jueves, 30 de septiembre de 2010

PROSAS DE ANTAÑO

Cabeza de Tortilla

Ahora que se va septiembre y con él tantas cosas que son ya pasado, quiero recuperar prosas que tienen que ver con aquel tiempo dorado de la Arcadia perdida. Empiezo con una historia, parte de la cual me contó mi hermano mayor cuando yo estaba convaleciente de una enfermedad que me rompió un verano por la mitad.



1. Era una vez Cabeza de Tortilla

Era verano, y Berni y sus amigos se encontraban en el soto, en el lugar donde se refugiaban para escapar del calor sofocante de la época. Ocupaban un recodo de arena junto al río, ajeno a la vista de inoportunos y curiosos y estaba rodeado de altas matas de juncos. Era en suma fresco y agradable. Berni, ante la expectación de sus amigos, cogió con la mano un puñado de arena y lo dejó escurrir sobre la palma de la otra. Ese gesto tan esperado era el anuncio de una nueva historia.
--Era una vez Cabeza de Tortilla—empezó a decir.
--¿Quién es ese Cabeza de Tortilla? –preguntó Chago, que siempre era el que más preguntaba, conociera o no las respuestas, pues era un preguntón compulsivo.
--El protagonista del cuento, ¿quién va a ser? Todos los cuentos tienen un protagonista, ¿no? –Y añadió:--Cabeza de Tortilla era un ser especial que tenía el cuerpo formado de gelatina y la cabeza de tortilla.
--¿Qué es la gelatina? –preguntó Chago.
--Pues la gelatina es... Por cierto, ¿sabéis cuál es el cuento de la gelatina?
Nadie pestañeó.
--Esto era una escuela con alumnos y maestro, pizarra, tinta y cuadernos, ya sabéis. Y un día el maestro le preguntó a uno de sus alumnos: A ver tú, ¿sabes qué es la “Y” griega? Y el alumno le contestó: No, pero sé lo que es la “G” latina. ¿Lo cogéis? “G” latina, en una palabra “Gelatina”. Y volviendo a tu pregunta, la gelatina es...
--Ya sabemos todos lo que es la gelatina—dijo Merlo impaciente--, menos éste, que no sabe lo que es hacer una O con un canuto.
--¿Y qué es un canuto?—volvió a preguntar Chago.
--Anda, cállate de una vez y deja que Berni nos cuente el cuento de Cabeza de Tortilla, coño
--¡Eso!—dijeron todos los demás--. Cállate de una vez y, si no, te vas. Sigue, Berni.
--Pues un día llegó Cabeza de Tortilla a un pueblo de pobres y vagabundos para darles de comer. --¿Con qué? –preguntó Chago..
--¿Con qué iba a ser? –preguntó Merlo-- . Con su cabeza de tortilla, ¿verdad, Berni?
--Eso es, muy bien—respondió éste--. Con su suculenta cabeza de tortilla.
--Pero, Berni—volvió a interrumpir el preguntón compulsivo--, si Cabeza de Tortilla daba de comer su cabeza de tortilla, ¿con qué iba a pensar después?
--Cabeza de Tortilla no venía a este pueblo para pensar, sino para alimentar a los pobres que no tenían nada que llevarse a la boca, ¿vale? Y ahora, si me dejas, acabaré el cuento.
--De eso no te preocupes –dijo Merlo--, que de éste me encargo yo.
Y le tapó la boca con la mano.
--Pues cuando Cabeza de Tortilla –continuó contando Berni-- después de llegar al pueblo, se disponía a bajar la cuesta del río para encaminarse hacia la choza de los indigentes para satisfacer su hambre, una bandada de gorriones, que siempre tienen hambre y nunca se cansan de comer, volando desde la arboleda vecina con dirección a Cabeza de Tortilla, se abalanzaron contra él sin darle tiempo a escapar, y en menos que canta un gallo dieron buena cuenta de su cabeza de tortilla.
El de la boca tapada se rebulló con ganas de decir algo, pero su situación no se lo permitía. Berni, suponiendo su pregunta, dijo:
--Y que no piense nadie que Cabeza de Tortilla se murió porque no fue así.
Todos negaron con la cabeza seguros de que Berni tenía una explicación para aquella extraña circunstancia. En efecto, añadió:
--Habéis de saber que en cuanto el cuerpo de gelatina de Cabeza de Tortilla se quedó sin su cabeza de tortilla, se vino abajo y formó un charco en el suelo. Ya sé que os estáis preguntando más de uno: “Qué hicieron entonces los gorriones?”.
Todos asintieron con la cabeza.
--Los gorriones se quedaron estupefactos ante el charco de gelatina y en vez de salir volando se arrojaron sobre él dispuestos a bebérselo del todo. Y eso fue precisamente la perdición de los gorriones.
Chago, con la boca tapada, se iba poniendo rojo.
--Déjale que respire; si no, se va a ahogar—le pidió Berni a Merlo.
--Si promete no abrir el pico, lo dejo—dijo éste.
El otro asintió con la cabeza. Berni añadió:
--Pues, como os decía, los gorriones no se fueron. Insaciables y no contentos con haberse comido la cabeza de tortilla de Cabeza de Tortilla, se echaron sobre su cuerpo de gelatina, que había formado un charco en el suelo, y en un santiamén, se lo bebieron.
Se tomó un respiro para cambiar el tono de voz y dijo:
--No habían hecho más que acabar con la última gota de gelatina, cuando sus emplumados cuerpos empezaron a desplumarse a la vez que se hinchaban y se hinchaban como globos, que a los pocos segundos empezaron a elevarse por el aire.
Todos empezaron a reír.
--Pero eso no fue todo. Pues, una vez en el cielo, el viento los arrastró hasta la orilla del río, justo donde se hallaba la choza de los pobres. Allí se quedaron un momento gravitando sobre el tejado de ramas para enseguida descender majestuosamente mientras se iban convirtiendo todos los globos en otros tantos Cabezas de Tortilla. Los necesitados abrieron la puerta de la choza y salieron a recibirlas y a comerlas mientras unas cuantas caían a tierra, las suficientes para saciar e hambre que tenían. Las demás se distribuyeron por otros pueblos para alimentar a las familias necesitadas. Y eso, amigos, en contra de todo lo previsto, convirtió a los gorriones, sin pretenderlo, en seres benignos y tan beneficiosos como los Cabezas de Tortilla. Esa es la enseñanza del cuento. No hay mal que por bien no venga.

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