturas góticas murales de una de sus torres o su recoleto claustro del mismo estilo; anexionado a él está el Castillo de los Calatravos con imponentes torreones e inexpugnables almenas. La vista de la vega que rodea al río Guadalope desde allí arriba es insuperable. No olvido el paseo por las calles antiguas de Alcañiz que dimos a nuestra vuelta de las impresionantes alturas porque también en ellas guarda celosa su vida pasada, y por las modernas, que constituyen el presente y el futuro de una población que no quiere vivir sólo de su historia.
 

Subidos de nuevo al autobús, nos dirigimos al Hotel Alcañiz en cuyo restaurante podremos reponer nuestras fuerzas tan bellamente perdidas. Sin embargo, nos hemos adelantado al horario convenido y el autobús, para hacer tiempo, nos lleva a La Estanca, a pocos kilómetros de allí, que según nos dice la guía es un lugar paradisiaco donde podemos pasar apaciblemente y tomar algún refresco.

 

9.

La llamada Estanca no es más que una gran charca donde Alcañiz ha establecido su privilegiado Club Náutico. Cabe añadir apenas que el lugar no posee una sola sombra y el calor es sofocante. Así que refugiados en el Bar que se levanta cerca de su orilla, mientras tomamos el vermú, echamos una mirada cansina al agua estancada y a un solitario velero que a los escasos impulsos del viento a duras penas navega por ella. Los juncos crecen en sus orillas y enfrente, en la otra margen, verdean unos cuantos árboles. Nos enteramos en el bar de que contigua a La Estanca hay una presa con compuerta que en momentos abundantes libera agua de la charca para regar algunos cultivos. Antes de subir al autobús para acudir a cumplir con las obligaciones del estómago, no me resisto a bajar hasta la orilla donde el velero, gobernado por dos hombres, aún lucha por surcar unos metros más en dirección al atracadero del Club Náutico las aguas quietas de la charca. Manos mal que tengo la suerte de descubrir a una libélula volando sobre los escuálidos juncos.
 
 
 

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