Fotos de Zamora
EL PUENTE DE HIERRO
Por el puente de hierro bajábamos y subíamos de chavales en bicicleta como dueños de la vida. El aire se colaba por los hierros y endurecía la voluntad y el esfuerzo. Había bajo el puente, entre el firme asfalto del rodar cotidiano y los pilares de cemento sobre los que se apoyaba el puente para salvar el río unos escondrijos apropiados para nuestras aventuras de críos. Ocultos allí, las conversaciones que llegaban a nosotros de los viandantes que caminaban sobre nuestras cabezas se confundían con el rumor incesante del Duero que pasaba a nuestros pies. Acordándome de ello, ahora sé que arriesgábamos mucho nuestras vidas y que de saberlo nuestros padres les habría causado serios disgustos. Pero la infancia crece entre peligros inconscientes.
LAS ACEÑAS DE PINILLA
Las aceñas de Pinilla eran como barcos de piedra que bogaban sobre el río. Allí íbamos de niños cuando el calor del verano nos empujaba a lugares frescos y entretenidos. El rezo constante del río acompañaban nuestros baños en las frescas aguas, entre las espadañas. A unos pasos se extendía el puente de la vía, solitario, silencioso, la mayoría del tiempo. Pero a veces, cuando el tren de Salamanca lo cruzaba, se ponía a temblar y a crujir como si sus hierros fueran débiles huesos de viejo. Entonces todo cambiaba. La paz del lugar se convertía en mil ruidos y el miedo rompía por la mitad nuestra aventura. Aceñas de Pinilla: seguid moliendo el trigo del recuerdo hasta hacer la harina blanca de la nostalgia.
EL PUENTE DE HIERRO
Por el puente de hierro bajábamos y subíamos de chavales en bicicleta como dueños de la vida. El aire se colaba por los hierros y endurecía la voluntad y el esfuerzo. Había bajo el puente, entre el firme asfalto del rodar cotidiano y los pilares de cemento sobre los que se apoyaba el puente para salvar el río unos escondrijos apropiados para nuestras aventuras de críos. Ocultos allí, las conversaciones que llegaban a nosotros de los viandantes que caminaban sobre nuestras cabezas se confundían con el rumor incesante del Duero que pasaba a nuestros pies. Acordándome de ello, ahora sé que arriesgábamos mucho nuestras vidas y que de saberlo nuestros padres les habría causado serios disgustos. Pero la infancia crece entre peligros inconscientes.
LAS ACEÑAS DE PINILLA
Las aceñas de Pinilla eran como barcos de piedra que bogaban sobre el río. Allí íbamos de niños cuando el calor del verano nos empujaba a lugares frescos y entretenidos. El rezo constante del río acompañaban nuestros baños en las frescas aguas, entre las espadañas. A unos pasos se extendía el puente de la vía, solitario, silencioso, la mayoría del tiempo. Pero a veces, cuando el tren de Salamanca lo cruzaba, se ponía a temblar y a crujir como si sus hierros fueran débiles huesos de viejo. Entonces todo cambiaba. La paz del lugar se convertía en mil ruidos y el miedo rompía por la mitad nuestra aventura. Aceñas de Pinilla: seguid moliendo el trigo del recuerdo hasta hacer la harina blanca de la nostalgia.
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