MONÓLOGO DE LA SOMBRA
La acción transcurre en una celda. A la izquierda, junto a los barrotes, situados en la falsa pared del público, se halla el camastro donde descansa el preso.
PRESO (Despierta y, reparando en el público, se levanta y se agarra a dos barrotes.) Se preguntarán por qué estoy aquí. Todo empezó una noche en el lavabo de casa en que una sombra se me metió en el ojo derecho. Apenas duró un instante, pero cuando volví a la cama caí tan profundamente dormido, que al despertar era ya muy tarde. (Pausa.) En el trabajo me llevé una solemne bronca del jefe. Menos mal que, gracias a la visión que había adquirido de repente mi ojo derecho, en nada rellené los documentos acumulados sobre mi mesa. (Pausa.) Esa misma noche me ocurrió lo mismo, pero esta vez la sombra se alojó en este ojo. (Señalándose el izquierdo.) (Pausa.) Caí de nuevo en la cama, (Juntando las manos a un lado de la cara), y dormí como un bebé hasta las doce del día siguiente. Esta vez el jefe se puso como un basilisco y me amenazó con despedirme si volvía a llegar tarde. Pero como que el día anterior, mi inmejorable visión me ayudó a acabar en un tiempo récord la ingente tarea que me esperaba. (Da unos pasos por la celda. Regresa a los barrotes.) Me acostumbré a esperar con ansiedad la benefactora presencia de la sombra. Porque debo decirles que yo era entonces un cúmulo de imperfecciones físicas: (Se irá señalando cada lugar mencionado.) cataratas, próstata, artrosis en las manos… (Pausa.) El caso es que la tercera noche la sombra vino a mis manos. (Pausa.) Al instante noté una agilísima actividad en los dedos. (Los agita fuera de los barrotes.) Contento como una castañuelas, me metí en la cama y no desperté hasta la tarde del día siguiente. (Pausa.) Cuando llegué al trabajo, mi jefe me esperaba con la carta del despido. Le saludé como siempre mientras advertía que mis ojos podían ver el fajo de billetes que escondía en uno de los bolsillos de su americana; así que, sin mediar palabra, con una mano le cogí la carta y con la otra, con una agilidad a toda prueba, le saqué del bolsillo el fajo de billetes sin que notara nada. Salí del despacho y enfilé el pasillo de salida pensando que para nada necesitaba yo volver a trabajar con la estupenda visión y las agilísimas manos que mi querida sombra me había proporcionado. (Pausa.) (Pensativo, da unos pasos por la celda. Vuelve a los barrotes con gesto serio.) Pero advertí enseguida que a medida que daba un nuevo paso hacia la salida se alargaba un metro más el pasillo que tenía delante. Al poco tiempo era ya un túnel y no parecía terminar nunca. (Con un tono de voz cada vez más elevado.) Entonces decidí darme la vuelta y regresar al despacho mientras la idea de devolverle el dinero a mi jefe para ver si me reintegraba al trabajo me rondaba la cabeza. Pero también el pasillo de ese lado empezó a alargarse y cuanto más deprisa andaba en esa dirección, más se estiraba el pasillo y la puerta del despacho enseguida se hizo un punto en la lejanía. (Pausa. El tono de su voz se vuelve triste y apagado.) Un túnel infinito llevaba a la salida y otro túnel infinito al despacho del jefe. Y yo en medio de ninguna parte. Así que, atenazado por el pánico y en un último intento de salir de aquel laberinto, pedí ayuda a mi querida sombra, ayuda que no se hizo esperar. (Señalándose la cabeza.) Entró directamente en mi cabeza y, en medio de una gran tranquilidad, perdí el conocimiento. (Pausa.) (Torna a separarse de los barrotes para sentarse sobre su camastro.) Lo que pasó desde entonces hasta este momento se lo pueden imaginar. Descubrieron el dinero del jefe en mi poder y me trajeron aquí. (Torna a levantarse y a agarrarse de los barrotes.) Ah, y de la sombra, nada de nada. (Ríe irónicamente.) Lo que sí estoy haciendo es pasar una temporada a la sombra (Ríe de nuevo.)
FIN
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