Acabo aquí la breve antología de La piel de toro (1960), libro que Espriu dedica al destino de todos los pueblos que pertenecen a España y que de alguna manera están unidos al de la piel de toro.
XI.
Marcha con lento latido el corazón
del tiempo y nos lleva hacia dentro
del enclaustrado engaño pronominal.
Nosotros somos algunas veces tú,
tal vez jamás él y siempre yo,
cuando me haces decir sin pausa alguna
la primera palabra de la cárcel.
Y pasamos, sólo unidos por el puente
del frío temor de esta mirada,
por el vacío de unos ojos fijos,
todos en hileras de la nada,
mientras se acaba de estropear
el último grifo de la noche
y ni una gota de agua cae
en los labios secos de Sepharad.
XV.
De la más clara palabra,
la esperanza,
es preciso hacer vida
del fuego que vence para siempre
el invierno de Sepharad.
Pero despierto
del sueño enseguida:
está con nosotros,
en la cárcel helada,
también el pájaro del sol.
Ahora se llevan
el cautivo al martirio.
¡Cómo mirábamos
la luz de las cumbres
en los ojos fijos que la muerte vidría.
XXX.
Diversos son los hombres y diversas las lenguas,
y han coincidido en un solo amor muchos nombres.
La vieja y frágil plata llega a ser tarde
parada en la claridad sobre los campos.
La tierra, con celadas de mil finas orejas,
ha apresado a los pájaros de las canciones del aire.
Sí, compréndela y hazla tuya, también,
desde los olivos, la alta y sencilla
verdad de la cautiva voz del viento:
"Diversas son las lenguas y diversos los hombres,
y coincidirán en un solo amor muchos nombres."
XXXVIII.
No conviene que digamos el nombre
de quien nos piensa más allá de nuestro miedo.
Si tropezamos a tientas
con este extraño ciego
y nos sentimos siempre mirados
por la blanca mirada del ciego,
¿dónde si no en la nada y el vacío
fundamentaremos nuestra vida?
Probaremos de alzar en la arena
el palacio arriesgado de nuestros sueños
y aprenderemos esta lección humilde
a lo largo de todo el tiempo del cansancio,
pues sólo así somos libres de luchar
por la última victoria sobre el pánico.
Escucha, Sepharad: los hombres
no pueden ser si no son libres.
Que sepa Sepharad que no podremos nunca
ser si no somos libres.
Y grite la voz de todo el pueblo: "Amén".
XLVI.
Es necesario y forzoso a veces
que muera un hombre por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un solo hombre:
recuerda siempre eso, Sepharad.
Haz que sean firmen los puentes del diálogo
y trata de amar y comprender
las razones y las lenguas de tus hijos.
Que la lluvia caiga suave en los sembrados
y el aire pase como una mano extendida
y muy benigna sobre los amplios campos.
Que Sepharad viva eternamente
en paz y en orden, en el trabajo,
en la difícil y merecida libertad.
LIII.
Con el único galardón
de nuestra humilde esperanza,
cuando llega bajando por la noche
el cortejo, liberados,
ya no tememos el paso y el dominio
del flaco hablador.
Porque el gran número
aprendido y ordenado de las palabras
se pierde lentamente en el silencio,
ahora queremos escribir
solamente tu nombre.
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