martes, 8 de julio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

Planes para el mañana

Eran tiempos aquellos, ya los últimos de los sesenta, tiempos serios, tiempos de preparar caminos, de hacer planes para el mañana, que estaba ya cayendo como un higo maduro sobre el limpio mantel de nuestra vida.
Y aquel sueño que muchos de nosotros ya teníamos de formar una casa se fue haciendo realidad crujiente como un pan. Alberto y yo, destinos paralelos, maduros de soñar con nuestras novias en vidas sosegadas, poco tiempo después (las fotos cantan, los poemas testifican la hora y el evento) nos vestíamos de padres, de raíces, de frutas que alegraban nuestros huertos.
Eran tiempos aquellos de formar el nido y el futuro, eran tiempos de apretar los bolsillos y olvidar las nocturnas salidas, los bohemios designios de los versos repartidos entre sorbos de vino y vanos sueños. Y avanzar por la senda del andamio, las facturas y los besos domésticos.




Una vuelta a Zamora

Por entonces la luna de los versos, la dama de la noche que alta rueda por los sueños de los enamorados, había sido hollada por la ciencia y una bota de hombre había pisado su cara inmaculada.
Los poetas, los artistas, los grandes soñadores... de repente la vieron más de cerca, más prosaica, más fría, más ausente.
Si lo recuerdo es sólo porque, mientras nos daban la noticia, regresábamos mi hermano y yo a Zamora, la pequeña ciudad de nuestra infancia y juventud, en un viaje de pálidas sorpresas.
Vivimos unos días de recuerdos, de encuentros convertidos en ausencias, entre tapas y vinos y visitas que sólo eran dolor, nostalgias viejas. Y lo que pudo ser un cálido reencuentro fue poco más que un sueño de tristeza, gris desengaño ante el vacío anhelo de hallar rescoldo entre cenizas muertas.




Lo peor del regreso

Lo peor del regreso fue volver a ver la casa sola en la plazuela, en medio de las otras habitadas, con los balcones ciegos, el tejado amenazando ruina y las ventanas y las puertas cegadas con tablones.
Lo demás se reía en torno suyo, vivía en su verano: los vencejos, el río, el puente, el cielo, las murallas, el vino en las tabernas, las personas... todo ajeno a nosotros transcurría.
Decían en el barrio que la casa sería con el tiempo restaurante, hotel o ambas cosas... Mi hermano, serio, apretaba la máquina de fotos contra el pecho, y yo soñaba, creía que el recuerdo mantiene eterno el mundo y mi casa de infancia estaba a salvo.
Palabras de poeta, siempre vuelo efímero de insecto, velo leve de nube, vaporosa esencia de humo.

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