miércoles, 15 de julio de 2009

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Las señoritas de Aviñón.



























No voy a hablar del famoso cuadro cubista de PabloPicasso, sino de la obra que el escritor madrileño Francisco Umbral escribió en 1995 y que lleva su mismo nombre. Conviene añadir que la edición de Planeta DeAgostine (Barcelona, 1999) incluye en la cubierta un fragmento de la pintura del artista malagueño. Francisco Umbral (Madrid, 1923 -- Madrid, 2007) empezó su carrera como periodista en Valladolid (su madre, soltera, era vallisoletana y se fue a Madrid para traerlo al mundo y evitar las habladurías) en El Norte de Castilla, cuyo director era Miguel Delibes, que había visto en Umbral un talento especial para la escritura. Luego trabajó en la radio y más periódicos en León, donde se casó con María España, que era fotógrafa de ElPaís. A principios de los sesenta se trasladaron a Madrid, donde perdieron a su hijo de seis años de leucemia (la terrible desgracia daría con el paso de los años Mortal y rosa, uno de los libros más sentidos y líricos de Umbral). Frecuentó el Café Gijón y fruto de esa circunstancia es el libro La noche que llegué al café Gijón. Fue protegido de Camilo José Cela y se convirtió en un prestigioso periodista colaborando en revistas y diarios como La estafeta literaria, Mundo hispánico, Ya, La Vanguardia, El País, etcétera. Alternó su actividad periodística con la literaria publicando novelas, biografías, memorias..., que le reportaron asimismo reconocimientos y galardones, como el Nadal de novela por Las ninfas en 1975, el Premio Nacional de las Letras Españolas por el conjunto de su obra en 1997 o el Cervantes de 2002. En su estilo, depurado y castizo, siempre nadan notas líricas que lo convierten en muy humano y próximo. En cuanto a Las señoritas de Aviñón, me parece una novela histórica o un trozo de nuestra historia novelada, o, como el mismo Umbral (encarnado en el personaje narrador Francesillo) dice en la página 10 de la edición mencionada más arriba: "novela/saga del siglo XX". O todo eso junto y más. Por la casa del protagonista narrador desfilan personajes históricos y literarios desde la España finisecular hasta la Guerra Civil que pintan los avatares que preparan el mundo convulso de hoy, las dos Españas, la zanja que separa irremediablemente las clases acomodadas de las que no lo son, las ideas estéticas y religiosas y, sobre todo, las políticas con la alternancia en el poder de los liberales y conservadores... Y así, durante los cocidos de los jueves, Francesillo es testigo de primer orden de las conversaciones que mantiene el bisabuelo Martín Martínez, "liberalote y masonazo", con Unamuno, Alfonso XIII o Azaña, por citar unos pocos. Picasso también desfila por estas páginas replicando a Unamuno que pintando el toro era la única forma de pintar a España y, en especial, haciendo retratos a las mujeres de la familia, entre ellas a la tía Algadefina, personaje entrañable y complejo donde los haya y por quien siente verdadera devoción Francesillo, para confeccionar con todos ellos su famoso cuadro Las señoritas de Aviñón. Y Rubén Darío. Y Galdós. Y algún torero que otro, como Machaquito. Y entendidos de toreros y toros como José María de Cossío. En todo este ir y venir de gente ilustre por la casa del bisabuelo Martín Martínez, se asiste a la muerte de algunos familiares y en especial a la ruina economica de la familia porque el patriarca lo pierde todo en el casino. Pero aún así, la familia mantiene el tipo de la gente poderosa y sigue acogiendo en su casa durante las comidas de los jueves a Primo de Rivera, que acaba desterrando a Unamuno a Fuerteventura por sus ideas, Federico García Lorca, o el citado Azaña. Al lado de estos personajes históricos aparecen otros ficticios con igual fuerza vital que ellos o más, como Sasé Caravaggio, que se enamoró de Picasso y provocó el suicidio de un novio suyo, o la prima Micaela, de quien Luis Gonzaga está profundamente enamorado y que finalmente muere acuchillada a manos de éste al sentirse traicionado. Hay amores (algunos contra natura como el de Francesillo por la cabra Penélope) y muertes y sueños y desagravios y nuevas esperanzas y deserciones y fidelidades que enternecen, como la del propio Francesillo que, a última hora, decide quedarse en Madrid para dar la cara aunque Franco está poniendo sitio a la ciudad. Para entonces hasta la tía Algadefina ha muerto silenciosamente en su cama mientras a su lado continúan las cartas y los versos de Rubén Darío, su gran amor. ¿Por qué hay que leer este libro de Umbral? Porque además de contar de manera amenísima una parte importante de nuestra historia política, cultural y literaria, nos presenta una visión de la vida liberal y comprometida de una familia pudiente del Madrid de los últimos años del siglo XIX y de las tres primeras décadas del XX. Y todo expresado con un lenguaje desenfadado, libre y en muchos casos profundamente lírico.

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