miércoles, 10 de diciembre de 2008

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

28.
“Voces que proponemos crear ángeles,
¡llegaos y salvemos las cosechas,
el futuro obligado a nuestros hijos!”


Y tú seguías pariendo versos y prosas que adquirían en el silencio de tu casa y con el consentimiento de tus manos nuevos formatos y libritos artesanales con que nos regalabas a los más cercanos. En el 84, con Eros senil nos diste versos encendidos más allá de la epidermis lírica, y con Cuando vuelvan los ángeles, una poesía esperanzada donde se pide que desaparezca el rencor y el espanto del mundo,
“Porque si todos juntos, con los pechos,
Formamos un talud contra la guerra,
No importará que cuatro maquiavélicos
Programen destrucciones en su mente.
El hombre dirá: ¡NO! Y no habrá guerras.
El hombre dirá: HERMANO. Y no habrá hambre.
Porque el hombre será su propio ángel,
El ángel que amordaza entre sus pulsos
Al otro ángel maldito que le habita.”
Hay en este último libro las palpitaciones humanistas de otros libros, anteriores y posteriores. Y confesiones personales, propias del alma que se desnuda sin pudor ante sus semejantes:
“Pero yo no soy nadie;
Sólo escribo
Cosas tan materiales como el Hombre.
Y ahora --ya veis—
Escribo de los ángeles.
De los que instaurarán un nuevo mundo
Totalmente fraterno y en concordia
Con la naturaleza de los Astros.”
Cuando vuelvan los ángeles es un libro bisagra en tu caudalosa obra, Antonio. No en balde ilustras sus páginas con el retrato de tres seres muy queridos, tus tres hijos, Jorge, María de los Llanos y Antonio, por este orden, en la foto. Jorge ensimismado, la chica sonriente y Antonio con una mirada interrogadora. Tres niños como representación de los que vendrán después, tres ángeles “que llegan a un mundo desquiciado” (dices bajo la foto en el poema Insistencia con que, además, ilustras la sobrecubierta). Para entender el mensaje del libro es necesario leer los versos que siguen:
“A los futuros niños
Dedico la intención de mi trabajo.
Puede que en tanto llegan esos niños
Esté presente el ángel que reclamo.
Que del rencor que anubla los instintos
Ya no quede ni rastro.”
En el 85, tres más, Mujer en forma de alcancía, Híbrida procesión y Heraldos del silencio, éste en colaboración con Carmen Valdivielso, una poetisa que fue alguna vez a la tertulia de Jurado. Supongamos, Antonio, que el tiempo lo deja todo en su sitio y la muerte no lo menea. ¿Qué hubo entre vosotros dos? Ella estaba casada y, por lo que decía, bien casada. Y tú estabas bien casado, que yo lo veía a menudo con mis propios ojos. ¿Es que, Antonio, como poeta fantasioso que fuiste siempre, alimentado por el mundo de la imaginación, quisiste rodear la amistad que te unía a Carmen con un halo de misterio, o mejor, de ambigüedad? Los que te conocimos bien, sabíamos que te gustaba fantasear con las relaciones que te hubiera gustado llevar a cabo entre el mundo femenino que nos rodeaba en las tertulias, lecturas poéticas y reuniones de jurados de poesía y que no pasaban de un juego literario y a veces de ironías veladas sobre el sexo femenino que aleteaba a nuestro alrededor. Carmen, lo sabemos, dibujaba muy bien y ahí están las ilustraciones que adornan Heraldos del silencio, desde la cubierta, una rama desnuda con dos hojas en los extremos poniendo un arco al título, hasta la contracubierta, un cuadrado rodeado por una rama con hojas y lágrimas (¿ o lluvia?) en su interior, pasando por fríos paisajes de invierno, solitarias playas, lazos que atan ramas de espinas… que tiñen de tristeza el resto de las páginas. Y también escribía una poesía sentida, melancólica, romántica, con temática amorosa, tan diferente de la tuya. Pero lo que había entre ella y tú, además de esta colaboración en el mismo libro, no es más que materia de silencio, y vosotros dos, los autores, nada más que dos heraldos suyos, como reza el título. Y no voy a ser yo quien dé tres cuartos al pregonero. Tu participación en el libro está dividida en tres partes: Dejad crecer la hierba, frase por otra parte muy familiar para mí porque cuando yo te decía algo acerca del estado de las plantas de tu jardín cada vez que iba a tu casa, siempre me respondías: “Dejad crecer la hierba”. Áspero mundo, título igual al de un libro del poeta Ángel González, también habitante del mundo de las sombras. Y Confusa signatura. He de decirte que aquí como en ningún otro
Libro te has esforzado en pulir la métrica y me da la sensación que ello se debe a que la temática te importaba menos que el andamio de las palabras. ¡Cuántas veces te dije, Antonio, sin que me hicieras caso (eso formaba también parte de tu personalidad), que intentaras casar el contenido con la forma elegida (lo del calor y el fuego, ¿recuerdas?, o lo de la rosa y el perfume) para que el poema resultara más redondo y completo? Aquí ha vencido la forma y, claro, el fondo no resulta tan convincente. Un ejemplo, de Universidad Autónoma:
“Porque en amor el sol es un engaño,
Ya que el amor es fórmula y tiniebla,
Vuelvo de amor a ser, con su rebaño,
El sol que se ocultó tras de la niebla.”
Otro, aún más claro, de Fragmentos (Recordando a Dario):
“Y suenan las marchas triunfales de surcos y de hoces.
Por los senderillos van los segadores,
Triunfantes,
Erguidos,
Sudosos;
Pero son hermosos
Sus rostros de paz y de ensueño.
La risa tranquila de las juventudes
Retoza de triunfo y de gozo…”





29.
“Y nos vamos al mar de la medida,
poniendo rumbo al sol de la esperanza.”

Junio sigue el rastro de mayo, es decir, se sigue dejando mojar por la lluvia, aunque las temperaturas van poco a poco aumentando. La primera semana del mes es la última de clase. Hemos entregado las notas del tercer trimestre y la próxima semana tiene lugar el jaleo del llamado Crédito de Síntesis, que, después de tantos años en la enseñanza, ni me merece el menor crédito ni representa en modo alguno la síntesis del curso. Pero a lo que iba. Después de dar mis últimas dos clases del curso, y como mañana todo el Instituto se va de salida “cultural” a Port Aventura, yo adopto la aventura de subir a Tossa, por si el tiempo cambia de repente y puedo estrenar el baño en el mar de la temporada.
Y, Antonio, aquí estoy, en Tossa, hablando contigo. Hoy, viernes, nada más levantarme he visto que el tiempo parece efectivamente querer cambiar algo y he cogido la bicicleta para dar una vuelta por el pueblo ya que, por las torrenciales lluvias de ayer, los caminos de los bosques y los campings deben de estar intransitables. Y he descubierto que, pese al voluble clima, la gente no se resigna a perderse un rato de playa y a esas horas de la mañana ya empieza a acercarse al mar con sus toallas y sus útiles playeros.
Nasi acaba de bajar y yo me reuniré con ella dentro de un rato. A ver si es posible estrenar hoy el agua del mar. Mientras tanto, abro el portátil dispuesto a redactar unas notas en esta carta abierta que empieza a tomar cierto cuerpo. Y lo primero que veo es la vista de la playa de Collioure que puse como fondo de pantalla tras la última visita que hicimos los colegas del Departamento de Castellano a esa localidad francesa en cuyo cementerio se halla, como muy bien sabes, uno de nuestros poetas favoritos, Antonio Machado. Y viene a mi memoria aquel viaje que hicimos a Collioure hace unos cuantos años para rendir homenaje al autor de Campos de Castilla. Íbamos algunos miembros pertenecientes a la tertulia del Círculo Artístico, continuadora de la de Jurado, entre los que nos encontrábamos Felipe Sérvulo, Visi Beato, Cristóbal Benítez, José Florencio, Ambrosio Gallego, tú y yo. Fue un día inolvidable, sin contar con el trayecto en autobús, que siempre os ponía malos a Nasi y a ti, como en aquella otra ocasión en que fuimos a Andorra y que tanto tú como Nasi os pasasteis el viaje con la bolsa de plástico en la mano por si acaso. Ahora, mientras contemplo en la pantalla del portátil la estampa de la playa de Collioure, su iglesia, con el campanario y el reloj marcando las tres de la tarde; la arena y el mar, solitarios por la época (creo que marzo); la fila de edificios de la izquierda, con los restaurantes abiertos (en uno de ellos comimos los colegas de Castellano); el cielo, azul puro, como la esmeralda de las aguas… Mientras contemplo esta estampa, digo, recuerdo aquel otro día, también de marzo (¡qué casualidad!) en que bajamos del autobús junto a la plaza de toros y los mareados pudisteis al fin aliviaros de vuestras angustias. Tengo grabado, para mi alegría, un video de aquella jornada. Cuando baje a Cerdañola, enriqueceré estos recuerdos volviéndolo a ver. Tras bajar hacia el mercadillo nos encaminamos hacia el otro lado de la riera, justo en el costado donde se levanta el hotel Quintana. Primera foto delante del edificio en el que pasó Machado sus últimos momentos. También conservo esta fotografía en algún sitio de casa, entre los álbumes que duermen en las estanterías del cuarto de lectura. Luego breve explicación de los guías del viaje, Benítez y, de los preparativos del entierro del poeta. Y enseguida, el breve paseo por la callejuela de detrás del hotel hasta el cementerio. Las piedras blancas del suelo, los cipreses, la tumba adornada de Machado, el ramillete de flores que llevaba Benítez para depositarlo sobre la lápida, a un lado de los otros, las miradas observadoras, el arracimamiento de los visitantes en torno de la lápida en espera del turno de lecturas… En aquella ocasión leímos nuestros poemas tú y yo, Antonio, ¿recuerdas? Tú leiste unos versos que hablaban de un Machado poeta del pueblo, defensor de las libertades y de las ideas. No recuerdo ninguno con exactitud ni conservo el poema en mi poder (una lástima porque me hubiera gustado colocarlo aquí). Mis versos trataban de la luz que siguió a Machado desde aquel jardín de Sevilla donde nació hasta la luz de Collioure (“estos días azules y este sol de la infancia”), pasando por la de otros lugares de su intensa vida (Madrid, Soria, Baeza, Segovia, Madrid de nuevo, Valencia, Barcelona…, todo el reguero que le siguió mientras huía de la barbarie que azotaba España en aquellos difíciles años de la guerra). Otros leyeron poemas de Soledades y Campos de Castilla. Más fotos durante la lectura. Después dejamos el lugar a otros romeros que venían a encontrarse con el Poeta y, con la emoción de haber establecido relación con Machado aún viva, nos dejamos llevar hasta el mar por el paseo de los artistas, justo hasta este rincón encantado que ahora estoy viendo en la pantalla del ordenador.






30.
“Forja de hierro al rojo y nardo. Reto
de una sangre tenaz tras de la aurora
que llega a ser delfín sin mar, soneto.”


Los años ochenta fueron de crisol constante, de proyectos hechos realidad, de trabajo incesante por dejar fijado para siempre el Grupo y el Premio que fundamos. La fiebre lírica nos empujaba hasta la extenuación. Fueron años en que no levantábamos la mirada de lo que estábamos haciendo para no perder la brújula ni el tiempo. Las reuniones del Ateneo, las publicaciones poéticas y no poéticas (ensayos sobre los más diversos temas) en aquella Revista que pusimos en pie con la ilusión de estudiantes en su Crédito de Síntesis, revista que bautizamos con el nombre de Reflexes. Debo recordarte, Antonio, que aquí empezó una de nuestras principales claudicaciones a favor del catalán, aunque lo hicimos convencidos de que la tolerancia que habíamos observado frente a la realidad que nos rodeaba iba a ser asimismo observada por los demás miembros del grupo y por otros que, por mediación reiterada de Encarna, vinieron a engrosar el jurado del premio, como Grau, novelista catalán reconocido e hijo de Cerdanyola, o Isern, famoso crítico de literatura barcelonés adscrito al periódico Avui. Pero no fue así de ningún modo. Acuérdate de que nos las veíamos y nos las deseábamos Carreta, tú y yo para sacar adelante, por ejemplo, algún libro presentado al Concurso en castellano cuya calidad destacaba claramente sobre otros poemarios presentados en catalán. Encarna y los demás tiraban escandalosamente de los cuadernos escritos en la lengua de Maragall sin aducir razones de peso algunas veces. Aún así logramos premiar buenos libros en castellano, como el de Espejo, ¿recuerdas?, aquellos Cantos del guerrero vencido, elegías más bien que denunciaban el paso duro por la vida del hombre de a pie, como nosotros, como el propio Espejo, que era el sujeto de los lamentos y situaciones concretas del libro. O Cristal de silencios, de Ferrán. O Traición de los nombres, de Bofarull. Aquellas deliberaciones en casa de Encarna eran a veces encarnizadas y duraban horas. Después, con el sustancioso cambio de escenario que resultó ser Can Olivé (entre otras cosas, más libertad de movimientos y la comida sufragada por el Ayuntamiento) cambiaron las cosas radicalmente. Es verdad que también llegaron al concurso poemarios en catalán con la suficiente calidad como para disputar el premio a las presentadas en el idioma rival (porque era así, un idioma rival que lucha por echar al otro de la palestra ciudadana). Y algunos libros catalanes pasaron a engrosar la lista de los ganadores, como Engrunes d’estels irates, Somnis de sucre candi o La corba de l’oblit . Y otros hijos escritos tuyos, salidos de tus manos artesanales, vinieron a mis manos. Son los casos de Concreta orfebrería y los ya citados Cándalo y Cárcava con insecto. Releo especialmente Concreta orfebrería porque en su día me pareció uno de tus mejores poemarios y hoy me ratifico. Lo publicaste en 1987 con una nota aclaratoria sobre el número de poemas, 131, que compone el libro. Número capicúa que, además, sumado el 13 primero al 1 siguiente, dan como resultado el total de los versos que componen el soneto. Siempre tan sutil, Antonio, y tan amigo del misterio: 131 sonetos. Eso es Concreta orfebrería, un conjunto paciente y perspicaz de sonetos, composición que comparaste siempre a un toro, por lo difícil de su lidia, aunque ya habías demostrado ser un buen torero cuando conseguiste el Premio Diputación de Albacete con Sonetos en gris mayor. Dices en esa nota que algunos de nosotros, contertulios tuyos, como Díaz Borges, Mercedes Rubios o yo mismo, te habíamos invitado a volver al soneto, y por ello, nos dedicas el libro. Gracias de nuevo por lo que a mí me toca. Vuelvo a leer la carta de Leopoldo de Luis y sigo sin comprender, Antonio, por qué la incluyes aquí, habida cuenta de que el poeta declina la responsabilidad de prologarte el libro y se excusa en el hecho de que antes no lo ha hecho con otros poetas. ¿A qué viene ese modo de humillarte? Tú no necesitas que nadie encabece tus versos con unas palabras que la mayoría de las veces suenan a elogios mal encubiertos. Además, recuerda que tú mismo habías dicho en otros libros que no eras aficionado a que prologuen tus obras. Dejémoslo. Me quedo sin duda con los sonetos que vienen después, bella colección encabezada soberbiamente por el que titulas Esta difícil forja, cuyos cuartetos son los que siguen:
“Herrero como soy del garabato
--filigrana y abuso de ir rimando—
Intento con palabras ir forjando
Un sorprendente miura, o su retrato.
Preparo hierro en rama. Lo maniato
Con hebras de memoria, martilleando
Sobre este crisol virgen, recabando
La huidiza poesía en su recato…”
El libro tiene varios apartados, donde gozar de dichos y maneras, de asuntos y metáforas. Uno, quizá el más importante, es Sonetos humanos, donde vuelves a aparecer tal como siempre fuiste:
“Yo también soy de barro, pero izado
Sobre la orfebrería de la frente,
Con este humor tan gris, dolido puente
Sobre el que me sostengo desguazado…”
A veces un solo endecasílabo te retrata:
“Incorregible asceta de la vida.”
A veces un serventesio:
“Siguiendo este destino proletario
De esclavos al servicio del dinero,
Escribo poesías, necesario
Bálsamo en mis heridas de bracero.”
Otro apartado se titula significativamente Cuatro sonetos sobre la poesía y sin ella, donde te atreves a decir quién es y quién no es poeta:
“Es, por tanto, poeta, no el cultísimo
Hacedor de palabras, ni el que en fácil
Maestría mide y rima a su capricho.
Es poeta, tan sólo, aquel rarísimo
Ser nacido a la gracia de lo grácil
Que es medium de las musas, como he dicho.”
Médium de las musas, acertada definición.
En el apartado Descripciones pintas y retratas lugares y personajes conocidos y anónimos de la tierra, como un molino en ruinas, el pergaminero Benito Laureano o la mujer anónima cuya belleza acapara nada más ni nada menos que diez sonetos.
Hay también en el libro Sonetos con humor como el tildado de “gaseoso” que dedicas a nuestras compañeras de tertulia Visi y Esther, o el “negativo” dedicado a Valentín Graña en el que le reprochas su falta de seriedad o el que parodia otro de Alberti en que el poeta gaditano levantaba la pata para mear. Y Sonetos con nombre y apellido (dedicados, entre otros, a Valentín Arteaga, Amparo Cervantes, Díaz Borges o Juan Carlos Firpo). Y Sonetos del amor enamorado, donde descuellan algunos de los mejores del libro, como el Soneto a la Mujer (Mujer con mayúscula), que empieza:
“Por tu culpa, Mujer, yo soy poeta.
Por tu culpa, infeliz, desesperado.
Soy necio, loco… Amante desusado
Que busca tus encantos como meta…”
Y Sonetos viscerales, donde das rienda suelta a tus penas más hondas valiéndote de lo que tú llamas el “alacrán de la memoria” y de un tú introspectivo:
“Obreros del silencio te han tejido
Un círculo de sombras y de redes…”
Sin duda, el soneto más representativo de este bloque es el que lo cierra, que trata del escaso triunfo del poeta y de la envidia de los otros que hacen lo posible por no reconocer su valía. He aquí el terceto en que resumes lo que piensas de estos otros:
“Y callan, si consigues el acierto
De izar tu vela al triunfo que navega
Por el mar de la fama, tan escasa.”
Hasta doce grupos de sonetos con temática diferente. De los cuatro últimos, Efemérides, Tríptico de Segovia, Sonetos con dedicatoria y Sonetos con carcoma, tal vez los más interesantes sean los que dedicas a la ciudad del Acueducto, en especial Segovia para turistas. Sirvan como ejemplo los versos siguientes:
“Llegamos de mañana, con la nube
De turistas con coche y en mesnada
Y antes de verlo todo, ya me hube
De volver otra vez con la manada.
¡ Sí, piedra! Tenedor; vinazo en jarra
De barro en bodegón para turistas
Que cruzan por Castilla cual merinos…”
Buenos sonetos todos, pese a que alguno, y perdóname de nuevo (los gajes del oficio mandan), no ha podido evitar que se le escape algún que otro decasílabo (“Sin embargo, considero justo”, del dedicado a Ignacio Montero) o dodecasílabos como “en el insomnio… Perenne procesión”, del titulado Desilusión, o “cambio de táctica, desde mi otro punto”, de Insolucionable. A todos nos puede pasar.

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