Doy entrada hoy a una breve selección de poemas de La piel de toro (La pell de brau), libro que Espriu publicó en 1960.
I.
El toro, en la arena de Sepaharad,
embiste la extendida piel
y la convierte, alzándola, en bandera.
Contra el viento, esta piel
de toro, de toro ensangrentado,
es ya andrajo espesado por el oro
del sol, para siempre entregado
al martirio del tiempo,
oración y blasfemia para nosotros.
A la vez víctima, verdugo,
odio, amor, lamento y risa
bajo la enclaustrada eternidad del cielo.
VII.
Nuestros abuelos vieron,
hace muchos años,
este mismo cielo de invierno,
alto y triste, y leyeron en él
una extraña señal de cobijo
y reposo. Y el más viejo
de los caminantes lo grabó
en el largo bastón de su autoridad,
mostrándoselo a los otros,
y luego señaló estos campos
y dijo:
--Aquí descansaremos
de toda la amplitud de los caminos
de la Golah. Ciertamente
aquí me enterraréis.
Y fueron enterrados
uno a uno en Sepharad
todos los que iban con él,
y los hijos y los nietos,
hasta nosotros.
Pues sabemos demasiado bien
que muchos seguimos repartidos
en el viento
y en la diáspora de la Golh.
Pero ya no queremos llorar
más por el templo
ni sufrir por la infinita nostalgua
de nuestra ciudad.
Por eso, cuando alguien
de cuando en cuando se acerca
y con actitud severa nos pregunta:
"¿Por qué os quedáis aquí,
en este país áspero y seco,
lleno de sangre?
No es esta tierra ciertamente
la mejor que hallaréis
a través del tiempo de prueba de la Golah",
nosotros, con una leve sonrisa
que nos evoca el recuerdo
de nuestros padres y abuelos,
respondemos solamente:
--En nuestro sueño, sí.
VIII.
No lloréis más el templo
que fue derruido.
A poniente os esperan
libres caminos de mar.
Arqueros del rey, los cánticos
ya no se entonarán
más sobre el muro: que sean
salvados desde el recuerdo.
Las miradas se llevan
el cielo de la ciudad.
En los ojos, razones oscuras
aprenden sueños claros.
Mendigos de un linaje
de señores, repartidos
por el viento de los milenarios,
venimos a Sepharad.
¡Cómo amamos la nueva
tierra del áspero pan
que deja en las viejas bocas
siempre regusto de sangre!
IX.
Siembran sequedad
en la tierra empapada
solamente de sangre.
Desvelado en los surcos
por las manos cansadas,
es el vuelo primero
de las aves del alba.
Moja Sepharad
en su gran sed de agua
mucha hambre de pan.
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