martes, 15 de enero de 2013

ANTOLOGÍA COMENTADA DE LA POESÍA ESPAÑOLA


Rodrigo Caro(Utrera, 1573- Sevilla,1647) estudió Cánones en Osuna y después en Sevilla cuando a la muerte de su padre fue recogido por su tío. Ejerció de abogado eclesiástico y nunca le faltó trabajo, y así pudo alimentar convenientemente a su madre y ocho hermanos. Luego se ordenó sacerdote y logró ser elegido abogado del concejo municipal de Utrera, donde más tarde ejerció de censor de libros. Trasladado a Sevilla, hizo también de juez de testamentos. En los últimos años de vida sufrió varios contratiempos como un pequeño destierro a Portugal y, el peor de todos, el agravamiento de una enfermedad del estómago, que le obligó a dejar su capellanía, y que finalmente lo llevó a la muerte.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Rodrigo Caro escribió sonetos, canciones de amor, romances burlescos, poemas mitológicos, epístolas, etcétera. Pero sin duda alguna su mejor composición es la famosa Canción a las ruinas de Itálica.

Seleccionamos un fragmento de esta última:

“Éstos, Fabio, ¡ay, dolor!, que ves ahora
   campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa;
aquí de Cipión la vencedora
colonia fue: por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh, fábula del tiempo! Representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.
¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues, fieras, ¡ay!, está el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo.”

 La Canción es un tipo de composición, en cuanto a la forma e intención se refiere, parecida a la oda o al himno y adopta la combinación de endecasílabos y heptasílabos a la manera de la silva, aunque en este caso aparece dividida en estancias, la primera de las cuales abarca los nueve primeros versos, cuyo esquema estrófico es: 11A 11B 11C 10A (nótese que este verso no cumple el esquema) 11B 11C 7c 7e 7e. 

 

Francisco de Rioja(Sevilla, 1583- Madrid, 1659) se licenció en Leyes. Se ordenó sacerdote y fue canónigo de la catedral de Sevilla. Adquirió fama como teólogo y jurista. Fue amigo del Conde-Duque de Olivares y protegido por él, a quien sirvió en asuntos políticos y literarios. Contra la sublevación de los catalanes escribió Aristarco en nombre del Conde-Duque, y a la caída del valido no se separó de él y le acompañó al destierro, primero a Loeches y después a Toro, donde falleció el valido. Rioja regresó a Sevilla cansado y desilusionado del mundo de la Corte. El cabildo sevillano le nombró agente suyo en Madrid, y allí fue en 1654, donde residió hasta su muerte.

Rioja se relacionó con escritores de la talla de Lope de Vega y Cervantes, fue bibliotecario de Felipe IV y cronista de Castilla.

En su obra poética se nota al principio la lectura de Fernando de Herrera, pero en seguida adopta la filosofía del Barroco con el tema principal del desengaño si bien lo sabe disfrazar de una suave melancolía. Amante de la naturaleza, elige como motivos de sus memorables silvas a las flores (A la rosa, Al clavel, Al jazmín…)


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Elegimos la silva A la rosa
 
“Pura, encendida rosa,
émula de la llama,
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama,
ni púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa?
El mismo cerco alado
que estoy viendo riente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blancas plumas
y oro de su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañóte en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas
y esto, purpúrea flor, esto ¿no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate licencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aun no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia tu nacimiento o muerte llora.”

La silva, ya lo hemos dicho en alguna otra ocasión, es una composición poética basada en la combinación de endecasílabos y heptasílabos que riman consonantemente siguiente el esquema elegido por el poeta. En este caso, el esquema estrófico es el siguiente:  7a 7b 7c 11C 11D 11D 11B 7a 7- (este verso no rima con ninguno) 11A... etcétera.

 


Andrés Fernández de Andrada (Sevilla, 1575 – México, 1648) fue capitán del ejército español y un poeta exquisito. Destinado a México, allí murió envuelto por la pobreza y el anonimato, pese a haber escrito la mejor epístola moral de tipo horaciano de la literatura española, Epístola moral a Fabio. Sus fuentes literarias hay que buscarlas en la Biblia, Séneca y, por supuesto, Horacio. La Epístola, una reflexión profunda sobre la brevedad de la vida y la desvalida condición humana, invita a la resignación de tipo cristiano.

Aunque anteriormente se le atribuyó a otros poetas de la época como Bartolomé Leandro Dámaso de Argensola o Rodrigo Caro, primero Adolfo Castro y luego Dámaso Alonso demostraron fehacientemente que el autor de la Epístola moral a Fabio es Andrés Fernández de Andrada.


He aquí un fragmento de la Epístola:

"Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas;1

el que no las limare o las rompiere
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
elija en sus intentos temeroso
primero estar suspenso que caído;

que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente
antes que la rodilla al poderoso.

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera
desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera
corriente del gran Betis2, cuando airado
dilata hasta los montes su ribera.
(…)
Más quiere el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,

que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado
en el metal de las doradas rejas.
(…)
Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aun quizá de uno a otro momento.

Casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra grande Itálica, y, ¿esperas?3
¡Oh terror perpetuo de la vida humana!4
(…)
¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol, cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me despierte?

¿Será que pueda ver que me desvío
de la vida viviendo, y que está unida
la cauta muerte al simple vivir mío?
(…)
¿Piensas acaso tú que fue criado
el varón para el rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,

para medir el orbe de la tierra
y el cerco por do el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!”
 
 
Esta composición está formada por tercetos encadenados, de tal forma que el verso central de cada terceto rima consonantemente con el primero y tercero del siguiente terceto; así hasta el final de la composición, que se cierra con un serventesio, con lo que no queda suelto ningún verso.
 

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