domingo, 13 de julio de 2008

MATERIA DE RECUERDO

El primer hijo

Un agosto el Turó se hizo pequeño para abrazar al niño que venía.
La casa se llenó de alta ternura, de colonia y pañales, de silencios estudiados de leche adormecida, de atenciones, de horarios fervorosos...
Formábamos los tres un dulce círculo que rodaba lozano hacia la luz, y era luz.
Aquellos días de crianza, de mimos y atenciones me hizo niño de nuevo al ver el mío, y el destello rotundo del diamante me alumbró la senda que de padre había iniciado. Juguetes, cuentos, rayas en las hojas, palabras balbuceadas, trabalenguas, adivinanzas, horas invertidas en ser amigo y juego para el hijo...
Los meses florecieron como si todos fueran abril y el mundo nuestro un huerto donde todo maduraba.



Viviendo en Horta

Después, otra vez Horta, y nuevo piso, estrenado por tres dioses terrenos. Paseos por las calles y las plazas para empezar a gobernar el reino, el cielo azul del barrio, la esmeralda trémula de los plátanos, las bellas fachadas modernistas de los viejos palacetes y la cálida voz habitando las tiendas y los bares con acentos de medio toro ibérico.
En esa luz de vida yo era el sol que lo tenía a mano todo (versos de entonces lo atestiguan). Todo giraba alrededor como si fuera un milagro ser padre.
Profesor o poeta no eran más que palabras que alguna vez lograban tener pulso. Pero padre era ser la fuente exacta del agua de la vida que repite el placer de ser dios aquí en la tierra.



Viéndola hacer las cosas

No me cansaba nunca verla haciendo las cosas de la casa (su feudo y templo diario, noria de trabajos y afanes, caricias y zozobras).
El arte y la ternura para sembrar las horas desde el amanecer hasta la noche.
Diosa para peinar al niño, para tender la ropa, para regar las flores o para hacer la compra.
Diosa de su camino y del nuestro, las cosas de casa y de familia en ella eran la prosa que a veces dan los versos de la poesía más honda.
No me cansaba nunca verla llenar las horas de arte y de ternura en la casa, en las cosas...Entre sus manos era todo pétalos, rosas.



Cumpliendo años

Cumpliendo el primer año en Puertollano (manantial de su madre ) y el segundo en Peñíscola (lugar de amor y siembra), nos hizo más maduros nuestro fruto, maduros para alzarlo con andamios de amor y sacrificio, menos cenas, menos cine y menos vino, y muchas más facturas y más vida casera.
Pero todo era bueno, todo estaba cumpliendo sus etapas, las visitas a la abuela doliente, las pequeñas salidas a Barcino, justas, mínimas, algún domingo al Puerto, a ver las velas que dibujan su adiós en la bocana, o a tomar el vermut sencillamente en la paz soleada de las Ramblas o en alguna plaza copiada en el Pueblo Español.
Poco más: el trabajo (correcciones de exámenes, lecciones...), algún libro del Círculo esperando fiel su turno... y versos, siempre versos, y el olvido luchando por anclarme en el presente pese al oscuro son del primer verso, aquel que habla del niño que yo fui, en aquella ciudad, novia del Duero.
Pero todo era bueno. Todo estaba cumpliendo su papel desde el primer ensayo. Sólo había que seguir saliendo a escena y bordar el papel.

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