jueves, 16 de septiembre de 2010

SALVADOR ESPRIU EN CASTELLANO

En 1955 publicó Espriu Final del laberinto, para mí uno de sus mejores libros de la primera época, con tonos parecidos a los expuestos en Les hores, poemario del que ya hice una selección en el blog, pero con preocupaciones angustiosas sobre el otro lado de la muerte y la muerte misma.


II.
He recorrido estancias de la casa
del hacha del relámpago.
Como no tenía ventanas
no podía saber.
Como no hay ninguna puerta
no podía escapar.
Más allá de los corredores sin luz
viene contra mí un terrible llanto,
un llanto elemental por altos prados,
por libres vientos y bosques y la noche
ancha y abierta bajo las estrellas.
En peligro de muerte, me siento muy hermano
del dolor que se acerca
tan enemigo y ciego.
Entonces, cuando la sangre
es esparcida con ira por la roja tiniebla,
me siento justificado, hombre entero.
Y dicen mis labios,
nacidos del coraje, de la pía sonrisa,
finalmente me abren
el único paso de salida,
unas pocas, claras, frágiles
palabras de canción.
IV.
Rebaño de estrellas,
rebaño del viento.
Y yo.
Y solamente un pastor.
Pero se van
con mucho sueño
al establo los bueyes
del alto manantial.
Conmigo se queda el viento.
Los dos venimos
siguiendo el paso
lento del sol
y su camino:
también queremos dormir.
VI.
Poco a poco bebes muerte:
la sed vuelve maligno al río.
No te mires en la corriente,
no te alejes del viento.
No te enamores de tu imagen
del fondo del agua.
Toda la tarde es riesgo,
viene el miedo al ocaso.
Al verte en el espejo,
pequeño amigo, tan frágil,
en la mirada del hielo
te has quedado para siempre.
no puedes huir ahora
y escuchas cómo se acercan,
saliendo del miedo del bosque,
lentos pasos de cazador.
VII.
La tarde llegará a ser,
ciervo, muerte escondida.
Oro, luz prisionera
en los palacios de la araña;
fulgor de sol poniente
teje poco a poco.
El cuerno del cazador
me busca por la larga
herida de la sed
en el espejo del agua.
¡Cólo los ojos de la noche
me cobijan, me conocen!
Muy lentamente el hielo
aleja las palabras.
VIII.
La vieja noche se pone
otra vez el abrigo.
Se lo abrocha
con una larga canción de grillos.
Enciende la farola
el hombre pequeño de la luna.
Arroja en pos de mí
calladas jaurías.
Todo el riesgo te escucha,
corazón palpitante.
Al acecho está el silencio
con sus largos colmillos.
Alto frío de estrellas
en el último hielo
de unos ojos cegados
se acaba de mirar.

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