sábado, 25 de julio de 2009

CONEXIÓN

CONEXIÓN Número 13. 31 de julio de 2009. Tossa de Mar

Con este número de julio nos despedimos de nuestros queridos seguidores hasta septiembre, pero el blog no interrumpirá su actividad y nuevas entradas irán apareciendo incluso en agosto. Desde aquí deseamos a todos felices vacaciones.




EL POEMA



Tango

























En medio del sofoco del verano
Encuentro este refugio
De música y amigos.
Sueña, al fondo, en nuestros torpes pasos,
El tango de Montevideo.
Los profesores, el cielo en su mirada
Y en su alma la senectud serena,
Nos enseñan a abrazar el ritmo
Lejano de su tierra.
Los pasos, de puntillas
Para no sacar del sueño a las guitarras,
Recorren las baldosas del salón
Como si fueran los desvanes dulces
Donde duermen la infancia y sus misterios,
Las heridas de amor y noches tristes
De adioses sin retorno.
Nos dejamos llevar por sus palabras,
Nos dejamos guiar por sus figuras
Y el tango va saliendo de los pies,
De las cinturas juncos, de los pechos
Unidos como hojas del misal
Más hermoso del baile. Calla
la tarde cuando hablamos de este tango
que nos baila dulzón en nuestras almas.






EL RELATO



El talismán (Continuación)



CAPÍTULO SEXTO. TRAS LA BUENA PISTA



















Amando los siguió en coche hasta el otro lado del río y comprobó dónde se alojaba Clarisa. Después siguió al detective hasta el hotel donde estaba hospedado. Aparcó el coche en la calle de atrás y entró resueltamente en el vestíbulo del establecimiento como si fuera un cliente más. Mientras ojeaba el cartel con los platos del buffet libre del día, vio de reojo cómo el detective formalizaba su ingreso en la recepción. Luego lo siguió hasta su habitación. Esperó un rato con la oreja pegada a la puerta y cuando oyó el ruido del agua de la ducha, bajó de nuevo al vestíbulo. En la zona de WI-FI conectó con Internet y le puso un email a Pou. Después de redactarlo no le gustó cómo quedaba y acabó por suprimirlo. Luego escribió otro, que fue el que envió. Le decía que estaba al otro lado de España, en Zamora, adonde había llegado siguiendo a la historiadora y a un acompañante accidental que acababa de conocer en el aeropuerto y que ambos parecían guardar buenas migas. Que sabía dónde se alojaban uno y otro y que el asunto lo tenía controlado. Cerraba el mensaje esperando instrucciones.
Luego estuvo un tiempo por allí dando vueltas, viendo la decoración del hotel y leyendo los periódicos de la ciudad. La ciudad donde había nacido y que tan extraña y distante ahora le parecía. Al entrar por la avenida del Instituto, no había podido evitar sentir un escalofrío. El edificio donde él había estudiado el bachillerato seguía igual: las piedras rojas y blancas de la fachada y todo él rodeado por aquella verja negra donde una vez colgaron su cartera unos compañeros de clase para burlarse de él. Sin pena ni gloria (más pena que gloria), había pasado allí los años más importantes de su vida, y todos los recuerdos de entonces eran desagradables. Las mil novatadas que le gastaron sus condiscípulos seguían estando grabadas a fuego en su piel y en su forma de ser. Los escupitajos, los bocadillos robados, los libros y los cuadernos pintarrajeados por manos insolentes, los chivatazos, los insultos, las persecuciones… Si alguien quería saber cómo era el infierno, él podía describírselo al detalle. Si ahora pudiera encontrarse cara a cara con alguno de aquellos adolescentes hijos de punta, daría buena cuenta de ellos. Casi con el mismo odio recordaba los sinsabores vividos en el Seminario. Era pasado ya, pero cómo le seguía doliendo todo aquello. Con ese pasaporte de amargura volvió al presente.
La gente que entraba y salía del hotel era la gente que podía encontrarse en cualquier ciudad de España y sus rostros y sus gestos eran tan desconocidos como los suyos, si bien allí, como en todas partes, la gente se sorprendía ante el color y la hechura de su ropa y se le quedaba mirando descaradamente. Aun así, concluyó que allí era un forastero más. Sin embargo, una ventaja tenía sobre todos ellos. Él conocía al dedillo la ciudad y sabía moverse por ella como lo que era, un zamorano de siempre.
Subió hasta la planta de la habitación del detective y arrimó como antes la oreja a la puerta. Allí seguía el huésped, a juzgar por la conversación que mantenía al parecer con alguien por teléfono. Luego bajó en ascensor hasta la recepción y entró de nuevo en Internet. Ya tenía en el correo una respuesta de Pou. Era casi una novela. Leyó el texto un par de veces y al fin sacó en claro varias cosas, aunque la principal era que, si descuidaba un milímetro en sus pesquisas, lo tenía crudo. Vamos, que lo tenían cogido por los huevos. Los puntos que más le interesaban para continuar hasta el final la misión eran los siguientes:
1. Su alojamiento mientras durara su presencia en Zamora era una iglesia del centro de la ciudad, en medio de un dédalo de callejuelas y costanillas. Observación: por la dirección que le proporcionaba Pou, el nombre del templo no era el que aparecía en el mensaje. Eso denotaba el desconocimiento por parte de la Sociedad Secreta de algo que le parecía importante: la ubicación de lugares que tenían que ver con el plan que debía seguir.
2. Por todos los medios a su alcance tenía que evitar hablar directamente con el párroco. Sólo tenía que presentarse al sacristán a la hora del cierre del templo. Observación: ¿Por qué precisamente el sacristán?
3. Hasta esa hora tenía tiempo de averiguar quién era el acompañante de la chica y quién la persona que regentaba la casa en la que estaba alojada ella. Hacerlo era una prioridad. Observación: Escasa dificultad.
Y 4. Una vez averiguado todo eso, debía ponerse en contacto con Pou para informarle debidamente. Pero a partir de ese momento sólo podía comunicarse con él por medio del móvil. Nada de ordenador: si cerraba mal el correo, otras miradas podrían enterarse del negocio. Observación: ¿Ahora sólo el móvil? Demasiados flecos. Prudencia, Amando, prudencia.
Respondió que estaba enterado y se puso en marcha para acatar las recomendaciones recibidas.





CAPÍTULO SÉPTIMO. EXPLICACIONES ESOTÉRICAS





















En la llamada telefónica que Florencio acababa de mantener con Clarisa había quedado en reunirse con ella en los jardines de la Catedral. Antes de verse con la chica, se dio una vuelta por la sede del simposio. El edificio donde tenía lugar el congreso era un viejo convento restaurado con elementos muy modernos, aulas para las conferencias, una biblioteca bien surtida, un café-restaurante, una sala de audiovisuales, varias dependencias de diversa índole y despachos. Sin olvidar el antiguo claustro, hoy habilitado como patio de conversaciones informales entre las diversas sesiones del simposio. Allí, momentos antes de empezar las ponencias, pudo conocer a algunos colegas de la provincia y de otras regiones de España que habían acudido al congreso. Enseguida detectó la presencia de un zamorano llamado Montes, apellido que leyó en la tarjeta de acreditación que llevaba el sujeto prendida de la ropa. Lo más singular de Montes era que a cualquier opinión de los presentes respondía con un verso, por lo que a la primera de cambio alguien empezó a llamarle el Poeta. Florencio descubrió pronto sus dotes de rimador mientras hablaba con dos o tres congresistas. Uno decía un tanto escéptico:
--No creo que vayamos a sacar algo claro de reuniones como ésta.
Y el Poeta:
--Esperemos a que pase lo que resta.
--¿Quieres decir que aquí obtendremos interesantes conocimientos?—preguntaba otro.
--Paciencia. No adelantemos acontecimientos—replicaba el versificador.
Florencio rió de buena gana. Al menos allí había buen humor. Se acercó al Poeta y se presentó:
--Hola, me llamo Florencio.
El Poeta no dejó pasar la ocasión:
--Nuestro trabajo es el silencio.
--Esta rima es previsible.
El Poeta, encogiéndose de hombros, le respondió:
--Pero no imposible.
Florencio sonrió. Luego le hizo un gesto de despedida y siguió su ronda por los diversos corrillos de congresistas. De vez en cuando consultaba el reloj de pulsera. En unos minutos tendría lugar la presentación del simposio y a continuación se daría la primera ponencia con el título “Rasgos y motivos de la nueva delincuencia”.
Entró a la presentación y, una vez acabada ésta, no se quedó a la primera ponencia. Se presentaría por la tarde, después de comer, a una comunicación sobre cómo descubrir el fraude en las bajas por enfermedad. Y si la cosa no le interesaba, actuaría del mismo modo. Salió del convento, sin advertir que Amando le seguía de cerca, y se montó en el coche, que tenía aparcado en una calle adyacente. Tomó la avenida de Vigo y subió por la cuesta del Obispo a la zona de la catedral. Aparcó el vehículo en un callejón con el piso de tierra no muy lejos de la entrada al Castillo y se internó en los jardines por un arco cubierto de enredadera, no muy lejos de la explanada de la fachada norte de la Catedral. Ya pasaban casi veinte minutos de la hora concertada con Clarisa. Miró en todas direcciones en busca de la figura de la chica, y la vio sentada en un banco de hierro de uno de los paseos. Afortunadamente, la lluvia había dado una tregua al tiempo. Las hojas de los árboles alfombraban el paseo y el ruido de sus pasos alertaron a Clarisa, que levantó la mirada de una libreta que consultaba. Al verlo, le pidió que se acercara para sentarse junto a ella. Sonreía abiertamente y le obsequió con un sonoro beso en la cara. (Esto no es lo que yo esperaba, muñeca.)
--¿Qué tal el simposio?
--Un rollo.
--Esto te va a interesar un poco más. –Le pidió que miraba por encima de los árboles del paseo perpendicular al suyo.—Esa es la torre del Salvador.
Florencio descubrió una torre cuadrada y sólida con varias ventanas abiertas en su fachada y sus correspondientes campanas. Amando, a unos pasos detrás de ellos, escondido tras un voluminoso macizo de evónimos, asistía a su conversación como un testigo privilegiado.
--¿No observas nada curioso en ella?
--¿A qué te refieres?
--Te lo explicaré. Todo en las obras arquitectónicas del Románico tiene su lectura… más o menos esotérica. Y esa torre no podía ser menos. Como tampoco lo es la cúpula que hay a su lado, ¿la ves? O, todavía más importante, como verás más tarde, la fachada meridional de la Catedral, llamada del Obispo.
--La del Obispo. Por la cuesta del Obispo he venido en coche hasta aquí.
--Ésa misma. Luego te enseñaré algo que permanece escrito desde tiempo inmemorial en esa fachada. Pero ahora observa esa torre. ¿Ves que su cuerpo prismático está dividido en cuatro franjas horizontales?
--A eso llego.
--Vale, pues ahora viene la pregunta del millón: ¿qué ves en esos cuatro cuerpos horizontales?
--Respuesta fácil: Ventanas y campanas.
--Sí, ventanas y campanas. Claro que hay ventanas y campanas. Pero mira mejor. ¿No adviertes algo raro en la disposición de las ventanas en cada una de esas franjas de piedra?
--A simple vista, no.
--Haz un esfuerzo.
--Parece el juego del veo veo, Clarisa.
--Algo así.
--De acuerdo. Pero si acierto en el juego, ¿me darás un beso de verdad?
--Ya veremos –contestó la joven mientras le acariciaba cariñosamente.—Eso que ves ahí es una página que la gente del pasado escribió para que la gente del mundo actual como nosotros saquemos nuestras propias conclusiones.
--¿Conclusiones?, ¿sobre qué?
--Sobre misterios, conspiraciones y luchas religiosas y políticas que tuvieron lugar antaño y que aún hoy permanecen en la sombra, a la espera de que la investigación contemporánea los descifre y los saque a la luz.
Amando, escondido tras los evónimos, no perdía palabra de las explicaciones de Clarisa. Florencio, en cambio, prefería quedarse con los jugosos labios de los que salían aquéllas.
--Fíjate—decía Clarisa—en el orden de las ventanas. En el cuerpo superior, aparecen tres; en el siguiente, dos; en el tercer cuerpo, una sola, y en la cuarta franja de la torre no hay ninguna ventana.
--Es verdad. ¿Y eso qué quiere decir?
--Según intérpretes medievales y otros renacentistas, relacionados con extrañas sectas religiosas, esa disposición de franjas en disminución, de tres ventanas en la primera a ninguna en la cuarta conduce a la nada, es decir, a Satanás.
--Un momento, un momento. Explícame bien eso.
--Escucha, las tres ventanas del cuerpo superior de la torre representan para los católicos las tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las dos ventanas del segundo cuerpo corresponden a las dos personas de Cristo: la humana, propia del hombre que vino a redimirnos muriendo en la cruz, y la divina, que corresponde al Hijo de Dios y Dios mismo, al resucitar como había predicho al tercer día de morir clavado en la cruz. La ventana del tercer cuerpo de la torre representa a Dios…
--¿Y la cuarta franja vacía?
--Ya te lo he dicho, a la nada, o sea, Satanás, que es la oposición total a los dictados de los fieles católicos. Satanás es el peso que…
--Bueno, bueno. Basta de catequesis católica, apostólica y romana. ¿Por qué no me preparas ahora para otra religión más… humana?
--Calla, tonto—dijo mimosamente Clarisa mientras acercaba su cara a la de Florencio--. ¿Quieres que cambiemos de actividad?
--Pues claro— y aprovechó la proximidad de la chica para darle un beso en la boca.
Ésta le retuvo el beso durante unos segundos, pero pasados los cuales, retiró sus labios de los de Florencio con un mohín muy gracioso.
--No me refiero a esta actividad, gracioso—y se incorporó--.Vamos a otro sitio. Quiero mostrarte una cosa especial.
Florencio la obedeció.
Amando se ocultó del todo tras los evónimos. Allí esperó unos segundos y luego asomó despacio la cabeza. Los dos jóvenes caminaban hacia el arco de mampostería que servía de entrada a los jardines. Aguardó a que salieran a la lonja de cemento que se extiende delante de la fachada norte de la Catedral y empezaran a bajar la cuesta del Obispo. A continuación los fue siguiendo de lejos. Ya se imaginaba adónde iban. Así que dio un rodeo por la calle Arias Gonzalo hasta desembocar en la umbría y misteriosa calle del Troncoso. La recorrió rápidamente y se apostó en su extremo, tras el reborde de una antigua columna que allí existió desde la época medieval. Desde allí, medio oculto por la reliquia de la historia, podría espiar los movimientos de la pareja y escuchar al detalle sus palabras.
No se había equivocado en sus suposiciones. Los dos jóvenes se hallaban en el callejón formado por el edificio del Obispado y la fachada sur de la Catedral, que por ello era llamada vulgarmente la del Obispo. Ambos, muy juntos, contemplaban detenidamente los detalles grabados en la piedra de dicha fachada.
--Te voy a enseñar algo que poca gente sabe ver en esta fachada—decía Clarisa.
--No te enfades si te digo que me gustaría ver los detalles de otra fachada.
--¿A qué fachada te refieres?
--Tú sabes muy bien a cuál—dijo Florencio comiéndosela con los ojos.
--Ah, esa. La verás pero no la catarás, cuenta el dicho popular.
--Vale, vale. Sólo he dicho que quiero verla.
--Todo llegará… a su debido tiempo. Ahora calla y escúchame con toda tu atención.
--Esta es la chica que me gusta. Habla por esa boquita de rosa, que soy toda una oreja inmensa para oírte.
Por primera vez había dicho en voz alta lo que pensaba de Clarisa.
--A lo que iba, Florencio, ¿ves a la derecha de la puerta el relieve de la Virgen con el Niño y los dos Ángeles que la flanquean?
--Sí, la veo; es muy bonita; tanto como tú.
--Vale. ¿Y debajo?, ¿qué hay?
--¿A ver?, algo así como un recuadro hundido con la cabeza de una persona dentro.
--¿Y debajo de esa cabeza de piedra?
--Otro recuadro hundido con un pájaro dentro, una gallina, un gallo… Podría ser cualquier cosa.
--Es un urogallo. Un urogallo sobre su nido.
--¿Un urogallo? ¿Y qué pinta un urogallo esculpido en esa fachada? ¿Tiene que ver con algún misterio de los que antes hablabas?
--El urogallo es una reliquia de la era glaciar, y existen muy pocas especies hoy en día. Es un ave en vías de extinción. Pero no te voy a hablar de zoología, sino de simbología. Su canto no es nada agradable, sino funcional porque de él depende la reproducción de la especie, y en ese canto, movido sólo y exclusivamente por su pasión amorosa, se halla su propio peligro, pues al cantar delata su presencia a los cazadores.
Mientras Clarisa le estaba contando todo aquello a Florencio, Amando, que no perdía palabra, decía para sus adentros: “A ti también te pasará lo mismo que al urogallo: tu propio canto, tus propias palabras te servirán de castigo.”
Florencio intentaba relacionar lo que le estaba contando Clarisa con algún misterio de la historia o de la vida, y no lograba acertar con ninguna explicación. Y menos cuando la chica añadió:
--Al canto del urogallo se le suele llamar el canto de la muerte ya que lo profiere con tanto ardor que en él se queda momentáneamente sordo y ciego. Canto de amor, momento de debilidad.
Sólo se le ocurrió comentar, como quien dice una gracia:
--Eso es lo que nos pasa a los hombres.
--¿El qué?
--Que cuando amamos nos volvemos débiles.
--¿Cuando amáis? Vosotros los hombres llamáis amor a lo que sólo es sexo. Y cuando practicáis el sexo, dejáis de pensar y de sentir.
--¡Qué cruel eres!
--Tengo motivos para serlo.
--Pero no conmigo. Apenas me conoces. Yo soy distinto. Yo quiero ser distinto de los hombres que has conocido en tu vida y que, por una razón u otra, te han hecho daño.
--Bueno, dejemos eso. Lo que quería decirte… Con lo del urogallo quería llegar a… A ver si lo digo. Me has puesto nerviosa.
--¿Yo? Ven aquí, que te doy la paz en un instante –y la estrechó entre sus brazos y la besó largamente en los labios.
Clarisa se abrazó a él. Luego se retiró lentamente de su cuerpo mientras lo envolvía con una mirada preñada de ternura.
--¿Ya estás más tranquila?
--Sí
--¿Qué querías decirme?
--Nada, que tengo entendido que existe en algún lugar un talismán que reproduce ese urogallo de ahí.
--¿El mismo?
--El mismo y que manejando el talismán adecuadamente puede conducir a quien lo lleva encima a un sitio, o a algo muy importante que todavía no sé precisar.
En ese momento Amando, oculto tras la esquina de la calle Troncoso, se llevó instintivamente la mano al bulto que llevaba colgado del cuello bajo la ropa. Sus ojos brillaron especialmente. Si lo que decía la historiadora era verdad, él disponía de una llave especial para abrirle puertas desconocidas que le darían un sinfín de beneficios y ventajas. Casi simultáneamente una idea vino a cruzar rauda su mente dejándole un reguero de esperanzas cada cual más confortadora. Con la llave que él llevaba colgada al cuello y los conocimientos que poseía la historiadora podría acceder de la manera más fácil a la estancia caudalosa del poder. ¿Sería posible llegar a un acuerdo con la historiadora? No perdía nada con probarlo. Y una vez logrado su propósito, se desharía de ella. Aunque estaba por medio su acompañante y por lo que parecía daba la sensación de no querer separarse de ella por nada del mundo. Y evidentemente el detective constituía un serio estorbo para sus planes. Aun así no se detendría en pequeños detalles como ese. Si había que acabar también con el joven, lo haría. Lo primero era lo primero.
Empezó a llover.
La pareja se percató de ello y buscaron refugio en el coche que el detective había estacionado cerca de allí. Por el camino vieron que las gotas de lluvia reventaban al golpear contra la tierra y levantaban una minúscula polvareda. Una vez dentro del coche, Florencio le cogió la mano a Clarisa.
--¿Qué tal si nos vamos a comer—dijo.
--¿Hay restaurante en tu hotel?
--Creo que sí.
--Pues podemos ir allí. Así hablamos.
--¿Sólo hablamos?
--Comemos y hablamos. ¿Qué más quieres?
--Lo que tú sugieras.
--Anda, arranca—dijo Clarisa mientras el azul de sus ojos chispeaba de un modo nuevo.
Mientras iban hacia el hotel, Clarisa telefoneó por el móvil a su tía para decirle que no la esperara a comer, que en todo caso se reuniría con ella por la tarde.
Algo le dijo su tía sobre Florencio porque Clarisa lo miró unos segundos como si se lo quisiera comer antes de colgar.
--¿Qué dice tu tía?
--No quieras saber más de la cuenta.







LA NOTICIA



Contamos con Contador






















Casi todas las noticias referidas a nuestro país son malas. Los incendios devoran sin parar miles de hectáreas de zonas rurales incluidos algunos hogares y llevándose por delante las vidas de serviciales y arriesgados bomberos. La gripe A sigue aumentando y hasta el momento se ha cobrado seis víctimas mortales. La economía nacional sigue en números rojos y amenaza, tras el desacuerdo entre la patronal, los sindicatos y el Gobierno, batir todas las marcas. La violencia de género se parece a la de los incendios y no hay día en que no quede reflejada una nueva muerte en los telediarios. En un panorama tan desolador, casi nos da reparos citar noticias positivas, si bien éstas pertenecen al campo deportivo. Una, grande, el triunfo del equipo de Gemma Mengual en natación sincronizada, que nos ha reportado un buen acopio de medallas. Y la más importante aún, la gesta que ha conseguido el ciclista madrileño Alberto Contador, al ganar por segunda vez el Tour de Francia, frente a rivales de la altura de Lance Armstrong, que, ganador siete veces de la misma prueba, regresaba a la misma tras varios años ausente de los circuitos internacionales, como co-lider del mismo equipo de Contador, el Astaná. Dejando a un lado lo que nuestro compatriota ha tenido que sufrir durante la convivencia con el campeón norteamericano en los hoteles entre etapa y etapa, lo importante es que Alberto Contador, el único español que ha vencido en las tres vueltas principales (Giro, Tour y Vuelta), ha salido de la competición francesa convertido en el mejor ciclista del mundo. Le auguramos un futuro verdaderamente apoteósico. Ojalá hubiera entre nuestros líderes políticos un Alberto Contador capaz de vencer las altas dificultades que presenta hoy en día la ruta económica y laboral y nos llevara a disfrutar pronto de una euforia parecida a la que están viviendo los aficionados al Ciclismo de alta competición y seguidores de Alberto Contador.







La ETA de siempre






































Desgraciadamente ETA sigue siendo noticia. El miedo que que hace sobrevolar todos los días sobre España, puede estallar en cualquier momento y cualquier lugar. Antes de despedirse el mes de julio dos hechos vuelven a conmocionar a la gente que quiere vivir en paz y en libertad conseguidas en democracia, palabra que no existe en el vocabulario de la banda terrorista . Uno,
los 65 heridos de la casa cuartel de la Guardia Civil de Burgos tras la explosión de una furgoneta con 200 kilos de explosivos aparcada en las inmediaciones del edificio (un verdadero milagro el no contar con ninguna víctima mortal). Y dos, los dos guardias civiles muertos en Palma de Mallorca al estallar la bomba lapa que llevaba adosado el vehículo en que ambos viajaban. Todo lo que se diga en contra del salvaje atentado es poco. La pena es que aún no estén plenamente concienciados todos los estamentos de la sociedad, desde el hombre de a pie hasta los políticos de cualquier ideología, pasando por los jueces. Y señalo este último estamento porque se da la circunstancia de que un juez de la Audiencia nacional considera que las manifestaciones proetarras pueden celebrarse porque sus componentes (amigos y conocidos de asesinos) tienen derecho a la libertad de expresión. Sin comentarios.

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