jueves, 17 de enero de 2013

VERSIONES DEL INFRAMUNDO


EL TREN


 
 
 
 
 
 
 



Hola, me llamo Martín y voy a coger el metro como cada mañana. Viajar en metro en una ciudad grande es lo más normal del mundo. Subes a él, recorres unas cuantas estaciones y bajas en la tuya. Tú lo habrás hecho mil veces. Y ahora, montado en el tren, voy al lugar de mi trabajo, que se encuentra a diez minutos de aquí. Y mientras espero a que llegue la estación donde debo apearme, ojeo en el periódico el horóscopo del día más para divertirme con la sarta de tonterías que dice que para fiarme de él. No sé cómo puede haber personas que se crean lo que dice el horóscopo sobre su futuro y se pasen toda la vida temiendo que se cumplan esas falsas predicciones. Compadezco al pobre periodista que se pasa horas y horas pensando en tantas necedades para impresionar a los crédulos lectores. Yo jamás he prestado la menor atención a esas paparruchas y la vida no me ha ido mal del todo; es más, diría que todo hasta ahora me ha salido a pedir de boca. Tuve una infancia feliz en una familia feliz. En la Universidad destaqué por mi aplicación y buenas calificaciones. Luego me casé con la mujer que yo quería. ¡Vaya, aquí dice mi horóscopo que me abstenga de viajar hoy para evitar males mayores! ¡Ya estamos! Pero, ¿dónde va este tren que no para?  ¡Y la siguiente estación es la mía! Y el metro sigue su marcha y mi estación se queda atrás. “¡Oigan, detengan este tren! ¡Quiero bajarme!” Y esta gente que viaja conmigo ni se inmuta. Parecen ir ensimismadas en algo oculto. Todos con los ojos fijos y la cabeza en alto. De todos modos, voy a preguntar a esta mujer. “Perdone, señora, ¿sabe cuál es la siguiente estación de este tren?” ¡Ni el menor gesto por mirarme! ¡Como si nada fuera con ella! Y las estaciones siguen pasando sin que el metro haga nada por detenerse. Me acercaré a ese hombre que va cogido a la barra central. A ver si es algo más amable que la señora. “Perdone, caballero, ¿sabe cuál es el destino de este tren?” La misma actitud, la misma mirada. Pero ¿es que no va a haber nadie aquí que me pueda ayudar? Es muy raro que nadie haga siquiera un gesto de prestarme atención. Y el metro pasa por estaciones desconocidas para mí. No me gusta nada esto. “¡Quiero salir de aquí! ¡Detengan el metro!” Noto que el corazón me late furiosamente y un sudor frío recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. “¡Ustedes! ¿Es que no piensan hacer nada? ¿Van a seguir sin moverse? ¡Hagan que se detenga este maldito tren!” Ahora caigo en un detalle que hasta ahora no había notado. “¡El ruido! ¿Dónde está el ruido de este tren? ¿El zumbido del motor, la vibración de los cristales, el traqueteo, las ruedas? ¡No se oye nada! ¡Sólo el silencio! ¡Este silencio que me saca de quicio! Y ahora el tren sale del túnel y corre por el campo, lejos de la ciudad. ¡Y yo desconozco todo esto! ¿Adónde se dirige? ¡Eh!, ¿qué es esto? ¡Si parece que el tren abandona los carriles y flota en el aire! ¿Me estaré volviendo loco? ¡Y esta gente sin moverse! ¿Qué pasa ahora? El tren ha chocado contra algo. ¡Ayyy, que me caigo! ¡Mi cabeza!


No sé cuánto tiempo he permanecido sin conocimiento… ¡Ufff!, ¡cómo me duele la cabeza! El golpe ha debido ser tremendo. ¿Qué ha ocurrido? ¡Ah, ya recuerdo! El tren debió de chocar contra algo. Menos mal que parece que, salvo el golpe recibido en la cabeza, no me he roto ningún hueso ni siento el menor dolor. ¡Qué alivio! ¿Y ahora qué pasa? Las puertas del metro se han abierto y todos estos viajeros silenciosos e inmóviles hasta hace un momento empiezan a salir del vagón. ¡Pues yo me quedo aquí! Vayan a donde vayan, a alguna parte iré a parar si les sigo. ¡Vaya camino de piedras! Mejor es esto que seguir en el tren. Esta gente, por la decisión que adoptan al caminar, saben adónde van y van conformes. Pues yo detrás. ¡Pero qué es lo que veo! ¡La verja de un cementerio! ¿A qué irá toda esa gente ahí? ¡Adentro! Y ahora se acercan a unos ataúdes abiertos y se meten en ellos. ¡Dios bendito! Y la tierra se abre para que los ataúdes desaparezcan bajo ella. ¿Qué me está ocurriendo? Siento como si una fuerza sobrenatural me empujara hacia el único ataúd que queda todavía abierto sobre la tierra, y no me quedan ganas ni deseos  de resistirme. ¡Debo meterme dentro! Así, la tapa bien sujeta. “Tierra, recógeme en tu seno, porque estoy muerto. He debido morir en ese extraño tren”. Pero, ¿cómo es posible que esté a la vez ahí dentro del ataúd, muerto bajo tierra, y esté caminando a la vez con otros como yo hacia el metro que parece aguardarnos?

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