Jorge Manrique
Aquello tan oído y repetido de que “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir” lo escuché de labios de mi maestro don Andrés muchas veces de niño, pero no supe que eran versos sacados de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (1440-1479) hasta bastantes años más tarde en el mundo aparentemente serio y responsable del Instituto, cuando el inefable don Ramón Luelmo nos explicaba cómo un hijo poeta habla de la muerte de su padre don Rodrigo, Conde de Paredes y Maestre de Santiago, serena, sentenciosamente, para enseñarnos a considerar la vida como un paso transitorio para lograr otra mejor, que todos los placeres son fugaces como el tiempo o la misma existencia y que la muerte iguala a todos los seres humanos sin tener en cuenta edad, raza, religión o condición social. A mí todo eso me parecía bien, pero nada más. Lo que me importaba en realidad de las Coplas era la maestría prodigiosa de Jorge Manrique para hablar con naturalidad de todas esas cosas sin que la métrica empleada, todo un despliegue de ritmos y rimas consonantes, entorpeciera esa limpia y serena naturalidad de un lenguaje cotidiano y sencillo que todo el mundo entendía.
Así empiezan las famosas
COPLAS
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
como se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo después de acordado
da dolor,
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Y pues vemos lo presente
cómo es un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
porque todo ha de pasar
de igual manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar a la mar
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y los más chicos;
allegados son iguales:
los que viven por sus manos
y los más chicos.
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