domingo, 21 de febrero de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Una partida a la rana


Allá en mi tierra zamorana de adolescente jugué mucho a la rana, un juego muy divertido que arracimaba en torno al curioso mueble del simpático batracioy a la cerveza con cacahuetes buenos ratos y mejores amistades. En la taberna del señor Saturnino y en el Desnivel de mis viejos amigos del barrio, pasé muy buenos ratos. En la memoria los llevo todos. Pero es que ayer, día de mi cumpleaños (66 años de mi vida total, y primer año de mi vida jubilosa), rodeado de los míos, que son mi mejor escudo contra la soledad y el olvido, me llevé una grandísima sorpresa y es que me regalaron el juego de la rana. Como lo digo. De Lugo viene el mueble de cuatro patas con la plataforma de hierro habitada por la rana protagonista, los dos puentes y el molinillo de rigor, junto con sus agujeros y su cajón para recoger las fichas, diez fichas redondas que entre los dedos y lanzadas con sabiduría buscan la boca de la rana para colarse por ella. Me taparon los ojos con una venda para que adivinara el juego en el jardín y me dieron a tocar, como pista, una de sus inconfundible fichas redondas y estriadas en circunferencias concéntricas. Nada más pasar mis dedos por ella, el mundo de Zamora se me hizo presente en la memoria y en el tacto, que ya es mucho. Jugar con los míos un rato a la rana, como hacía antaño, mientras Xavi, mi nieto, recogía las fichas que chocaban con la rana y caían al suelo, fue un momento que ya no olvidaré. Allí, en el jardín, los seis, después de comer y comentando la jugada, formamos una estampa imborrable. Que dure.

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