viernes, 12 de febrero de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

El Carnaval








Ya está aquí de nuevo el Carnaval, aunque ya dijera Larra en su día que todo el año es Carnaval. Recuerdo que en mi infancia bastaba un corcho de botella quemado con una cerilla para pintarte un bigote y ser una nueva persona. Luego vinieron las caretas y las máscaras de monstruo, bruja o Popeye simplemente y la cosa no cambiaba mucho. La verdad es que a mí nunca me ha gustado disfrazarme más de la cuenta. Una vez, de viaje por Castellón, coincidimos con una excursión de Barcelona que celebraba un baile de Carnaval en el hotel donde estábamos nosotros y la guía, confundiéndonos con viajeros de la agencia a la que representaba, nos dejó un par de trajes de época para asistir al baile nocturno. El traje de mi mujer era de Princesa y el mío de Espadachín, con peluca y espada. Me costó mucho embutirme de D'Artaganan. Ante el espejo no me reconocí y eso me asustó. Pero animado por mi Princesa, bajamos los dos al baile y nos camuflamos entre los concurrentes. Sonó un vals y nos pusimos a bailarlo con las ganas de otros tiempos y sobre todo motivados por los trajes y personajes que encarnábamos. Aquello fue de película. Hasta nos dieron unos cuantos puntos por nuestra actuación. Evidentemente no ganamos el concurso de baile de disfraces, pero por un momento vivimos una ilusión que duró lo que duraron las piezas de baile que pusieron para el concurso.

Nunca más he vuelto a disfrazarme. En mi época de profesor, los alumnos me animaban a que me disfrazara con ellos, pero lo único que hice fue estar a su lado durante los preparativos de la rúa y luego durante el recorrido de ésta por las calles cercanas al Instituto.

Y hoy, viernes 12 de febrero, he vuelto a vivir el Carnaval pero en la persona de mi nieto. Hemos ido a su guardería, con un nombre tan significativo como La llavor (la semilla), y lo hemos acompañado en la rúa, multiplicada por los centros escolares vecinos, que se ha desarrollado por las calles de los alrededores. Pese al frío polar que se ha adueñado del Vallés estos días, mi nieto, disfrazado de abeja (¡cómo sabe libar en mi corazón!), ha volado su primer Carnaval aplaudiendo y bailando en medio de centenares de disfraces, fanfarrias y músicas propias del señor Carnaval. Que sea por muchos años y yo que lo vea. Así recordaré mis años niños y otros no tan niños.

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