Todos los Santos
Ayer, un día luminoso, impropio para estos tiempos que corren, nos dimos una vuelta por el pequeño y hermoso cementerio de Tossa de Mar. Un jardín en medio, sombreado por un gigantesco madroño, cuyos frutos rojos aparecen esparcidos sobre la yerba, y el perímetro cuadrado con nichos. Lo demás es silencio, cipreses centenarios y algún que otro visitante arreglando la última morada de sus seres queridos.
Mientras paseábamos con recogimiento por el breve recinto, no pude por menos de recordar el cementerio inmenso de Montjuic, asomado al mar, donde descansan para siempre mis padres. Hasta hace poco solía ir con un ramo de gladiolos hasta allá arriba para estar un rato con ellos. Luego dejé de ir porque salía de allí deprimido.
Ahora me conformo con seguir recordando sus lecciones de honradez y trabajo bien hecho, dedicación a la familia y amor por los hijos. Recodaba ayer también, mientras daba una vuelta por el recoleto camposanto de Tossa de Mar, los paseos que dábamos toda la familia allá en mi tierra natal hasta el cementerio de San Atilano para hacer una visita a los muertos, aunque no teníamos ninguno allí. Esa costumbre altruista y compasiva, de participación con los demás, que me enseñaron mis padres, nunca se me ha olvidado. Recuerdo, sin embargo, que lo que más se me ha quedado en la memoria del camino al cementerio son los puestos de castañas que se instalaban a ambos lados del recorrido cuyo aroma se extendía por los campos vecinos y el humo gris que escapaba hacia el cielo nublado; rara era la vez que no acabaran algunas castañas asadas en nuestros bolsillos y allí se quedaban calentando un poquito nuestras manos ateridas de frío.
Todos los Santos es un día de esos que es imposible desterrar de nuestra mente. Cada uno a su manera, vivió, vive y vivirá esa jornada recordando a los suyos.
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