Seguimos el relato de Cabeza de tortilla
2. Dos cosas que debe evitar Cabeza de Tortilla
Berni, ya de mayor, no podía quitarse de la cabeza sus años de adolescencia junto al río y los juncos en compañía de la pandilla. Le parecía estar viendo aún a Chago preguntarle compulsivamente mil y una cosas y a Merlo tapándole la boca para que dejara de preguntar. Aquel gesto de coger arena con una mano y dejarla escurrir sobre la palma de la otra como si se tratara de un reloj de arena sin cristal nunca la había olvidado y, en especial, la expectación que causaba en sus amigos. Ahora recordaba otro día de aquellos del verano mágico en que les había contado una nueva historia de Cabeza de Tortilla.
--Dos cosas debe evitar a toda costa Cabeza de Tortilla—había empezado a decirles--. Bueno, hay algunas más, pero sobre todas ellas, dos.
--¿Cuáles?—le preguntó al momento Chago.
--La primera, la proximidad de un gallinero y la segunda, de una huerta.
--¿Por qué?—insistió el preguntón compulsivo.
--Os lo explicaré con otras preguntas: Vamos a ver, ¿Qué hay en los gallineros?
--Gallos, gallinas...—respondió uno
--Muy bien. ¿Y qué ponen las gallinas?
--Huevos—respondió otro.
--¿Y con qué se hacen las tortillas?
--Con huevos—dijo un tercero.
--Ahí tenéis la primera respuesta.
--¿Dónde, Berni?—preguntó Chago.
--En los huevos, donde va a ser.
--Claro—dijo Merlo preparando la mano para taparle la boca a la siguiente ocasión.
-- Por eso Cabeza de Tortilla—concluyó Berni-- debe evitar por todos los medios acercarse a un gallinero; las gallinas se pondrían furiosas al verlo y lo picotearían hasta acabar con él.
--¿Y lo de la huerta?—preguntó Chago.
--Tú ya no preguntas más—dijo Merlo tapándole la boca, mientras animaba a Berni a continuar con el cuento.
--Pues parecido. ¿Qué se cultiva en una huerta?—dijo éste.
--De todo, lechugas, zanahorias, nabos, cebollas...—respondió alguien.
--¿Qué más?
--Ajos, berzas, tomates, pimientos...—dijo otro
--¿Qué más?
--Rábanos, patatas...—dijo un tercero, mientras a Chago se le iba poniendo roja la cara de no respirar, pero sobre todo de no poder preguntar nada.
--Anda, Merlo, déjale respirar—pidió Berni; luego se encaró con el que acababa de mencionar las patatas: --Sí, señor, patatas. Y dime, ¿la tortilla de patatas se puede hacer con algo que no sea con patatas?
--No.
--Pues el caso es que Cabeza de Tortilla, sin hacer caso a estas prohibiciones naturales, un día que iba a hacer una visita a Manos de Libro...
--¿Manos de Libro? ¿Quién es Manos de Libro?—intervino de nuevo Chago, sin poderse contener.
Merlo le echó una mirada de muerte. Pero Berni le pidió calma con un gesto y dijo:
--Eso forma parte de otra historia. Otro día será. La de ahora pasa por la insensatez de Cabeza de Tortilla al pasar por una huerta plantada de patatas que ya habían perdido la flor y en cuyos surcos engordaban salvajemente los tubérculos. Sabéis qué son los tubérculos, ¿no?
Asintieron con la cabeza mientras con las manos hacían gestos de que siguiera con la historia. Pero Berni, como otras veces, prefirió salirse por la tangente diciendo:
--Ya sabéis que no es lo mismo tubérculo que ver tu culo?
Todos rieron, pero pocos instantes porque en sus ojos asomaba la impaciencia. Sin embargo, Berni se lanzó por el tobogán que acababa de inciar:
--No es lo mismo tener una cuba en casa que tener una casa en Cuba. No es lo mismo ver la calle del Conde del Asalto que ver a un conde dando saltos por la calle.
La pandilla se empezó a reír sin muchas ganas porque lo que realmente quería era conocer el final de la historia de Cabeza de Tortilla, y todos le hacían gestos de impaciencia a Berni.
Durante su silencio, el río rumoreaba cerca, en la orilla, a pocos pasos del redondel de arena y juncos donde el grupo se reunía. Entonces Berni cogió un puñado de arena y lo dejó resbalar en la palma de la otra mano. Después miró a sus amigos de uno en uno. Estaban expectantes.
--¿Por dónde iba?--dijo
--Por la huerta de patatas—contestaron al unísono.
--Resulta –Berni bajó la voz misteriosamente-- que cuando las patatas vieron que Cabeza de Tortilla se encontraba a dos pasos de ellas, cambiaron unas palabras y, de común acuerdo, empezaron a sacar los tubérculos de debajo de la tierra. Como esa operación hacía un ruido especial, como el de un rallador gigante en plena faena, Cabeza de Tortilla giró su cabeza de tortilla con dirección al patatal y, recordando de pronto el peligro que corría, puso los pies en polvorosa, es decir, salió corriendo a la velocidad que le permitían sus piernas de gelatina. Pero las patatas no querían dejar escapar aquella oportuna ocasión de acabar con uno de sus más encarnizados enemigos y, usando las hojas como si fueran manos, comenzaron a bombardear a Cabeza de Tortilla. Los tubérculos, grandes como granadas, perseguían con saña el cuerpo poco veloz y un tanto torpe de Cabeza de Tortilla, todo hay que decirlo, y dos de los obuses vegetales le alcanzaron de lleno en las piernas. El pobrecito cayó a tierra y por un momento se creyó perdido y aplastado por una nube de bombas hechas de patata cruda, pensamiento que estuvo a punto de hacerse realidad. Pero… pero no sucedió así porque usó a tiempo su cabeza, y nunca mejor dicho, pues, al comprobar que nada podía hacer con sus piernas para escapar de aquellas terribles andanadas, echó a rodar su circular cabeza por el estrecho camino que le separaba de las primeras casas del barrio. Él mismo se iba riendo al verse rodar como el eje de un carricoche que tuviese una sola rueda. Y así fue como logró escapar de la amenaza patatal.
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