viernes, 22 de marzo de 2013

MIS POETAS Jorge Manrique


Jorge Manrique

 
















Aquello tan oído y repetido de que “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir” lo escuché de labios de mi maestro don Andrés muchas veces de niño, pero no supe que eran versos sacados de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (1440-1479) hasta bastantes años más tarde en el mundo aparentemente serio y responsable del Instituto, cuando el inefable don Ramón Luelmo nos explicaba cómo un hijo poeta habla de la muerte de su padre don Rodrigo, Conde de Paredes y Maestre de Santiago, serena, sentenciosamente, para enseñarnos a considerar la vida como un paso transitorio para lograr otra mejor, que todos los placeres son fugaces como el tiempo o la misma existencia y que la muerte iguala a todos los seres humanos sin tener en cuenta edad, raza, religión o condición social. A mí todo eso me parecía bien, pero nada más. Lo que me importaba en realidad de las Coplas era la maestría prodigiosa de Jorge Manrique para hablar con naturalidad de todas esas cosas sin que la métrica empleada, todo un despliegue de ritmos y rimas consonantes, entorpeciera esa limpia y serena naturalidad de un lenguaje cotidiano y sencillo que todo el mundo entendía.

 

Así empiezan las famosas

COPLAS

 

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

como se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.

Y pues vemos lo presente

cómo es un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

porque todo ha de pasar

de igual manera.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar a la mar

que es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y los más chicos;

allegados son iguales:

los que viven por sus manos

y los más chicos.

 

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