II. DEL LIBRO DE POEMAS
En primer lugar habría que partir de la base de que un buen libro de poemas es, en principio, el que está formado por buenos poemas, independientemente de si está más o menos bien estructurado y el título es lo suficientemente claro como para saber y aunar de entrada el contenido del libro, ambos factores, junto a otros que examinaremos a lo largo de este segundo apartado de nuestro modesta contribución, igual de importantes que el que sirve de arranque para el presente párrafo.
Ejemplos de buenos libros que parten del hecho incontestable de estar formados por versos y poemas de alta calidad los encontramos en nuestra propia poesía.
Para no hacer exhaustivo este apartado, citaremos por orden cronológico una veintena de títulos desde Jorge Manrique a Miguel Hernández:
Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (1440-1478)
Buenos ejemplos de estrofas de pie quebrado (cuyo esquema métrico es 8a 8b 4c 8a 8b 4c) agrupadas de dos en dos y separadas por números romanos (hasta un total de 40), que, además de trazar una semblanza del padre del poeta y su conformidad cristiana ante el hecho de morir, hablan de la conveniencia de vivir rectamente la vida terrena para lograr la vida de la fama y la salvación eterna y del poder igualatorio de la muerte.
Así empieza el libro:
“Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.”
En el caso que nos ocupa, se cumplen a la perfección los tres aspectos citados en el primer párrafo:
Obra con calidad de versos y poemas,
Con título claro que permite saber y aunar el contenido de la obra y
Con estructura cerrada.
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