Entre piedras seculares
Allí el viento sonaba a cánticos de tribu y fórmulas de magia para combatir enfermedades y tormentas. La Taula de Trepucó guardaba silencios de antiguos sacrificios mientras el siglo, a pocos kilómetros de allí, seguía su camino de turismo y semáforos, de consumo y de prisa, angustias innecesarias y odios irracionales.
Allí, al cobijo de las milenarias piedras, no existía otra cosa que la serenidad y el silencio que otorga la soledad de la inmovilidad del tiempo. Y aseguro que por un momento, el que duró mi estancia allí, me supe perteneciente a una raza privilegiada, inmune a las angustias, al consumo y a los odios irracionales del atolondrado mundo actual. Luego, claro está, de vuelta a la realidad de los semáforos, celebré pertenecer a mi época saboreando una cerveza en el puerto, contemplando la ida y la venida de los barcos entre risas de gaviotas.
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