sábado, 6 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Últimos momentos

I.

























En la paz momentánea de la habitación,
mientras los ojos se pierden en la selva de ramas y mariposas del artesonado
entre vigas antiguas y sueños no acabados,
por la ventana que da a Nuestra señora de Tyn
vuela la tarde entre nubarrones tal vez hacia una lluvia inesperada.
Praga de repente vuelve a ser la morada melancólica de ángeles
que buscan redimir corazones atormentados
que atraviesan ahora los pasadizos de la Ciudad Vieja.
Ya decía yo que no era normal el tiempo que teníamos,
tan abierto, tan azul y caliente, que a las hordas turísticas
arroja hacia todos los rincones en busca de estatuas carbonadas,
relojes astronómicos, mercadillos de recuerdos y oportunidades
de madera y de cristal, de Golems y de brujas que despiertan
a un golpe del chamarilero...
Pero con todo, ese cielo de plomo que ahora veo desde mi habitación,
a través de la ventana que da a Nuestra Señora de Tyn,
ese trozo de cielo de plomo encierra la magia de Praga
en su arcón de música antigua.


II.




























Mañana a estas horas no estaremos aquí,
pienso mientras sentados a una mesa
junto al templo de Nuestra Señora de Tyn
esperamos a que nos sirvan comida italiana
(acaso la última de Praga) entre sorbo y sorbo de cerveza
(acaso también la última cerveza de Praga). Poco a poco
la tarde se va Celetna abajo al pie del Sol Negro mientras arrastra
los últimos rebaños de turistas.
Aprendo bien la calma de esta hora
porque mañana, con toda seguridad, no estaré aquí.
Pero, eso sí, nadie me robará el gozo de haber cruzado,
como un praguense de toda la vida, media ciudad desde el Puente de Carlos
a la Plaza de la Ciudad Vieja por el Clementinum. Como un mago de Praga.
Ni el de haber reconocido por sus cúpulas y agujas,
nada más encarar una calle o una esquina,
los templos de San Nicolás o de Nuestra Señora de Tyn.
No estaré aquí mañana. Es verdad. Pero también es verdad
que siempre algo de mí se quedará aquí en Praga.


III.



























































Praga al fin nos despide con música de lluvia.
Me gustaría que los adoquines acharolados de Celetna
conservaran el eco de nuestros pasos de estos días
y que el agua sin alma no los lavara nunca.
Pero mañana no quedará ni rastro de las suelas de los zapatos.
Adiós por tanto bajo la terca lluvia, galerías de arte,
pasadizos, esquinas historiadas, torres damasquinadas,
chapiteles y agujas y arbotantes y cúpulas y esferas doradas de los templos...
El recuerdo de Kafka y de tantas cosas quedarán mojándose bajo la lluvia
como gatos sin hogar a partir de esta tarde.
Nuevas hordas cubiertas con paraguas y embutidas en chubasqueros
aguardarán impertérritas su hora de la muerte
frente al reloj astronómico del Ayuntamiento.
Nuevas parejas subirán a las calesas tiradas por caballos
intentando vivir el sueño secular de Praga.
Adiós. Ya tengo miedo a la prisa de empezar a recordar
los mil detalles de la Praga de siempre, de este milagro,
de esta primavera tan lejos del olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario