miércoles, 3 de diciembre de 2008

LETRAS PARA EL OCIO

LO QUE LE FALTA AL TIEMPO

Hicimos un alto poco antes de vestirnos para dar el paseo acostumbrado por la ciudad y hablamos de nuestras respectivas lecturas. Sin embargo, a mí me interesaba más lo que mi mujer tuviera que decirme de la novela que leía entonces, Lo que le falta al tiempo. Así me enteré, como de un chisme de vecinas, que Mazarine es una chica parisiense con talento para la pintura que acude a un pintor famoso rompedor de moldes, algo ya mayor, llamado Cádiz, sevillano por más señas, para recibir de él clases de pintura. El pintor, que tiene una vida política algo movida también (con su mujer Sara, buena fotógrafa y políticamente comprometida con las izquierdas, estuvo en la revuelta del 68), se encuentra en el dique seco, no crea desde hace tiempo y se mantiene encerrado en su estudio con la excusa de que está buscando nuevas ideas para su obra. Pero con la aparición de Mazarine todo cambia y el pintor parece resucitar ante los aires nuevos que han aparecido en su vida. La chica también tiene sus secretos pues lleva colgada al cuello una medalla que quitó a La Santa, un cadáver momificado que se conserva en su casa desde que sus padres, ya muertos, se hicieron con él (le prestaban más atención que a su hija). Me quedaba embelesado oyéndola hablar de Mazarine y la Santa y le pedí que me leyera algo del libro. Ella abrió una página al azar y leyó:
"Desde que lo llevaba su vida estaba cambiando. No sabía describir de qué manera, pero era evidente que su arte experimentaba un engrandecimiento; como si la gracia divina la hubiera tocado con su varita mágica y todo cuanto realizara se transformara ante sus ojos, sin explicación. Comparaba sus trazos, los de sus libretas de estudios de la academia y, a diferencia de éstos, los actuales eran firmes y maduros. estaba empezando a sentir que aquella antigua medalla era su gran amuleto, el artífice de sus logros... ¿La razón de que Cádiz la necesitara?"
Quizá no era el mejor párrafo del libro, pero no me pareció el de la novela un gran estilo, sino más bien sencillo y hasta un poco simple, de escasa calidad; aunque, ya digo, sólo era un párrafo. Y escogido al azar.







LA DAMA DE SHANGHAI

Una noche mi mujer y yo, bastante cansados por la velada de la noche anterior en la que nos habíamos acostado a las tantas de la madrugada, aguantamos como pudimos la película que daban en la 2, La dama de Shanghai. Debo confesar que fue una lástima no poder saborear a gusto la belleza esplendorosa de Rita Hayworth, en la cinta con pelo rubio platino, pero con esos dientes diminutos y blanquísimos y esa mirada lánguida con que solía seducir a cualquier galán que se le pusiera delante (me resultó inevitable recordar la morena despampanante que enamora a Glenn Ford en Gilda). Al fin, logré ver del todo la película en blanco y negro (mi mujer se quedó traspuesta mucho antes del juicio contra Michael O'Hara) de 1948 que dirige y protagoniza Orson Welles (él es el marinero irlandés contratado por Banister, el malo de la película, para capitanear su barco durante el crucero que realizan por el Caribe y encargarse de su mujer Elsa, la bella y cautivadora esposa de Orson Welles, la Rita inmortal). Escenas dignas de recordar son las de la fuga del juicio del acusado O'Hara, la del momento en que éste cuenta al trío de la maldad (George, Banister y su joven y bella mujer) la historia metafórica de los tiburones que se devoran entre sí, o la de los espejos en que se matan a tiros el abogado Banister y su esposa Elsa, poco antes de que Orson Welles salga al exterior caminando hacia el fundido final mientras suenan sus frases desencantadas sobre su inocencia o su estupidez.












MÁS DE LO QUE LE FALTA AL TIEMPO

Ya he dicho que muchas tardes, después de comer, nos poníamos a hablar mi mujer y yo en el altillo de los libros que uno y otro estábamos leyendo. Una de ellas me enteré de que Mazarine se hallaba en el dilema de amar a Cádiz o a su hijo Pascal, que hasta ese momento no había salido en la historia. Su lucha interior llega a tal extremo, que decide quitarse de en medio arrojándose al Sena. Así lo hace. Deja el bolso a un lado y se tira al río. Ojos Nieblos, el hombre de la secta que la está siguiendo a lo largo de toda la novela para enterarse de dónde está La Santa, se lanza al río tras la chica. La salva y se la lleva a su casa, donde la mantiene encerrada. Al cabo de un tiempo Mazarine consigue escapar de las garras del loco personaje. Llega a casa con la idea de usar una llave que siempre guarda bajo una maceta para entrar y se encuentra con que la puerta está abierta. Un sobresalto la sobrecoge. ¡La Santa! Corre hacia donde la tiene guardada y descubre con horror que se la han llevado. A mí me parece una historia rocambolesca donde las haya esta de Mazarine, Cádiz, Sara, Pascal, el anticuario, la secta de los Arts Amantis, Ojos Nieblos, La Santa y tantos otros personajes como pululan entre las páginas de Lo que le falta al tiempo. De todos modos, por puro masoquismo echo de vez en cuando una ojeada al libro para localizar referencias al París soñado, Montparnasse, el Arco de Triunfo, Modigliani, Balzac, el Barrio Latino, el Sena, Picasso. Y sigue sin gustarme el estilo de la autora. He aquí otra muestra: "Se acercó con prisa hasta una pequeña maceta y buscó debajo el duplicado de la llave que su madre le había enseñado a guardar en aquel lugar. La encontró. Al acercarse a la cerradura, su corazón le dio un brinco: la puerta estaba abierta. Se negaba a creerlo, pero su alma lo presentía. En su interior una voz le decía que algo terrible había sucedido. Un fuego ardiendo le quemó la garganta, convirtiéndose en un grito desgarrado de lágrimas.
--¡SIEEEEEEEEENNA!
Mazarine subió las escaleras enloquecida de dolor y entró en la habitación de La Santa. El armario estaba abierto de par en par y el cofre de cristal había desaparecido." (Página 334.)

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