martes, 2 de junio de 2009

REFLEJOS DE PRAGA

Los alquimistas


















En vano busqué a los alquimistas en la Calleja del Oro,
en lo más alto del Castillo, donde Kafka
tuvo un nido de pluma y fantasía con su hermana preferida Ottla.
En vano busqué a los alquimistas
porque las hordas que seguían al paraguas rojo y la rosa de papel
lo devoraban todo sin digerir apenas,
lo pateaban todo sin asombro ninguno
con los zapatos de trotar por mil sitios contrarreloj,
lo espantaban todo, en especial el misterio,
con sus voces destempladas y sus risas estentóreas.
Hasta la majestad de San Vito, al presentir su acercamiento,
se enredaba en sus arbotantes góticos, apagaba sus oros
y deshacía en el aire sus mosaicos ante la amenaza nuclear
de las cámaras y máquinas de fotos.
Los alquimistas volverían cuando las puertas del castillo se cerraran
y los guardias despidieran sus vistosos relevos hasta el día siguiente.






La plaza de Mozart



















Sin buscarla, hemos dado
con la plaza que desde ahora mismo llamo Plaza de Mozart.
Está siempre aguardando en la Ciudad Vieja,
en una esquina que muestra la cabeza del gran músico
y cobija una cervecería que se llama Wolgan.
El resto de la plaza es una fuente
que no deja un segundo de cantar
mientras un grupo de chicas estudiantes
escucha aburrido la voz del profesor
(no es nada nuevo: yo también lo he vivido),
porque sus ojos sueñan con amores
y música de violines en el corazón.
El resto de la plaza son fachadas barrocas
y otras más modernas con soportales
donde la gente bebe y descansa del camino.
Como nosotros.
Mozart, Plaza de Uhel Trh, muy cerca del milagro
del mercadillo de Havelska,
donde vuelan los juguetes de madera
o las brujas bailan y ríen a una palmada del chamarilero.
Plaza de Mozart, desde hoy, al menos para mi corazón.





Nuestra Señora de Tyn












La puerta gótica de Nuestra Señora de Tyn
se abre a los fieles (del arte y la belleza) a las diez de la mañana.
Un letrero dice que no se puede filmar ni hacer fotografías.
La mirada y el corazón nos bastan.
El Calvario, las estatuas a medio salir de las paredes,
las altas arcadas apuntadas, la pila bautismal,
el órgano callado... Y lo demás que sólo
apunta el que contempla con todos los sentidos
y no se deja llevar por la lectura.
Con todo, nada es comparable con la Virgen de oro
que de noche se enciende en la fachada
mirando hacia la plaza donde Hus recuerda
que fue importante un día, y el esqueleto
juega con el tiempo en el reloj,
la Virgen de oro que salió de aquel cáliz que un rey husita
mandó colocar allí en lo alto.
Nada es comparable con los milagrosos chapiteles de la iglesia
ni las agujas que tejen en el cielo
encajes silenciosos que son nubes
que pasan lentamente por los ojos
de quienes tenemos la suerte de estar hoy aquí en Praga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario