Una instantánea más de Cabeza de tortilla
3. Un par de huevos fritos
Berni tenía muy presentes aquellos momentos felices de su infancia y todo lo que tenía que ver con su personaje favorito Cabeza de Tortilla. Un día, salió a relucir la diferencia que había entre comer una tortilla de patas y un par de huevos fritos. Los componentes de la pandilla no acababan de decantarse claramente por uno u otro manjar. Y entonces se le ocurrió echar mano de un cuento popular que a él le gustaba mucho. Así que empezó de este modo su narración.
--¿Conocéis el cuento de Un par de huevos fritos?
Chago no se hizo esperar:
--Este cuento tiene que ver con las gallinas del anterior, ¿no?
--No, exactamente—le contestó Berni--, pero de algún modo los huevos tienen que ver con la tortilla. Sin embargo, aquí no aparece Cabeza de Tortilla, sino un caminante que, cansado del viaje de toda la jornada, entró en la primera posada que encontró en el camino y pidió algo de comer antes de irse a dormir. El posadero le dijo que sólo podía servirle un par de huevos fritos y el caminante estuvo de acuerdo. Después de comérselos con voraz apetito se fue a dormir. Y al día siguiente, nada más levantarse, siguió su viaje sin acordarse de pagar la cena.
--Vaya cara que tenía el tío—dijo Chago-- ¿Y ya está?
--No, verás. Al cabo de un año sucedió que la fortuna o la desgracia llevaron de nuevo al caminante a la misma posada donde había comido los huevos fritos. En cuanto se hubo sentado a la mesa le dijo al posadero:
--Por favor, póngame de cenar y dígame cuánto le debo por un par de huevos fritos que me sirvió aquí mismo hace un año y que no le pagué.
El posadero se quedó un buen rato pensando y luego le contestó:
--Verá usted, es una cuenta un tanto complicada de hacer, pues aquel par de huevos hoy en día serían dos magníficos pollos que en el mercado me reportarían por lo menos mil quinientas pesetas. Así que, me debe usted eso, mil quinientas pesetas.
La sorpresa y el enfado del caminante fueron mayúsculas, de modo que llamó loco y caradura al posadero por sus exageradas pretensiones, a lo cual respondió éste que si no le pagaba lo que debía, al día siguiente irían los dos al juez para que éste dictaminara sobre el particular.
Y el caso fue que el caminante salió de la posada echando humo y hablando solo por la indignación que llevaba:
--No comprendo cómo me pueden pedir dinero por algo que no comí, no lo comprendo, no lo comprendo.
En esto iba cuando se cruzó con él un pastor con fama en la comarca de ser un tanto burlón y gracioso que, al verlo tan preocupado, le preguntó:
--¿Qué es eso tan importante que no comprende usted, caballero?
El viajero se lo contó todo. Y el pastor, después de escucharle atentamente, le dijo:
--No se preocupe por lo del juez. Usted preséntese en el juzgado en compañía del posadero, que yo, por mi parte, me personaré en la sala del juicio a la hora concertada para hacerle de abogado.
--¿Qué es un abogado?—preguntó Chago.
--Joder, tampoco sabe eso—dijo Merlo--. Pues un abogado es una persona que defiende a otra en un juicio.
--¿Defenderlo de qué?—insistió Chago.
--Pues de su problema. ¿De qué va a ser? –Y antes de que volviera a preguntar algo, Merlo le tapó la boca.—Sigue Berni, que éste no nos va a interrumpir más.
--Al día siguiente –continuó Berni-- a las doce en punto el caminante y el posadero estaban ante el juez. Éste escuchó atentamente lo que ambos pleiteantes tenían que decirle, pero se quedó algo extrañado al oír decir al viajero que disponía de un abogado defensor que no tardaría en llegar. Los tres hombres decidieron esperar al tal abogado, pero el reloj de la audiencia dio la una y el pastor aún no se había presentado. A todo esto, el posadero le decía de vez en cuando al caminante en son de burla:
--Creo, señor, que vuestro abogado se retrasa un poco.
El caminante empezaba a ponerse nervioso. Por fin, cuando ya se iba a dar por terminada la vista, apareció en la sala el pastor con ademán de tener mucha prisa.
--Buenas-- dijo.
--Buenas nos las dé Dios-- contestaron a la vez el posadero y el caminante.
El juez le preguntó:
--¿Cuál es el motivo de su tardanza? ¿No sabe que la vista era a las doce y llevamos más de una hora esperándole?
--Perdone, señoría-- contestó el pastor-- es que he estado cociendo a toda prisa un caldero de alubias que tengo que plantar esta misma tarde en el huerto.
El juez, extrañado, le preguntó:
--¿Y desde cuándo las alubias cocidas sirven para ser plantadas, amigo?
--¿Y desde cuándo, señor juez, de dos huevos fritos pueden salir dos pollos?
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