jueves, 1 de septiembre de 2011

Leyendas españolas


Hace días anunciaba en este blog el trabajo que había emprendido redactando unas cuantas leyendas españolas con el propósito de publicarlas un día no lejano todas reunidas. Como muestra, incluyo hoy una de ellas.
UNA SERVILLETA ESPECIAL

En el Museo de Bellas Artes de Sevilla se halla expuesto un pequeño cuadro que representa a la Virgen María con el Niño Jesús, obra que pintó el artista sevillano Bartolomé Esteban Murillo en 1666 para la iglesia de los Capuchinos de Sevilla. El Niño parece querer desentenderse de los brazos de su Madre y salir al encuentro del espectador, mientras que la mirada de la Virgen transmite una gran ternura. Popularmente, el cuadro se conoce con el nombre de La Virgen de la servilleta porque rondan en torno a su ejecución varias leyendas.
Una de ellas cuenta que los capuchinos que le encargaron la obra al pintor, que comía en el convento para no perder tiempo en la ejecución de la pintura, descubrieron un día que faltaba una servilleta de su ajuar doméstico. Pero unos días más tarde Murillo apareció con la servilleta y con la pintura de la Virgen efectuada en ella.
Otra leyenda narra que uno de los frailes del convento solicitó a Murillo que le pintara una Virgen con el Niño para poderles rezar a solas en su celda. El pintor aceptó con la condición de que le proporcionara un lienzo para poder realizar la pintura. Y, como el capuchino no dispusiera de recursos económicos, le entregó al pintor una modesta servilleta. Y fue en este humilde soporte donde Murillo realizó la obra.
Finalmente, existe una tercera leyenda, según la cual los frailes capuchinos de Sevilla encargaron a Murillo decorar la capilla de la iglesia. Y como el pintor no quería perder tiempo en ir a casa y volver al convento, se alojó en él y allí comía y dormía. Mientras la pintura de la capilla avanzaba sin parar, un fraile le llevaba la comida a la capilla y se quedaba un rato admirando la belleza y la ternura que respiraba la obra del pintor.
Y un día, poco antes de que Murillo diera por concluidas las pinturas de la capilla, el fraile que le llevaba la comida se acercó a la mesa donde estaba el pintor y le dijo:
--Señor, no sabe cuánto me gustaría que me dejarais un recuerdo antes de abandonar el convento.
El artista miró comprensivamente al humilde capuchino y le respondió:
--No os preocupéis de eso, hermano, que antes de irme procuraré satisfacer vuestro deseo.
El fraile, contentísimo por las palabras de Murillo, recogió los restos de la comida y se los llevó, olvidándose, sin embargo, la servilleta sobre la mesa. Y el pintor, al verla, sonrió. Luego la clavó con cuatro clavos a la pared, cogió los pinceles y la paleta y empezó a pintar, a una velocidad pasmosa, a una Virgen con el Niño Jesús.
Cuando al día siguiente volvió el fraile con la comida, le dijo al pintor que el día anterior se había dejado olvidada la servilleta.
--Aquí la tenéis—dijo Murillo—mostrándole la Virgen y el Niño pintados en ella. Este es mi recuerdo.
El humilde capuchino, lleno de alegría, le dio las gracias y salió corriendo para enseñar a los demás hermanos la Virgen de la servilleta.

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