viernes, 28 de octubre de 2011

Memorias de un jubilado


Volver a La Pineda
Volver a La Pineda, este bello rincón del Mediterráneo tarragonés, es volver a un sinfín de sorpresas inmersas en un mar de calma y dolce far niente. Es la segunda vez que visitamos este conjunto de palmeras y paseos por la orilla del mar, juegos termales de aguas benefactoras y espectáculos y bailes nocturnos que disipan preocupaciones de todo tipo. La primera vez que llegamos a La Pineda, este complejo turístico (no menciono el nombre del hotel por no hacer publicidad gratuita) donde los alrededores ajardinados y el bufet libre son memorables, quedamos completamente fascinados por la limpieza, orden, atención al cliente, animación diurna y nocturna, y la eficacia en resolver cuantas anomalías puedan salir al paso en el transcurrir cotidiano, entre otros factores. Y a medida que se va conociendo mejor el funcionamiento del complejo turístico (hay que reconocer que el elemento extranjero priva sobre el nacional, que aún no acaba de perfilarse con igual éxito, pero cuya atención es igualmente exquisita y amable y los esfuerzos que ponen todos los empleados por conseguirlo un día es encomiable), más a gusto te encuentras en él. Casi como si estuvieras en casa, pero con todo hecho. Las mañanas pasan con apacibilidad junto al larguísimo paseo junto al mar que llega casi al puerto de Tragona, cuyas instalaciones se divisan con toda claridad desde aquí. Las líneas de las olas corriendo ininterrumpidamente hacia la playa, el horizonte azul donde siempre es posible ver algún barco o carguero que sale del puerto o llega a él, los bancos del paseo para tomar un descanso de vez en cuando y contemplar el espectáculo siempre renovado del mar, los jardines con sus palmeras y fuentes entre el mar y los edificios de apartamentos. Y las tardes no le van a la zaga: con el agua benefactora, las saunas, los masajes y las sesiones de oxigenoterapia dejan el cuerpo y el ánimo igualmente relajados y tranquilos. No se echan de menos ni la televisión ni la lectura. Con un baile después de la cena, el descanso nocturno está asegurado. ¿Para qué seguir? Me basta con recordar las burbujas de agua y el olor de eucalipto para sentir los músculos relajados, y los paseos por la orilla del mar para saber que el ánimo se conforma con muy poco para lograr la paz que de vez en cuando, en medio del mundanal ruido, es necesaria para seguir viviendo.

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