Ayer regresamos de un viaje relámpago a Teruel, la ciudad del toro y del amor, extremos del arco de la vida. Aunque aprovechamos para visitar lo mejor de Alcañiz y el encanto serrano y artístico de Albarracín. Sensaciones que ahora son recuerdos. El parador que fue convento en Alcañiz, el mudéjar de Teruel y las casas colgadas de Albarracín, por ejemplo, son visiones que pasan a enriquecer el mundo de las emociones .
Viendo ahora las imágenes robadas a la realidad para alimentar la fantasía dolorosa de la ausencia, nos hace confirmar en la idea de que la vida rutinaria nos ata tanto a lo material y transitorio, que necesitamos de vez en cuando estos bocados de belleza y poesía, símbolos de lo eterno, para salvarnos del mar de la desidia y el aburrimiento
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