miércoles, 3 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Los dos osos


























Nadie diría al ver esta portada tan serena,
renacentista y justa en que dos osos dorados
se miran desde sus esquinas correspondientes,
en medio una ventana en la que asoma
el ajedrez de la paz. Nadie diría
que tras esta puerta, en la tranquila
almendra de la casa tiempo atrás
nació el Repertorio Enfurecido, aquel judío
que envenenaba su pluma cuando hablaba
desde el púlpito intocable de un periódico.
Está en Zeletna, nada más dejar la Plaza Vieja,
a unos pasos del mirador gótico del Carolinum.
Miro en mi camino este milagro de piedra
en que dos animales en reposo, enclaustrados
en la piedra afiligranada de un portal,
y viene a mi recuerdo el periodista Kisch
con su pluma acerada. ¿Qué diría
al ver inundada la placeta del Ayuntamiento
de hordas de turistas para ver por enésima vez
tocar la campanilla al esqueleto? Me quedo con la hora
de ver este milagro de los Osos
y el vecino mirador del Carolinum.










Esquinas





























En las esquinas de Praga se esconde siempre algún misterio cotidiano.
Y no me refieron solo a las estatuas negras
o las efigies de músicos o escritore
(la inquietante de Kafka, al lado del balcón
de su casa natal, en la plaza que lleva hoy su nombre).
En las esquinas de Praga está la lujuria, la vanidad,
la muerte que llama a cada hora
a los mortales masoquistas con su dorada y engañosa campanilla...
Y hablando de campanas, está la del palacio gótico que lleva su nombre,
junto al palacio Kinsky, una campana muda, condenada
a ser de piedra siempre, misteriosa como ninguna
porque suena de mil maneras diferentes
en los corazones de los paseantes
mientras se quedan mirándola extrañados
cuando van camino del patio de Tyn...
En las esquinas de Praga hay sueños para todos los gustos.





Concierto



















Mientras la muerte convoca a los rebaños
delante del reloj del Ayuntamiento,
nosotros escogemos los violines de San Nicolás,
que suenan y sueñan al otro lado de la Plaza.
En el Altar mientras las cuerdas gimen y cantan
el Pantocrátor abandona un instante su extático mensaje
en su intento secular de convertir a los fieles
para relajarse un poco de su excelso sacrificio
con Handel y su exquisita agua, que suena alta,
extasiada en las escalas de las esferas.
Las cuerdas se estremecen, traducen el ingenio
y la fantasía de Dvorak, los amores y las noches de Vivaldi,
la alegría, el vino y las rosas de Ravel...
Y los músicos, ángeles humanos posados en el suelo del altar,
han venido hasta aquí para inundarnos el alma de paz y de sueños
(la pequeña oriental que toca la trompeta en alegros y adagios
me hace saltar las lágrimas).
Cuando el concierto de San Nicolás acaba,
Dios regresa a su destino callado
y nosotros volvemos a la vida de la Plaza,
donde los olores a caballo resucitan
y las terrazas hablan de cervezas interminables.

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