viernes, 4 de julio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

Los amigos

Y los amigos siguieron siendo amigos, compartiendo conmigo borracheras, poemas y pinturas. Fueron manos sinceras que aguantaron mi caída cuando yo estaba herido de tristeza y era como un pájaro en la lluvia.
Pero a unos unas cosas y a otros otras, nos fueron apartando del camino común, y sólo a veces, y muy pocos, solíamos encontrarnos en Parés o en la Cueva del vino y recordábamos con los ojos brillantes nuestras juergas.
Albert y yo, los más asiduos, sólo cruzábamos entonces las miradas sabiendo que algo puro, vivo, auténtico, a punto estaba de desvanecerse como el perfume de una dama hermosa que deja nuestro cuarto tras amarnos, como si aquella Barcelona amada estuviera diciéndonos adiós.







II.

Un águila y un barco

Vinieron años dulces, de cipreses dormidos, de silencios claustrales, entre alumnos con uniformes serios (un águila y un barco como escudo y como emblema y testigo un viejo almendro ).
Años de profesor disciplinado, amable con la vida y con los versos, casi un hombre domado por las reglas de lobos disfrazados de corderos.
Allí estaban prohibidos los suicidas, y Unamuno, el ateo, y los libros teñidos de violencia, que no hablaban de Dios sino de sexo.
Y yo, en medio, nadando entre dos aguas, pillándome los dedos con esta u otra frase, si el amor lo hacía para dar disfrute al cuerpo, con quién salía los fines de semana o qué cine veía...
Y yo, en medio de aquel bosque de máscaras salvando mi libertad fingiendo también.
Aquellos años fueron dulces, dulces para tapar el río auténtico donde las aguas propias transcurrían llevando la señal de su venero.



Primeros cambios

Los amigos, los cuadros, las tertulias, el puterío hermoso de los vinos bebidos en ingrávidas bohemias, el sexo de los sábados, los libros del domingo por la mañana, los viajes en tren, los compartidos discos de los Beatles..., todo era un poco más tranquilo.
Habíamos cambiado. Los andamios que nos pautaban horas, los servicios que comenzaban a ponernos límites, los serios compromisos..., fueron entretejiendo madurez alrededor del brillo que un día tuvo el oro de los sueños con que juntos crecimos en torno a Petritxol, Portaferrisa, los Baños Viejos..., todo el centro místico de nuestra santa borrachera, el ansia de ser los escogidos en un mundo especial de arte y de versos, dioses de un personal Olimpo.
Habíamos cambiado, aunque en el alma seguían los rescoldos del inicio, de aquel descubrimiento primigenio que viví en la ciudad con los amigos.



El Calvario de Montjuic

Montjuic se nos hacía un difícil Calvario.
Cada domingo íbamos a librar cien batallas con andamios, escaleras y cuestas, lluvias, soles y llantos.
Mi madre abría la marcha dolorosa, siempre prestas las manos a poner flores nuevas en el nicho más alto donde mi padre anclaba su misterio, siempre prestos los labios a rezar padrenuestros por el alma de su santo privado.
Y nosotros, los hijos, aprendices de lutos y quebrantos, sentíamos más fuertes los tirones de la vida, sus vinos y sus ramos.
Seguíamos la ruta de la muerte los domingos arriba, en el Calvario de Montjuic, pero el futuro latía como un amor reciente en nuestros brazos, y al volver a las calles de la vida, el recuerdo del padre, apaciguado, se tornaba en un himno, en un canto al latido y al abrazo, mientras la madre, siempre triste, se esforzaba por ocultar su llanto.



El viejo son

Y aquel colegio, entre prisión y andamio, fue marcándome a fuego de capillas, aunque no demasiado, porque dentro seguía resonándome el viejo son de mi río primero.
Los alumnos seriamente ilustraban su camino de familias pudientes con un barco y un águila a la altura del bolsillo.
Y los jefes, vestidos a la usanza antigua de plegarias y misas, intentaban comprarnos con buen sueldo el alma independiente.
Aquellos tiempos iban hacia el polvo y el olvido, porque del agua oscura que llovió sobre el paisaje de mi vida entonces sólo queda el oficio y su alto don, la limpia entrega a la enseñanza justa con tripas y emoción y un poco de eso que presentimos los que damos clases: ser un poco Dios en nuestro sueño.

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