miércoles, 3 de diciembre de 2008

ANTONIO MATEA, EL POETA DEL BARRO

25.
“Mi corazón es grande; está repleto
de rostros cariñosos y otras magias,
pero queda un rincón siempre al acecho
por si llegase el ángel que aún espero,
la nunca completada quiniela de la vida.”

1983 fue un año de sequía para ti. Después del esfuerzo de tu árbol lírico por dar hasta siete frutos diferentes el año anterior, preferiste descansar, como hizo Dios tras sus esfuerzos genesíacos. Yo logré ver mi sueño realizado a imitación de Vicente Rincón, y la Colección Ángaro publicó mi poemario La dura vida amada a principios de año. Luego todo se llenó de planes y proyectos literarios para el Grupo. Acuérdate de que fue el año de la inauguración política del Ateneo, con la presencia de Alfonso Guerra en la mesa presidencial, a cuyo acto asistimos nosotros junto con otros grupos culturales de la población. Pero aunque ese año no diste a conocer ninguna obra tuya, 1983 fue un año fructífero para el grupo. Justo fue entonces cuando una tarde en tu casa o en la mía (el detalle no lo recuerdo bien) ideamos crear el Premio de Poesía Viernes Culturales. Y fíjate, no fue en balde. Ya llevamos 25 años entregándolo. El último éste. Tú aún tuviste tiempo de estar presente en las deliberaciones del Ateneo, ¿recuerdas? Aunque noté por primera vez algo que no iba bien en ti. En primer lugar, cuando llegué al Ateneo y vi en el vestíbulo hablando a Miquel y Encarna y a ti, que solías llegar siempre más que puntual, no te vi por ningún lado, me dije “algo no marcha bien”. Cuando saludé a los compañeros y pregunté por ti, me dijeron que estabas arriba, en la sala de las deliberaciones, esperando. “Malo, malo”, volví a decirme. Y cuando subí las escaleras y te vi en semipenumbra, sentado, y con gesto abatido, ya no supe qué pensar. Para tranquilizarme me dijiste que te habías subido a la soledad porque Miquel y Encarna estaban hablando en catalán y tú preferías rumiar tus pensamientos en castellano. Tu cara, a lo mejor era por la penumbra, me pareció más demacrada que nunca. Te pregunté si estabas algo cansado y me respondiste que un poco, que con el asunto de las pastillas y las inyecciones de hormonas andabas un poco alicaído. Luego cambiaste de tono y salió a relucir tu faceta irónica.
--Me tienen tan tatuada la parte de abajo—dijiste intentando esbozar una sonrisa--, que parezco un mapa. Dicen los médicos que así ven mejor dónde deben aplicar la radioterapia.
Sonreí para seguirte la corriente. Luego te dije para consolarte que yo tampoco andaba muy fino, que estaba de chequeos. Y nuestra conversación corrió por parajes de medicinas, camas y esperanzas veladas por temores. Hasta que aparecieron los compañeros para iniciar las deliberaciones del Premio. Empezaron a salir títulos y opiniones encontradas. Finalmente, conseguimos convencer a los demás miembros, especialmente a Encarna y a Miquel, de la poca calidad de los poemarios presentados este año y en consecuencia el premio fue declarado desierto. Aún recuerdo con ternura y simpatía las primeras convocatorias. Las deliberaciones las hacíamos en casa de Encarna bebiendo unos refrescos. Después el Ayuntamiento, verdadero patrocinador del premio, se volvió más generoso y nos sufragaba los gastos de una comida que efectuábamos a propósito en Can Olivé. Hasta acabar los últimos años en la Cena Literaria de la Autónoma, donde, como viste, todo se reducía a un conciliábulo político encaminado a preconizar la supremacía de la lengua catalana. Veinticinco años ya, Antonio, de aquel 83 de nuestros sueños literarios y culturales. En junio presenté La dura vida amada en el Ateneo. Un compañero pintor, ¿te acuerdas?, creo que fue Hidalgo, confeccionó un díptico con el dibujo de un árbol con las raíces fuera de la tierra y la reproducción de la cubierta, tal como la hace la Colección, con una esquina de muralla y unas llamas asomando por ellas. Dentro incluí dos poemas que me parecen fundamentales en el libro, el de La casa de Zamora y Blanco deseo, que comienza
“No sabemos de quién
Nos llega de repente
Este blanco deseo
De humanizar la tierra,
De convertir en canto
La tragedia de estar
A la muerte asomados…”
Hablo tanto en esta ocasión de mi libro porque fuiste tú quien me presentaste. Supongo que sigues acordándote de aquella tarde sofocante, con medio aforo del salón de actos, en que dijiste cosas de mí y de mi poesía que sólo un amigo puede decir. Con la lengua de trapo que te dio Dios, Antonio, porque, ¿para qué nos vamos a engañar a estas alturas?, tu expresión siempre fue algo dejada y rápida, demasiado rápida, amigo, para que los oyentes pudieran recibir total y claro el mensaje. Pero, a cambio, ¡qué humanidad respiraban tus palabras y qué sinceridad! Aún agradezco aquella frase que te salió del alma referida sin duda a un poeta más grande que yo, pero que en aquella ocasión era yo:
--Fiel al rigor clásico (pocas veces rompe este ritmo), pero con lenguaje muy de su tiempo, Esteban recorre, paso a paso, la vida, su vida, la de todos cuantos con él compartimos el tiempo, y se nos torna enamoradamente esperanzado, a pesar de la dureza de la dura vida amada.
Y luego la comparación con Proust, que fue demasiado, Antonio. ¿Cómo se te ocurrió?
--Como Proust, Esteban Conde pretende apresar el tiempo fugitivo. Todo ello sin que falte el toque de sentimiento universal por todos los que viven y mueren esta fugaz existencia.
Ese mismo año, me presentó el libro Juan Antonio Usero en la Casa de Aragón, pero no fue lo mismo, aunque se le agradecí de igual modo.







26.
“Rito del existir: recuerdo y nada,
que no aspira ni al nardo ni a la rosa.
Algo como esa fiebre evaporada
que deja nuestra huella sudorosa.”

Hoy, lunes 2 de junio llego a casa del Instituto justo cuando Nasi viene de consultar en la casa de las lanas cómo seguir con los puntos del jersey que le está haciendo a nuestro futuro nieto. Porque no sé si sabrás, Antonio, que, si Dios quiere, seremos abuelos el próximo octubre. Pues bien, cuando mi mujer se hubo sentado en el sofá, junto a mí, con la labor de punto entre las manos, dijo que acababa de pasar por tu casa. Quería ver cómo seguía tu mujer Celestina. Estaba con ella, con Celestina, tu hermana. Veían la televisión cuando Nasi llamó al timbre del machón de la calle. De hecho, tu mujer no está sola ni un momento. Nasi le preguntó qué noticias había de su consulta médica del otro día y le contestó que le habían encontrado un poco de azúcar, lo de siempre, pero que se está medicando. Mi mujer le hizo ver que estar viendo todo el día la tele no era bueno, que debía caminar más y tomar el aire. Entonces y la tuya le explicó que habían estado antes dando un paseo por las calles del barrio, ya sabes, Londres, Argentina, Roma, Canarias…, vamos, medio mundo, aunque sólo sea de nombre. En lo de no estar sola ni un momento puedo asegurártelo. Sin ir más lejos, Jorge ha estado este fin de semana con ella. Antonio la viene a ver constantemente y María de los Llanos la llama desde Madrid por teléfono cada día. Así que no debes preocuparte por ella, que está bien atendida. Ya te digo. Durante el rato que estuvieron hablando las dos mujeres, la tuya le preguntó a la mía por mí. Le dijo lo que tú ya debes de saber de otras veces, de otros cursos. Es decir, que no paro con asuntos que tienen que ver con el Instituto y, aunque el final del curso está cerca, y casi se toca con las manos, estos últimos días son los peores, tanto que no debes bajar la guardia un solo instante. Se te echarían encima los alumnos y el precipitado y engorroso calendario de estas jornadas acabaría por convertirte la vida en un infierno. Y no exagero. Que si las notas, que si el Crédito de Síntesis, que si los exámenes de Suficiencia, que si el claustro y las reuniones de evaluación… No se para, Antonio, y ahora menos que nunca. Luego tu mujer recordó a la mía que el otro día le habíamos preguntado dónde dormías en el cementerio para ir a hacerte una visita y acto seguido le indicó cómo dar contigo. Dice que a la derecha de la entrada, en la primera calle, número 7,0, eso dijo, 7,0. Supongo que es el 70. Pero ya lo averiguaremos in situ, cuando acaben estas importunas lluvias y el tiempo se estabilice un poco. La llevaremos en coche hasta allí y juntos charlaremos un rato contigo.










27.
“Como si sólo hubiese otra mañana,
diente de pedernal contra mi quilla
dañada de presencias.”

Muchas veces hemos ido de la mano tú y yo, Antonio, por el camino de la poesía. Sin ir más lejos en 1988, cuando habían transcurrido diez años de aquel Cangilones mío, sobre el que pensaba que iba a ser el primero de una serie de publicaciones con cosas escritas durante una década (luego vi que eso era antinatural y que el torrente de la poesía no viene a ver la luz programada ni sujeta a periodos más o menos secuenciales), justo en 1888 publicamos los dos en la misma editorial, la de Carlos de Arce, ¿recuerdas? (otro amante de las letras con el que podrás charlar en ese sitio tranquilo y silencioso donde ahora os encontráis). La editorial Seuba, en su colección El juglar y la luna, dio a luz ese año mi En el cristal del tiempo y tu Cándalo. Curiosamente, algún año antes nuestra compañera Encarna Fontanet, también de Cerdañola como nosotros, había visto publicado en la misma editorial y en la misma colección su libro Peramo. Tu Cándalo posiblemente sea el mejor de los tres. En su día te dije muy poco del libro, dado mi despistado egoísmo, pero ahora que lo releo y lo saboreo despacio como un bocado exquisito, quiero ser justo contigo. ¿Me perdonarás algún día? Tengo delante la dedicatoria que nos escribes a mi mujer y a mí tan generosamente como siempre en la página del grabado del juglar y la luna, y la referencia que haces a mi libro, como reflejo de recuerdos (lo mismo que en el tuyo) de cosas y experiencias humanas que desaparecieron para siempre. Avanzo por los poemas como por entre amigos y noto enseguida que tus versos están inspirados en nobles ideales de fraternidad humana y los temas se han aprendido en las clases de la vida. Tus principios líricos ya se ven en la Dedicatoria, primer poema del libro, donde nombras mentores tuyos a
“los tristísimos poetas que en el mundo
Mendigan otra mano disparando palabras”,
Y en general, a los que, como tú,
“naufragan en el llanto,
o se agarran al ígneo bordillo de otra boca
mientras sacan del pecho su ristra de palabras,
ordenando un océano disecado y sin peces.”
A gente sencilla como tú, que tiene cada día que levantar su andamio con sus propias fuerzas y cantar por no llorar.
Leyendo en Cándalo me es tan fácil repasar tu historia:
“La escuela, la trasguerra, los amigos,
las cosas que pasaron…
Las cosas de la novia,
luego el hijo,
el pan, sudor, trabajo, la desgracia,
la dicha y la desdicha…
para morirme luego cualquier tarde
en Dios sabe qué sitio…”
Ya vez que todo es diferente con el paso del tiempo. Una cosa es el poema y otra bien distinta la realidad. Tenías veinte o treinta años menos, y la desesperanza es fácil a esa edad. Tú has muerto felizmente, amigo, en tu casa, de noche, acompañado de tu fiel Celestina, de tus hijos, de tus amigos, de tus vecinos. Sin darte cuenta, sin sufrir. Fue un ahora y un después sin paréntesis, y el silencio, y la nada, como tú decías. ¿O es que hay algo al otro lado de la puerta negra? ¿Y si fuera cierto y tú hubieras tenido la inmensa suerte de vivirlo?

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